23 junio 2005

Narciso, error de fabricación











GILLES LIPOVETSKY, LA ERA DEL VACÍO (1983)

“La crispación neurótica ha sido sustituida por la flotación narcisista. Imposibilidad de sentir, vacío emotivo”

'¡Si al menos pudiera sentir algo!': Esta fórmula traduce la nueva desesperación que afecta a un número cada vez mayor de personas. Desde hace años, los desórdenes de tipo narcisista constituyen la mayor parte de los trastornos psíquicos tratados por los terapeutas, mientras que las neurosis ‘clásicas’ del siglo XIX, histerias, fobias, obsesiones, sobre las que el psicoanálisis tomó cuerpo, ya no representan la forma predominante de los síntomas. La crispación neurótica ha sido sustituida por la flotación narcisista. Imposibilidad de sentir, vacío emotivo.


Es más: según Lasch los individuos aspiran cada vez más a un desapego emocional, en razón de los riesgos de inestabilidad que sufren en la actualidad las relaciones personales. Tener relaciones interindividuales sin un compromiso profundo, no sentirse vulnerable, desarrollar la propia independencia afectiva, vivir solo, ese sería el perfil de Narciso. El miedo a la decepción, el miedo a las pasiones descontroladas traducen la ‘huida ante el sentimiento’, proceso que se ve tanto en la protección íntima como en la separación que todas las ideologías ‘progresistas’ quieren realizar entre el sexo y el sentimiento.

Al preconizar el cool sex y las relaciones libres, al condenar los celos y la posesividad, se trata de hecho de enfriar el sexo, de expurgarlo de cualquier tensión emocional para llegar a un estado de indiferencia, de desapego, no sólo para protegerse de las decepciones amorosas sino también para protegerse de los propios impulsos que amenazan el equilibrio interior. Fin de la cultura sentimental, fin del happy end, fin del melodrama y nacimiento de una cultura cool en la que cada cual vive en un bunker de indiferencia, a salvo de sus pasiones y las de los otros.


“Narciso sigue aspirando a la intensidad emocional: ‘¿Por qué no puedo yo amar y vibrar?’”

Pero el drama es más profundo que el pretendido desapego cool: hombres y mujeres siguen aspirando a la intensidad emocional de las relaciones privilegiadas (quizá nunca hubo tanta demanda como en estos tiempos de deserción generalizada), pero cuanto más fuerte es la espera, más escaso se hace el milagro fusional y en cualquier caso más breve.


¿Por qué no puedo yo amar y vibrar? Desolación de Narciso, demasiado bien programado en absorción en sí mismo para que pueda afectarle el Otro, para salir de sí mismo, y sin embargo insuficientemente programado ya que todavía desea una relación afectiva.


GILLES LIPOVETSKY, LA ERA DEL VACÍO (1983)






04 junio 2005

Como Boris Grushenko


De este peatón
podemos decir que no sabe vivir en directo. Atesora ilusiones, fantasías filosóficas, incluso siente en la piel las yemas de los dedos de las ninfas y los ángeles. Inventa a Dios en su soledad vaporosa y le dice: "hoy no me falles, te necesito", y habla con él con toda la vanidad y la superstición de los hombres débiles, de los fetos que sólo ven media luz, media oscuridad, y un mundo vivo y palpitante de color placenta.


Pero la quimera cristalina se estrella dolorosamente cuando el peatón debe fiarse más del instinto que de la fe. Como un imbécil, como un títere, todo huesos y ojos, se queda plantado en medio del gentío festivo. Reposa en su ridícula sabiduría, seguro de que los espíritus siderales no le van a dejar solo, de que ocurrirá, tarde o temprano, el pequeño milagro nocturno.

Y así pasan las horas del anciano adolescente, del chiquillo inválido que está ahí de brazos cruzados. Viéndolo me recuerda a Woody Allen en el papel de Boris Grushenko. El desdichado ruso está condenado a muerte por el emperador. Un ángel onírico le dice que no sufra, que a última hora, como pasa siempre, el emperador le va a perdonar la vida y volverá a ver su paisaje y su amada, y aquí paz y después gloria. En la oscuridad de la celda, el confiado Boris, lleno de idealismo navideño, aguarda el perdón salvador. No me acuerdo muy bien, pero creo que el emperador lo veía a lo lejos y se desternillaba.


Joan Pau Inarejos, 2005

01 junio 2005

Gaudí, sangre negra


Las alusiones zoomorfas, son, en Gaudí, siempre de tipo prehumano y sugieren especies difuntas: enormes monstruos antediluvianos, cuyas carnes han quedado reducidas a espesas masas coriáceas recubiertas de arrugados pellejos, masas momificadas, sin ninguna apariencia de materia 'tierna', crestas y excrecencias escamosas de un materil córneo, reluciente y perlino, montañas transformadas en dragones y dotadas de vida latente, estructuras óseas de dinosaurios aletargados, dentro de cuyas venas petrificadas se halla restañada una sangre negra y densa: como plomo fundido, a cuyo despertar todo arderá y explotará, como al despertar de un volcán.

Y llega un momento en el que la fantasía de Gaudí se convierte en 'evocadora de monstruos' y, arrastrada por una urgencia subconsciente de identificarse con el objeto que está creando, arroja materia informe con su estructura y la hace estallar y recaer sobre sí misma para que yazga, como una bestia enorme, en un enorme lecho de cascajo de lava, cegada por los juegos de pirotecnia que surgen de las cenizas


Lara Vinca Masina, 'Antoni Gaudí', 1970