27 diciembre 2005

La barbería


Unos peluqueros libios me afeitaban la barba, mientras en las tiendas de afuera se arremolinaban corrillos de chicas de color berenjena. Todas cuchicheaban y se vestían mano a mano, ciñéndose la cintura, mesándose el pelo, enrollándose en las faldas. Se reían como bobas, como niñas asustadas en la noche, con el alma a rayas rosas. Corrían nudos y pendientes, agujas y agujeros.

Cuando los libios limpiaban la navaja me asomaba para espiar entre rendijas, y desaguaba el pecho verlas flotar entre sábanas, saltarinas y aéreas, cumpliendo el ritual de la solicitud femenina en los botones y los enredos. La tienda de los barberos se tupía de pelo y calor, pero el rumor adolescente entraba y salía por los resquicios. Yo me moría de impaciencia y escozor, deseando por favor que terminara el peluquero para adentrarme en la nube rosada y encontrarte.

Joan Pau Inarejos, verano 2005


14 diciembre 2005

Olvida, ¡rápido!



En la sociedad agraria, antes de que fuéramos modernos, no sobraba nada: la basura era abono. Tampoco sobraba nadie: todos tenían algo que ofrecer y bastaba con empuñar la azada o saber recoger fruta para que todos tuvieran un plato en la mesa.

Todos tenían algo que hacer.

Pero llegó la modernidad y la minería y la industria, que ya no reciclan ni integran, sino que generan basura material y basura humana. Si no les sirves para producir, eres un parado y, junto con los enfermos y ancianos, devienes estorbo. Hoy todos estamos o produciendo basura o en trance de convertirnos, tarde o temprano, en basura humana.

Y fabricamos coches que seis meses después de salidos de fábrica son viejos.

Porque la lógica de la modernidad es generar desperdicios, una lógica que culmina en la histeria de la moda y que te obliga a tirar ropa o muebles en perfecto estado.

Porque ya no son modernos.

Porque la modernización siempre es compulsiva, no es racional, aunque la disfracen de razonable cuando nos la venden o nos la imponen. Los que mandan siempre están creando un nuevo orden moderno que sustituirá al anterior siempre anticuado.

¿Quién gana al imponer ese afán?

La modernización compulsiva afianza el dominio de una minoría que decide la modernidad. Al imponer el cambio del sistema, esta minoría deja fuera a los que no encajan por demasiado viejos o demasiado jóvenes, o demasiado tontos o demasiado listos...

¿Puedes sobrar por ser demasiado listo?

La cultura hoy no consiste en la capacidad de aprender sino en la habilidad para olvidar. Si no olvidas rápidamente lo que sabes para aprender lo nuevo, te conviertes en redundante y estarás en la lista de despedidos del próximo expediente de crisis. Así que es mejor olvidar lo que sabes.

¿Lo aprendido puede llegar a estorbar?

¿Acaso no es un estorbo para una empresa el trabajador que se empeña en hacer algo con perfección artesana? ¿No sería un engorro para una fábrica de coches que un equipo fabricara uno que durara toda la vida? ¡Si lo que quieren es vender! La calidad molesta.

Se impone la fungibilidad planificada.

Esa mentalidad de la sociedad líquida en la que vivimos también se ha contagiado a la pareja: antes tu pareja era lo más sólido en tu existencia. Hoy el afán modernizador convierte a tu pareja en algo que también queda desfasado cada temporada. El matrimonio de por vida está anticuado y se impone un matrimonio con contrato basura.

Media nación se divorcia de la otra media.

Y así convierte todavía en más precario el equilibrio vital: a nuestro alrededor esa modernización espasmódica transforma todo en pasajero, en líquido. El medio ambiente forma parte de lo antiguo y destinado a desaparecer, a ser basura, y en la basura los humanos vivimos sujetos a relaciones sin garantías... Empezando por las laborales.

Sin compromiso.

Si me haces ganar dinero o placer, te mantengo, si no, te echo y punto. La noción de compromiso, que era el eje de la confianza mutua, se ha convertido en paleolítica, porque dificulta esa modernización compulsiva. Y esa falta de compromiso genera también en la pareja y en la familia personas redundantes: gente que sobra por doquier. Todos sobramos o algún día sobraremos.

¿Qué hacer con tanta gente sobrante?

Cuando comenzó la modernidad, los problemas locales en la metrópolis causados por esos seres redundantes - el parado, el inválido, el alcohólico, el delincuente, la puta vieja, la mujer abandonada y sola, el loco, el desviado político...- eran resueltos de modo global: la basura humana se enviaba a colonias.

Así nacieron América y Australia.

El hispano muerto de hambre hacía las Américas o el presidiario galés era desterrado a Australia. ¿Pero dónde facturar hoy a todos esos sobrantes humanos?

Zygmunt BAUMAN entrevistado por Lluís AMIGUET, 'La Vanguardia', 13/12/05

07 diciembre 2005

Crazy Frog














La historia de la rana loca, la reina del politono para teléfonos móviles, arranca en 1997 y va camino de convertirse en el paradigma del advenimiento de 'lo inconsistente' como nueva corriente cultural.
El fenómeno Crazy Frog es algo más que un simple éxito de la cultura del politono para móviles. De hecho, a la velocidad con la que se están propagando los antimelódicos brum-brum y ding-ding que caracterizan al personaje, va camino de convertirse en piedra angular - desde el punto de vista comercial, al menos, aunque me atrevería a afirmar que también desde el estético y, por qué no, desde el moral- de una corriente de influencia en la cultura pop que tiene como base casi exclusiva la chorrada.
La historia de Crazy Frog es todo un paradigma del advenimiento de Lo Inconsistente como nueva corriente cultural, porque ya en su mismo origen se dan cita todo tipo de modos de comunicación basados en la ausencia total de intención, objetivo o dobles lecturas: onomatopeyas vocales, apropiación sin excusa reivindicativa de creaciones ajenas, animaciones rebosantes de humor chusco, la necedad consciente como vehículo hacia ninguna parte.
El fenómeno comienza en 1997 con Daniel Malmedahl, un joven sueco de 17 años que se dedica a colgar en Internet diversas imitaciones que hace, sin más ayuda que su voz, de diversos modelos de motores de combustión interna. La Red le convierte en poco menos que una celebridad local, protagonizando sencillos montajes animados de vehículos de Formula 1 moviéndose al ritmo del cargante sonido de falso motor que, a esas alturas, ya se había convertido en anónimo Patrimonio de la Humanidad.
La prueba está en que en el año 2003, el animador - también sueco- Erik Wernquist creó un repulsivo personaje en 3D, al que llamó The Annoying Thing (La Cosa Molesta), y acompañó su animación de los sonidos de Malmedahl, acreditando su autoría a Anónimo.El protagonista de esta pieza es una especie de anfibio vestido únicamente con un casco de motorista y una chaqueta de cuero. Sus ridículos genitales, que sin embargo no ayudan en absoluto a determinar su sexo, se muestran desafiantes. La Cosa mueve las manos acompañando a la onomatopeya motora, como si condujera una moto: súbitamente, el vehículo imaginario arranca, y la Cosa se aleja a toda velocidad, balanceándose al ritmo de los demenciales sonidos producidos por Malmedahl.
A partir de ahí, la historia se acelera: una empresa alemana que licencia tonos para móviles, Jamba!, compra los derechos de la animación, y comienza a distribuirla por Europa. Le cambia el nombre a Crazy Frog al considerarlo más asequible (con el consiguiente disgusto de Wernquist), y gana, gracias al éxito del producto, unos catorce millones de libras. A partir de ahí, la cultura dance más arrastrada y atenta a la chuminada como excusa para justificar recopilatorios se fija en el anfibio y éste cede su imagen a una gran cantidad de remezclas, versiones y temas originales. Sin duda la más exitosa de estas reformulaciones, y la que ha lanzado al estrellato a La Cosa Molesta (a estas alturas, un apelativo que es mucho más que un eufemismo) es la actualización de Axel F (tema principal de la película Superdetective en Hollywood).
El propio Wernquist realizó un videoclip para esta canción, consiguiendo así que el bicho retroalimentara su propia leyenda de bolsillo. La cuestión es que hasta se desató una considerable polémica en el Reino Unido por el simpático exhibicionismo de Crazy Frog, que siguió caldeándose cuando las asociaciones de telespectadores protestaron por la omnipresencia del anuncio en televisión del tono para móvil, auténtica base para el éxito multitudinario del animal: se calcula que en mayo de 2005, el anuncio se emitió 2.378 veces al día entre todas las emisoras británicas. Demasiado hasta para un dibujo animado. Chris Martin, cantante de Coldplay, afirmó que odiaba a la rana, y que "he llegado a un punto en el que me gustaría arrancarle las piernas a esa cosita y zampármelas en un restaurante".
Quizá el hecho de ser expulsado del número uno de las listas de ventas en su país en mayo de 2005 tuvo mucho que ver con la forja de esta opinión, pero demuestra que, hasta para sembrar polémica, el invento se mueve por unos márgenes que saltan generosa e imprevistamente de lo cargante a lo sublimemente tontorrón. Quizás el germen de la cultura popular del futuro haya que buscarlo en politonos y chistes para oficinistas. Pero en cualquier caso, lo que parece indudable es que la respuesta a esta cuestión vamos a tener que averiguarla solicitándola previamente por SMS.
Pedro BERRUEZO, 'Cultura/s', 'La Vanguardia', 19/10/05

Your song























El cine, la televisión, los discos, los libros y revistas, se confunden ya con el paisaje real, configurando esa segunda naturaleza en la que una secuencia, una canción o un anuncio se incrustan en nuestra biografía como una puesta de sol, un día de perros o un hallazgo fortuito.

La inclusión de estos fragmentos (ajenos) en nuestro discurso dirario y artístico ha dejado ha dejado de ser una cita para convertirse en una apropiación hasta cierto punto inevitable. La película ‘Moulin Rouge’ lo ilustraba burda pero contundentemente: cada vez que alguien quiere expresar algo íntimo, tan sólo salen de su boca clásicos bobalicones de la Frecuencia Modulada.

‘Your song’ no es homenajeada por el hecho de que Ewan McGregor la repita incesantemente. Es, por el contrario, señalada como un lugar común, un tópico conveniente, como esas postales navideñas u hospitalarias que suplantan nuestros verdaderos sentimientos.
Andrés HISPANO, 'Cultura/s', 'La Vanguardia', 7/XII/05 / foto: http://library.duke.edu/exhibits/comicbookcultures/1950s/cbc-50-05/exhibit_section_item_view.html?display=large

04 diciembre 2005

El pallasso


M’ha costat, però he aconseguit obrir els ulls de bat a bat i vet aquí que no veig Déu, sinó un pallasso vestit amb tirants i butxaques. Molt bé, ja els has obert. Aguanta, aguanta, em diu el pallasso.
Fes 1 PASSA ENDAVANT
i obre aquesta porta: no veus aquestes palmeres de paper? I aquest sostre de bambolines d’escuma blava? Ell vinga a riure. Puja per aquesta escala de cargol. Si tens por deixa la sang que es glaci tant com vulgui, però tu no tanquis els ulls per res del món. Aleshores el pallasso comença a agitar les seves mans de bengala i apareixen
UNS DIBUIXOS DE PERFILS VERDS
Els garbuixos lluminosos van flotant en la foscor de l’escala i em diu a cau d’orella: aquest és el mapa, aquesta és la ruta, i jo no entenc res. A dalt de l’escala m’espera un majordom terrible, tan cadavèric i ullerós que no puc mirar-lo de cara. Sort que les llumeneres verdes ens distreuen amb el seu ball de consignes.

Davant nostre s’estén un saló sense final, empedrat de trones i canelobres. Els reis estan dormint, diu el pallasso. Mai se sap si fa broma o parla de debò.
Vine, vine amb mi.
Em tombo per veure si hi ha el majordom. Està d’esquenes, amb les seves espatlles de voltor amatent. Espero qualsevol moviment per saber si és un home adormit o bé un espantaocells. Però el pallasso em torna a cridar: vinga, acompanya’m, nano, que tenim el temps just. Travessem tot el saló a les fosques: les estàtues ens segueixen la pista amb els seus ulls de pedra, les cortines es tentinegen i jo no veig cap finestra oberta. Corre, no et despistis. Pels passadissos se senten udols llunyans i escalfors arran de peus, com de presoners demanant clemència. Vaig mirant enrera: les portes es tanquen.
Blam, blam!
Totes aquelles estàtues eren porucs que miraven enrera. Tu has de córrer més que ells. Mira, ja hem arribat. Veig el pallasso com s’embala i l’estiro del coll de la camisa. Què vol dir que ja hem arribat? Què hem de fer? Dibuixa el seu somriure de goma rosa i diu:

Scht. Que despertarem els reis.

Em ve una bafarada de terror per la gola, miro a banda i banda i de cop i volta em poso seriós. A mi no m’enganyes. Ell riu i furga en una de les seves butxaques. Tot això és mentida. És el que ens passa als ximples que ens quedem adormits damunt dels llibres. Tu mateix no ets real. No m’escolta. Treu unes claus enormes, com de joguina, i comença a obrir la porta.

Joan Pau Inarejos, diciembre 2005

26 septiembre 2005

Los jóvenes suicidas

















DENIS DE ROUGEMONT

“Quieren llegar directamente al Amor por el amor, sin ningún intermediario; zozobrando entonces, como Ícaro cayó”

Es el dogma de la Encarnación lo que distingue radicalmente la mística ortodoxa de la herética. Es él quien da un sentido totalmente diferente a la palabra 'amor' en los dos casos. Los herejes cátaros oponen la Noche al Día como lo hace el Evangelio de Juan. Pero el Verbo del Día, para ellos, no se ha revestido de la forma de la Noche: no 'se ha hecho carne'. No quieren que el Día perfecto se comunique a nosotros a través de la vida. No creen en la humanidad de Cristo.


Quieren llegar directamente al Amor por el amor, y de la Noche al Día sin ningún intermediario. Zozobrando entonces, como Ícaro cayó. El que quiera llegar a Dios sin pasar por Cristo, que es el 'camino', ése va hacia el Diablo, decía enérgicamente Lutero.

Ignoran que la Noche es la Cólera de Dios, y no la obra de un oscuro demiurgo. Y de ahí que la confusión entre el Eros divinizante y el Eros preso del instinto fuera fatal. De ahí que la pasión 'entusiasta', a joy d'amor de los trovadores, debía fatalmente desembocar en la pasión humana desgraciada.

Ese amor imposible dejaba en el corazón de los hombres una quemadura inolvidable, un ardor verdaderamente devorador, una sed que sólo la muerte podía extinguir. Fue la 'tortura de amor' lo que se pusieron a amar por sí misma. La pasión de los 'perfectos' quería la muerte divinizante. La sed que deja en el corazón de los hombres sin fe, pero trastornados por su ardiente poesía, buscará ya sólo en la muerte la suprema sensación.

La superación, a partir de ese momento, ya no es sino exaltación del narcisismo. Ya no se dirige a la 'liberación' de los sentidos sino a la dolorosa 'intensidad' del sentimiento. Intoxicación por el espíritu. La historia de la pasión de amor, en todas las grandes literaturas, desde el siglo XIII hasta nuestros días, es la historia de la degradación del mito cortés en la vida 'profanada'. Es el relato de las tentativas cada vez más desesperadas que hace Eros para reemplazar la trascendencia mística por una intensidad emocional.

Pero, grandilocuentes o quejosas, las figuras del discurso apasionado, los 'colores' de su retórica, no serán nunca sino exaltaciones de un crepúsculo, promesas de gloria jamás cumplidas...

DENIS DE ROUGEMONT, El amor y occidente, 176 / foto: 'Ofelia' de John Everett MILLAIS

Fantasías de casada



Aún somos tributarios de los cátaros, como atestiguan todos los espiritualismos modernos

Estamos dentro de un amable hogar burgués. Todo permanece en orden y calmado. En la blanca pared se recorta la silueta embarazada de la señora de la casa. Imposible dudar de su condición de fiel esposa, erguida y monumental sobre sus largas faldas. Pero ha pasado algo. Lo vemos en su rostro. Es la ‘Joven de azul leyendo una carta’, de Vermeer.

En el corazón mal casado de la ‘chica de azul’ late el ardor del adulterio, la fantasía disociadora como lo opuesto a los rigores corporales y jurídicos del matrimonio. Fue el cristianismo quien instituyó el matrimonio como la imagen del amor perfecto (ágape), de Cristo encarnado en su Iglesia. El cristianismo, según Denis de Rougemont, precipta “el abandono del egoísmo, del yo de deseo y angustia”. Se acabó el Big Bang, el deseo angustioso, y llegó la querida inercia de los planetas.

Pero los casados siguen soñando con el riesgo (eros). Su ansiedad aguda, la claustrofobia del alma prisionera del cuerpo, viene lejanamente de Platón y cristaliza en el siglo XII con la herejía cátara. La ‘carta del amante’ de los albigenses introduce el desorden en el hogar de la cristiandad, destruye por dentro el pacto familiar, y es brutalmente reprimida. “La cruzada contra los albigenses destruyó las ciudades de los cátaros, quemó sus libros, masacró y quemó a las poblaciones que los amaban, violó sus santuarios”. “Y si embargo”, dice Rougemont “aún somos tributarios de esa cultura y de sus doctrinas fundamentales, más de lo que se suele imaginar”: lo atestigua la ‘chica’ de Vermeer y todos los espiritualismos modernos, que hallan eco en el cine y en los best sellers.

"La condena de la carne, en que algunos quieren ver hoy día una característica cristiana, es de hecho de origen maniqueo y herético”. La náusea vegetariana, las estéticas formalistas y abstractas, el mito de la pasión y la belleza interior, són síntomas claros de que también nosotros, como los herejes cátaros, estamos mal casados.



JOAN PAU INAREJOS, sobre el libro de DENIS DE ROUGEMONT, ‘El amor y occidente’, 84 / foto: 'Chica de azul leyendo una carta', de Jan Vermeer

En una noche oscura


La mística utiliza el lenguaje pasional, y esto fue interpretado generalmente según la superstición materialista. Se ha 'remitido' todo lo que se podía -y un poco más- al instinto sexual 'desviado'. El siglo XIX, en conjunto, no es nunca tan feliz como cuando puede 'remitir' lo superior a lo inferior, lo espiritual a lo material, lo significativo a lo insignificante. Ya eso le llama 'explicar'. Que sea, las más de las veces, al precio de las peores renuncias al sentido crítico no tengo que mostrarlo aquí en detalle.
En mi opinión, esta propensión moderna es señal de un resentimiento profundo hacía la poesía y, en general, hacia toda actividad creadora, y por tanto arriesgada, del espíritu. Para los hombres del siglo XVI el lenguaje erótico era más inocente que desde nuestro punto de vista. Somos nosotros los neuróticos, herederos del puritanismo aburguesado de un siglo XIX descreído.
Denis de ROUGEMONT, 'El amor y occidente', 168 / foto: campaña 'J'adore' de la firma DIOR

15 septiembre 2005

Obsesionados con los incestos


¿Qué queda del marxismo? Corea del Norte y algún que otro departamento irreductible de estudios culturales en algunas universidades. Eso es todo. En la ciencia el marxismo no ha dejado ninguna huella. Y lo que está ocurriendo ahora en el campo de la neurociencia deja a Freud como una superstición del siglo XVIII. Sus ideas son irrelevantes. La gente está interesada en las obras de los pensadores que hablan de la realidad desde un punto de vista científico. Se han cansado de saber quién durmió con quién un fin de semana hace cien años y cómo esa canita al aire influyó en la poesía. El intelectual tradicional, alejado de la ciencia y sus descubrimientos, es hoy un ser profundamente infeliz.

John BROCKMAN entrevistado en el suplemento ‘Culturas’ de ‘La Vanguardia’, 15-09-2005 / foto: Ferdinand HODLER, 'El cansancio de vivir'

Autómatas con sombrero



Una metáfora que subyace a la ciencia moderna es que el mundo es máquina. Y nosotros también (aunque las máquinas sean inventos de nuestra mente). Ya Descartes dudaba de si lo que veía en la calle eran personas de verdad o autómatas con abrigos y sombreros. Hoy el delantero centro del equipo de Brockman, el biólogo Richard Dawkins, declara: "Cada uno de nosotros es una máquina, como un avión sólo que mucho más complicado" (‘The blind watchmaker’). Supongo que el sentir que uno es como una máquina o un avión no está descrito en el DSM-IV (catálogo oficial de trastornos psiquiátricos), pero parece grave. La interioridad humana no es como el interior de los aviones, como saben los poetas, los enamorados, los niños y el sentido común.

Jordi PIGEM, “El síndrome de Dawkins”, suplemento ‘Culturas’ de ‘La Vanguardia’, 15-09-2005 / foto: René MAGRITTE, 'Tiempo de cosecha'

La muerte, esa superstición

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La ciencia, con su aproximación cada vez más misteriosa a la realidad, contribuye -a diferencia de otras épocas- a reencantar el mundo. La misma materia ha dejado de ser ese ‘asunto aburrido’ del que se quejaba Whitehead. La ciencia proporciona hoy las mejores metáforas, y ellas son bastante connaturales con la visión de los llamados ‘místicos’. Disecamos la realidad de acuerdo con los esquemas de nuestra lengua materna. Procede, pues, huir de la trampa del lenguaje convencional que inventa substancias allí donde sólo hay actos y relaciones. Ya he apuntado que, tal como enseña el neurólogo Peter W. Nathan, es lícito usar el adjetivo ‘mental’, pero no lo es tanto referirse al substantivo ‘mente’ - dicho de otro modo, es correcto afirmar que la percepción es un suceso mental, pero es erróneo inferir que la percepción ocurre en la mente-.

La mente, el alma, la substancia, el yo, todas esas entelequias son inventos de la gramática y sólo tienen utilidad funcional si nos sirven como trampolín para saltar más allá del yo, más allá de la mente y más allá de la sustancia, hacia ‘lo místico’, allí donde la infinitud diluye las separaciones. Allí - dicho sea de paso- donde la muerte es mera anécdota.

Salvador PÁNIKER, “Un nuevo humanismo”, suplemento ‘Culturas’ de ‘La Vanguardia’, 15-09-2005
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13 septiembre 2005

Quién se ha comido la ofrenda























Los babilonios tenían un ídolo llamado Bel, al que ofrecían diariamente doce fanegas de flor de harina, cuarenta ovejas y seis toneles de vino. También el rey lo veneraba y todos los días iba a adorarlo. Daniel, en cambio, adoraba a su Dios. El rey le preguntó: “¿Por qué no adoras a Bel?”, y él respondió: “Porque yo no venero a ídolos de fabricación humana, sino al Dios vivo, creador de cielo y tierra y señor de todos los vivientes”.

El rey respondió: “¿Piensas entonces que Bel no es un Dios vivo? Es que no ves todo lo que come y bebe a diario?”. Daniel se echó a reír y dijo: “No te engañes, majestad, eso es de barro por dentro y de bronce por fuera, y jamás ha comido ni bebido nada”. Enfurecido, el rey mandó llamar a sus sacerdotes y les dijo: “Si no me decís quién es el que se come este derroche, moriréis, pero si demostráis que se lo come Bel, morirá Daniel por haber blasfemado contra Bel”.

Daniel dijo al rey: “¡Que se haga como dices!”. El rey se dirigió con Daniel al templo de Bel. Los sacerdotes le dijeron: “Mira, nosotros vamos a salir fuera. Tú, majestad, manda poner la comida y el vino mezclado. Luego cierra la puerta y séllala con tu anillo. Si mañana por la mañana, cuando vuelvas, compruebas que Bel no se lo ha comido todo, moriremos nosotros. En caso contrario morirá Daniel por habernos calumniado”. Ellos estaban confiados, porque habían hecho debajo de la mesa un pasadizo secreto por donde entraban siempre a consumir las ofrendas. Cuando salieron ellos, el rey hizo poner la comida ante Bel. Daniel mandó a su criado que trajeran ceniza y la esparcieran por todo el templo, sin más testigos que el rey. Luego salieron, cerraron la puerta, la sellaron con el anillo real y se marcharon. Los sacerdotes llegaron por la noche, como de costumbre, con sus mujeres y sus hijos, y se lo comieron y bebieron todo.

El rey salió muy temprano con Daniel. Le preguntó: “Daniel, ¿están intactos los sellos?”. Él respondió: “Sí, majestad”. Nada más abrir la puerta, el rey miró a la mesa y exclamó a voz en grito: “¡Qué grande eres, Bel. No hay en ti ningún engaño!”. Daniel se echó a reír, detuvo al rey para que no entrara dentro y le dijo: “Mira al suelo y comprueba de quién son esas huellas”. El rey contestó: “Veo huellas de hombres, de mujeres y de niños”. Enfurecido el rey hizo arrestar a los sacerdotes con sus mujeres y sus hijos, y ellos le mostraron las puertas secretas por donde entraban a comer lo que había sobre la mesa. El rey mandó matarlos y entregó a Bel en poder de Daniel, el cual lo destruyó junto con su templo.

DANIEL 14, 1-22 / foto: Ídolo de Oro de 'Indiana Jones en busca del Arca Perdida'

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01 septiembre 2005

Jo sóc l'artista














Job reclama sentit. Demana que Déu ‘faci sentit’. Demana que Déu tingui sentit per si mateix. Els horrors immerescuts que afligeixen Job obren la possibilitat que el Creador sigui o bé dèbil (el satànic pot imposar-se) o puerilment capriciós i sàdic. Déu contesta “des de l’huracà”. Aquesta resposta pren la forma, com tots sabem, d’una allau de preguntes. Jahvè pregunta a Job on era ell al principi, a l’alba esclatant de la creació. Va donar Job l’enlluernador plomatge al paó, va revestir el coll del cavall amb la crinera? “Pots estirar Leviatan amb un ham?” “La pluja té pare?”. La lletania de les preguntes eixorda. Un déu volcànic ha eruptat en la poesia inhumana.

Amb “exhibicionisme complaent” Déu exhibeix els seus èxits i els seus monstres. Quina mena de resposta és aquesta al gran crit de “la innocència humana fonamental”? Un ésser humà turmentat demana comprensió i en canvi se’l fa desfilar per una galeria d’art farcida d’invencions. A nivell immediat, les paraules sortides de l’huracà són una apologia, la més contundent que tenim, de la doctrina coneguda com ‘l’art per l’art’. En l’estètica de la resposta sense resposta a Job, l’’art per part’, o, per ser més exactes, ‘la creació per la creació’ exhibeix la seva enormitat, la seva festiva impertinència envers la humanitat. La negativa de la creació per justificar-se o explicar-se a si mateixa, la negativa del terrissaire de fer-se responsable de l’argila, és implícita en la tautologia de la Bardissa que crema: “Soc el que sóc”.

George Steiner, ‘Gramàtiques de la creació’, 53 / foto: Bardissa Ardent de Moisès

Distracció fatal























Nietzsche cita Luter respecte que la divinitat va crear el nostre univers en un moment de descuit, de distracció. Té analogies estètiques, aquesta broma macabra. Poden haver-hi suspensions de la intencionalitat en el procés artístic. El poeta cau en somieigs o el visiten somnis mentre dorm. No és “ell mateix” sinó que està en trànsit per l’èxtasi (el Ió de Plato) o els narcòtics (com ara Coleridge, Nerval i els surrealistes representatius). El rapsode no vol les seves cançons més belles: n’és el mèdium accidental. En la pràctica de l’’objet trouvé’, percebut, recollit a l’atzar, les taques d’humitat a les parets que inspiren Leonardo, el ‘ready-made’, el tros de fusta de la platja, el còdol suggestiu després de Duchamp, el propòsit és absent. Sorgeixen lineaments no sol·licitats dels gargots. L’escriptura automàtica fa el seu camí. A la música aleatòria la intencionalitat es desplaça a l’intèrpret o l’atzar. S’han inclòs elements de pur atzar en l’art acabat: la mosca enxampada en l’aiguarràs, el bitllet de metro que es desprèn del bitllet de Braque i es queda al collage.

Les mitologies abunden en relats d’una sola però fatal distracció: el nen es banya en les aigües màgiques de la invulnerabilitat però es passa per alt el lloc per on se l’agafa. Els caràcters, les síl·labes que sense voler s’ha deixat l’’impressor’ del món s’escampen pel terra del taller, conjugant, falsificant el sentit desitjat. El misticisme jueu especula que el resultat del lapsus d’un segon de concentració de l’escriba a qui Déu dictava la Torà va ser l’omissió d’un accent, d’un sol signe diacrític. I a través d’aquest erratum, el mal va infiltrar-se a la creació.

George STEINER, ‘Gramàtiques de la creació’, 43 / foto: David HOCKNEY, 'L'esquitxada d'escuma'
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15 agosto 2005

Cada año más minipíxels





De la nueva burguesía espiritual, vestida con camiseta y sandalias, han salido la 'Inteligencia Emocional' o la 'Metrosexualidad'


La desigualdad ya no es lo que era. Antes competíamos por el poder y el lucro: antes estaba claro. Pero la modernidad, desde el Romanticismo hasta la Blogosfera pasando por el Mayo del 68, ha complicado el juego muy mucho. La distinción nos sigue perdiendo, porque es nuestro ADN social (dicen los sociólogos), pero el objeto codiciado ya no es la tierra, el oro o el papel moneda sino "otra cosa" (valores postmaterialistas, dirían los sociólogos).

El viejo ídolo burocrático y estable, formal y ahorrador, ha pasado, siempre según los sociólogos, a mejor vida. Los médicos, jueces, abogados y banqueros ya no impresionan a nadie. Es la hora de los creativos publicitarios, los guionistas, los asesores de imagen, los periodistas y los psicólogos de empresa. De esta nueva burguesía espiritual, vestida con camiseta y sandalias, habrían nacido los grandes eslóganes contemporáneos, como la Inteligencia Emocional o la Metrosexualidad.


Tengan o no razón los sociólogos, lo cierto es que los nuevos vientos ya hace mucho tiempo que soplan en la estética y el arte. La figura griega y medieval del artesano, del buen técnico, cuyos ecos aún se sienten en los impresionistas, Matisse o Picasso, decayó definitivamente ante el artista conceptual, aristócrata que desecha los materiales y pigmentos para consagrarse a la idea, al espíritu, y ofrecerle en sacrificio una "instalación efímera" en algún luminoso museo de arte contemporáneo. Románticos y vanguardistas comparten con entusiasmo este mito nórdico de la belleza interior: el virtuosismo ya no cotiza y todas las acciones se invierten en lo inefable. Del mismo modo en la narrativa nos hemos despedido del héroe clásico y el santo cristiano de anchas espaldas, con sus múltiples encarnaciones hollywoodienses. El nuevo héroe se contempla a sí mismo y se nos presenta orlado de todas las virtudes inestables y neuróticas. Lo que está en juego ya no es el tesoro, la objetividad del valor, sino la personalidad del creador, los tirabuzones que dibujan sus constantes cerebrales.

Nos deberíamos preguntar si estamos ante una revolución de la inmaterialidad. Nuestros estómagos felices se ríen de las mujeres libres y bien alimentadas de Rubens y se contraen silenciosos ante las escuálidas y andróginas Top Models, quienes para preservar su belleza espontánea sufren una esclavitud terrible en cuanto al pan y al vino y a los bienes tangibles en general. René Girard no duda en afirmar que renace el ascetismo, pero no con vistas al Reino de los Cielos sino a la Realización Personal. Es el ascetismo para el deseo. El asceta del deseo consigue lo impensable: ser un mar de apetitos insaciables y no parecerlo. Su paradoja es sumamente fértil. Por dentro tiene un esqueleto que gana en rigidez y opresión. Por fuera muestra una piel versátil y personalizable, cada año con más minipíxels.

JOAN PAU INAREJOS, junio 2005
VER TAMBIÉN HEATH Y POTTER, 'REBELARSE VENDE'

Fuera los trajes





















Wittgenstein cae del caballo: me lo imagino atónito, con un nudo en la garganta en un sanedrín de filósofos analíticos

No existe la verdad, sino los lenguajes. Este descubrimiento "llevó a Wittgenstein al silencio", y de ahí, "al misticismo". El filósofo se olvida de sus antiguas pretensiones en el sentido de construir un lenguaje científico universal. Abandona esta empresa titánica, digna de un Buendía de Cien años de soledad, cuando cae en la cuenta de que incluso la ciencia es un lenguaje, un lenguaje distinto al arte y a la mitología pero un lenguaje al fin y al cabo.

Wittgenstein cae del caballo (me lo imagino atónito, con un nudo en la garganta en un sanedrín de filósofos analíticos) y se le ocurre aquello de que todo son 'juegos del lenguaje'. Es importante señalar que nunca abandona la idea de verdad última, la necesidad de un núcleo incondicional. En sus primeros años, el austríaco buscaba este meollo en la lógica: la lógica hace emerger la racionalidad del mundo, 'imita' las estructuras de la realidad.

El segundo Wittgenstein destierra la idea del 'isomorfismo'. No podemos simplificar la realidad en términos lógicos porque en el camino nos dejamos toda la pulpa. El deje, el gesto, la polisemia, el contexto al fin y al cabo, no es una mera circunstancia del mensaje sino toda su clave interpretativa. Los juegos del lenguaje no son espejismos de multiplicidad, sino que expresan una riqueza irreductible. El investigador ya no encerrará los fenómenos en su cuadrícula. Antes bien, observará el 'espectáculo del mundo' con humildad empirista y se guardará de la verborrea.

Como decía, Wittgenstein no renuncia a la idea de verdad a pesar del caleidoscopio multicolor en que se ha convertido su mundo. En realidad, lo que hace es lanzar el ancla a otra parte, bien lejos. Y así llega al misticismo. Si la verdad no está ninguna parte, está en todas partes. Más allá, o quién sabe si en el corazón de los mil lenguajes, del puzzle de la cultura, de la modernidad líquida, vive lo inefable. La sabiduría secreta.

Tiene que llover mucho, hasta el diluvio de la relativización total, para hacer este silencioso descubrimiento. No es una búsqueda desesperada, sino una paz súbita del alma. Después del bodorrio diurno, de la pompa y el sacramento, llegó la noche de los enamorados. Tú y yo. Y fuera los trajes.

JOAN PAU INAREJOS, octubre 2004 / foto: 'La danza', de Matisse


Nietzsche, tápate los oídos





















Para Schopenhauer, el perdón es el secreto del universo que dormita bajo el mar de Galilea


"El atormentador y el atormentado son idénticos", dice Schopenhauer. "El uno se engaña no creyendo participar en el dolor del otro y éste creyendo ser ajeno a la culpa de aquél. Si ambos fueran curados de su ceguera, el malo reconocería que él vive en el fondo de toda criatura que sufre en el vasto mundo. Y el atormentado comprendería también que todo el mal que se hace o se ha hecho nace de esa voluntad que es su esencia y de la cual sólo es manifestación pasajera. Como tal, ha aceptado todos los dolores consiguientes y deberá soportarlos. Pues, como decía Calderón, "el delito mayor del hombre es haber nacido".

Estas palabras que parecen tan fatalistas esconden una honda sabiduría. Nietzsche decía que "el cristianismo es rebaño" y se reía de todos los pensadores que, como Schopenhauer, ensalzaban la moral cristiana. Y es que Schopenhauer interpreta la compasión como el acto más heroico y solitario posible. Para él, el perdón no es un opio dulzón para cohesionar la comunidad, sino el secreto del universo que dormita bajo las aguas del lago de Galilea. Sin dejar de ser ateo, Schopenhauer queda impresionado por la figura del cristiano, porque es aquel que no se une al linchamiento, que, en palabras de René Girard, rompe el círculo de la violencia mimética. Es el verdadero rebelde, porque su enemigo, aquello a lo que se enfrenta, no es otro hombre, sino el hombre mismo, la condición humana.

¿Qué condición? La Biblia lo llama 'pecado original' y enseguida nosotros nos llevamos las manos a la cabeza y pensamos en una culpa primigenia. Pero este 'pecado' es mucho más: es aquello en lo que consistimos, de lo que estamos hechos. Lo necesitamos porque de él depende todo nuestro color, todo nuestro apetito. Es el mismo impulso que nos lleva a comer y a matar. Perdonar al verdugo, entonces, es romper con las tablas, detener la rueda, salir de la corriente. El perdón, por encima de la justicia, no es la decadencia sino la victoria. ¿El cristiano es el superhombre? Ya oigo a Nietzsche revolviéndose en la tumba.


JOAN PAU INAREJOS, noviembre 2004
foto: 'Jesús en el lago de Galilea', de TINTORETTO

Mentiras al óleo






















Ya estamos maduros para ver tan descabellada una virgen románica, con sus ojos egipcios, como una Venus rosada, con su perfección primaveral.


Se ha dicho que el arte clásico es tramposo, porque nos engaña con burdas imitaciones de la realidad. Pero un arte estafador, un arte meramente ilusionista, habría pasado por la historia sin pena ni gloria. Y no es el caso. Lo clásico fascina, en efecto, pero no porque se parezca mucho a la realidad, sino porque nos hace creer que existe tal realidad.

Esa es la triquiñuela que nos ha tenido boquiabiertos durante siglos: "Existe un mundo ahí fuera, sólido y duradero, lleno de sentido y de consistencia arquitectónica. Yo sólo soy un cuadro, sólo soy el mensajero de esa realidad". El arte nos ha dado, ni más ni menos, tranquilidad ontológica.

Con todo, basta echar una ojeada para percatarse de que el día no amanece con la luz de Lorrain y que indudablemente no atardece con los claroscuros de Caravaggio. Miremos a nuestros vecinos con toda la fantasía posible y aun así no andarán como los filósofos de la Academia de Rafael. Realmente hemos sido ingenuos.
Quizá hemos confundido el arte con una ventana, cuando en realidad es un set, un plató de televisión, una propuesta ficticia sobre cómo podrían ser las cosas. Ya estamos maduros para ver tan descabellada una virgen románica, con sus ojos egipcios, como una Venus rosada, con su perfección primaveral. Será verdad, al fin, que el arte no imita la vida sino al revés. La vida aprende y toma nota del arte, de su escenografía y sus maneras. La pintura de ayer y la pantalla de hoy nos dicen todo el día ‘así, así’, hasta hacernos creer que los árboles son como los árboles de Giorgione y que las túnicas de verdad se pliegan como las de mármol.

Observemos el milagro: a nuestros ojos, los árboles van volviéndose pictóricos y las túnicas se tornan escultóricas. Sin duda el arte no puede imitar nuestra experiencia del mundo, porque ésta no es más que una nebulosa de brumas y destellos hasta que, un día, llegan los pintores con sus pinceles fundadores.

JOAN PAU INAREJOS, octubre 2004
foto: 'Concierto campestre', de GIORGIONE

Las bellezas disociadas






















La voz de la muchacha se recorta en los rascacielos, y su llanto está secreto en el tembleque de los planos de Tokyo


Lost in translation. Charlotte (Scarlett Johansson) habla por teléfono desde la habitación del enorme hotel. Mientras aparecen las panorámicas vidriosas de Tokyo, paisajes urbanos de abstracta melancolía, oímos sollozos femeninos. Podríamos ver directamente a Charlotte, sus lágrimas de universitaria americana desamparada entre los doce millones de habitantes de la megalópolis. Podríamos tener el primer plano de sus ojos rojizos. Pero no. La voz de la muchacha se recorta en los rascacielos, y su llanto está secreto en el tembleque delicado de los planos de Tokyo.

La disociación tiene un enorme poder conmovedor. Vemos una cosa y escuchamos otra. Alguien nos habla y otro alguien -oh, desconcierto- nos toca el hombro por detrás. El arte moderno ha comprendido este fenómeno, y divorcia la línea del color, el tema del estilo. Pensemos en Matisse, en Miró, en los expresionistas. Las figuras están escindidas de sus perfiles, se rebelan contra sus límites.


Nuestras ciudades son tan caleidoscópicas que, o bien nos hundimos en el remolino de la complejidad, o bien nos hundimos en el placer de la disociación. Tras este exagerado dilema, imaginemos Barcelona de noche. El tráfico es agobiante: el enjambre de coches y bocinas rodea una precaria silueta peatonal. El semáforo reverdece en la Diagonal, el peatón se pone los auriculares y he aquí que todo se transforma. A izquierda y derecha se extiende la urbe nocturna, infinitamente alumbrada, mientras él desfila por el paso de cebra con los ensueños del track 3.

JOAN PAU INAREJOS, octubre 2004
foto: Tokyo de noche

14 agosto 2005

Blanco sobre blanco

En el museo de arte moderno de Nueva York, un espectador está contemplando el ‘Blanco sobre blanco’ de Kasimir Malevich. Es una experiencia incómoda. Este cuadro consiste en la superposición de un rombo blanco sobre un fondo blanco, y es el icono más radical de la muerte del arte. Niega toda estética, toda materialidad de la pintura, a favor de la ‘gran nada’. Es tan extrema la soledad de este cuadro que el espectador resuelve hablar con él:

-No te entiendo. ¿Qué eres?
-No me entiendes porque me miras con ojos antiguos. –responde el cuadro- Yo, amigo, soy la pureza del arte.
-Yo no veo pureza. Veo las fibras de la tela, veo la nada.
-Tú lo has dicho.
-¿Intentas decirme que la nada es la culminación del arte? ¿Para eso llevamos tantos siglos pintando, para llegar a la nada?

Y entonces, en el momento decisivo, el ‘Blanco sobre blanco’ calla. El espectador se queda con las ganas de saber quién es el engañador y quién es el engañado. Nadie le responde en el pasillo indiferente. Aturdido y humillado, se encamina hacia el bar del museo. Por lo menos allí huele a café.


JOAN PAU INAREJOS, octubre 2004

Maldita alma


Interesante misterio. Nosotros, polvo del universo, tenemos un alma engreída que dice ser libre. Este alma sueña que vuela, se escapa cuando le dan la lata, chincha al cuerpo para que no haga la siesta y está siempre diciéndonos que somos más elásticos, más aéreos y más creativos de lo que creemos ser. Este alma nos despierta por la noche con ideas bellas o fuego inspirador, y luego nosotros nos las apañamos para poder formularlo. Ella inventa. A nosotros nos toca el trabajo sucio. 

Este alma es la responsable de todos los malentendidos con nuestro cuerpo. Es la que tedice: "tú no eres así, no te fíes del espejo", "no tienes estas orejas ni estos dientes: tal como yo te veo estás hecho de plumas y algodón". Comprobad la cara de tontos que se os queda mientras os susurra de este modo. No sé vosotros, pero yo cualquier día meto el alma en una jaula y me voy a la calle a pasear, a merced de la fuerza de gravedad.

JOAN PAU INAREJOS, octubre 2004

Mondrian en Ikea





















Los emblemas de la revolución sirven para redecorar las vidas de treintañeros urbanitas.



La cultura de masas ha dejado huella en el arte: ahí está el Pop Art con todos sus objetos irónicos. Pero hoy por ti y mañana por mí: el diseño y la publicidad han absorbido a su turno las estéticas vanguardistas. Sin duda, Mondrian quiso decir algo muy profundo con sus retículas de colores planos: lo digo sin sorna. La abstracción geométrica aspiraba a la pureza, a la universalidad, a la construcción de un espacio autónomo. El pintor holandés quería llegar a lo esencial de la pintura mediante líneas rectas y colores primarios.

Pero sus composiciones se han llevado al estampado de camisetas, al diseño de tubos de gomina, o quizá a las cortinas de una habitación estilo Ikea. Los emblemas de la revolución se convierten en chucherías para el consumo, sirven para redecorar las vidas de treintañeros urbanitas. Las vanguardias han entrado en nuestra casa al precio de perder el alma. Y a riesgo de aliarme con el mercado y el capitalismo, me pregunto si las cortinas de Ikea no serán el triunfo involuntario de Mondrian. Al fin y al cabo el alma del arte es mortal, pero sus colores perduran.



JOAN PAU INAREJOS, octubre 2004

Vivan las cenefas
























Ahora que ya estamos liberados, vamos a jugar: éste parece el aroma común de los capiteles corintios, los retablos barrocos, las alfombras persas o las cerámicas modernistas

Después de que nos dijeron los griegos que no hay que esconder el cuerpo humano, que las túnicas y adornos huelen a jerarquía egipcia, después de que nos enseñaron a cincelar torsos y a pintar espaldas femeninas, después de tanto magisterio renacentista y liberador, vamos y nos ponemos a dibujar flores y cenefas. ¿Puede la decoración ser ella misma el tema del cuadro? Muchos artistas lo han visto así: artistas hastiados por siglos de profundidad que deciden abandonarse a los juegos estéticos más frívolos. Como Klimt, que convierte los estampados de la ropa en protagonistas del cuadro. He aquí a un provocador, porque llama la atención sobre la piel del cuadro. Nos distrae con anémonas y corales, collares y pulseras, redes y algas. ¿Y dónde está la perla? No está. Para indignación de muchos, Klimt ofrece seducción pura, deleite visual, torbellino de golosinas.

Ahora que ya estamos liberados, vamos a jugar. Ésta parece ser la consigna de los hippies de todas las épocas, el aroma común de los capiteles corintios, los retablos barrocos, las alfombras persas o las cerámicas modernistas: juguemos. Pero hay un fondo de amargura en todos los juguetones. Los musulmanes no pueden ver a Dios, y se refugian en las tramas y tejidos. La blanca pared, la tela desnuda, se llenan de sueños vegetales y deseos filamentosos. Cuando Rafael y Michelangelo ya han pintado todo lo que tenían que pintar, la ambición renacentista se deshincha. Y entonces brotan los colores venecianos, las vírgenes españolas, las túnicas de El Greco. Los artistas pierden la inocencia y se libran a un frenesí creador, como si tanta flor y tapiz pudiera ahogar el íntimo desencanto. Los dioses se van muriendo de viejos pero los nietos, esos niños de ojos morados, juegan con sus preciosas mortajas.


JOAN PAU INAREJOS, octubre 2004

foto: 'La virgen', de Gustav KLIMT

Las imágenes decapitadas



















"La imagen polisémica escandaliza a las mentes puristas como una mujer abierta de piernas"

El mérito primitivo de la religión es estimular la imaginación, avivar el pensamiento figurativo. El relato mítico convierte el caos de pulsiones abstractas en un paisaje exterior. Carencia y deseo, impulso sexual, hambre y sed, se ordenan en un sistema de imágenes. La religión estetiza los conflictos interiores. Con el figurativismo, la psicología se proyecta en el cosmos en un movimiento de liberación o ‘descarga’ que corresponde a la creatividad y la producción. Gracias al mito y al objeto artístico nos hacemos ‘espectadores’ de nuestros miedos y anhelos. Podemos objetivarlos, adorarlos o reírnos de ellos.


Cuando la humanidad toma conciencia de estos mecanismos empieza a recelar de la imaginería. La crítica a la religión ‘fabuladora’ se inicia en el protestantismo y culmina en la Ilustración y la filosofía de la sospecha. Los protestantes creen que la imagen es una mera ‘intermediaria’ entre el hombre y la verdad, y que como tal debe ser suprimida: principio de economía.

Lo que olvidan los iconoclastas es que la imagen es mucho más que mensajera. Captura el mundo con más eficacia que el concepto, porque además de ‘significar’ tiene una materialidad propia. No la podemos reducir a una única interpretación. Ulises no es sólo la nostalgia. Es Ulises. Pero la imagen polisémica escandaliza a las mentes puristas como una mujer abierta de piernas. Los escandalizados ganan terreno y la psicología absorbe de nuevo el cosmos mitológico. Afrodita vuelve a ser libido. El titán vuelve a ser instinto. El individuo retoma el yugo de la responsabilidad moral y la consecuencia, dice Freud, es el conflicto neurótico. El grito de Munch.

El afán fabulador sigue vivo en lo más hondo, pero tiene un enemigo poderoso: la conciencia crítica, la sospecha, los cordura positivista. La modernidad, desde el ascetismo de Calvino hasta la abstracción de Mondrian, es una epopeya triste. Nos enseña la trastienda de la religión y merma todo su hechizo: 'era esto’. El intelectualismo es el fruto infeliz de la modernidad escéptica. Podemos decir que nos ‘libera’ en el sentido que nos hace conscientes de nuestras propias trapacerías y autoengaños. Pero no nos cura de los conflictos interiores como sí lo hacen las ficciones religiosas. ‘Tienes razón pero no me sanas’, dice el alma enferma.


JOAN PAU INAREJOS, septiembre 2004
foto: 'Destrucción de Babilonia' en un Beato medieval


La humildad empirista

























Ellos (los europeos) hablan del mundo como si lo tuvieran a sus pies; en cambio nosotros (en las islas británicas) vivimos entre agua y niebla y sabemos que no hay verdad sino destellos

El empirista recela de la lógica pura y de los razonamientos formales. Ya los nominalistas se mostraban hastiados ante el diálogo de besugos de los escolásticos. ‘Si A, entonces B. A. Luego, B’. Los silogismos llegaban a justificar verdades teológicas mediante concatenaciones de laboratorio. Así fue con Tomás de Aquino y también, de modo más refinado, con Descartes.

Santo Tomás tiene enfrente a los nominalistas ingleses. Guillermo de Ockam critica el matrimonio escolástico de fe y razón. Según él, hay que separar las verdades físicas de las verdades divinas. Las primeras son observables y la razón las puede comprender. ¿Y las segundas? Son competencia exclusiva de la creencia, de la confianza. Hablar de ellas es palabrería, verborrea. Son irracionales e incluso pueden llegar a contradecir la razón. En el misticismo, por ejemplo, se experimenta la unidad de los contrarios y la sabiduría inefable.

Curiosa vuelta de tuerca. Mediante sus métodos escépticos y antiteológicos, los nominalistas devuelven un lugar de honor a la experiencia religiosa subjetiva. Guillermo de Ockam rompe con Santo Tomás y vuelve a San Agustín, a la fe emancipada de la filosofía. Los alumnos rebeldes de la escolástica preparan, sin quererlo, la pólvora romántica del Renacimiento.

En el siglo XVII el racionalismo metafísico se reencarna en René Descartes. El filósofo francés da un carpetazo al platonismo lírico renacentista y vuelve a sistematizar las ideas de Dios, el alma y el cosmos. No son ideas locas, intuciones místicas, sino productos nítidos del raciocinio. ‘Pienso, luego existo. Como pienso, pienso en la idea de Dios: mi creador. Como ser supremo bondadoso, Dios crea el mundo físico y es mi garantía de verdad. Él me gradúa como científico’.

Los ingleses vuelven a la carga contra la teología continental. Berkeley y Hume de un modo especial se rebelan contra la soberbia de Descartes, Leibniz y Spinoza. Ellos (los europeos) son filósofos de la ‘objetividad’, hablan del mundo como si lo tuvieran a sus pies o como si lo leyeran en el Libro de la Vida. En cambio nosotros (en las islas británicas) vivimos entre agua y niebla y sabemos que no hay verdad sino verdades, destellos de subjetividad, percepciones particulares.

Bien es verdad que los empiristas legitiman y promueven la revolución científica: Bacon, Galileo, Newton y tantos otros siguen sus pasos. Defienden la dignidad de los sentidos, de la observación directa, la filosofía ‘al aire libre’.

Pero quien consagra la ciencia como nueva religión y cuerpo de dogmas es un francés, Auguste Comte. El padre del positivismo interpreta la historia de la ciencia como una epopeya que nos saca del caos de las sensaciones para conducirnos al paraíso de los hechos objetivos, como quien, con un puñado de musgo y madera, fabricase un belén y lo congelara como retablo definitivo.

Aunque parezca lo contrario, Comte tiene más genes de Tomás y Descartes que de los empiristas ingleses. Su cielo es el del absolutismo: el enorme sol de la Francia monárquica. La razón como centro ordenador. A Comte le faltan todas las virtudes del científico inglés: frescura, humildad, ironía, escepticismo. El positivismo es arrogancia sin límites, una enésima versión de la filosofía de la objetividad.

En el fondo, Comte no es un científico, sino un teólogo. Suerte que donde hay niebla siempre asoman la duda, la libertad y la posibilidad.


JOAN PAU INAREJOS, septiembre 2004
foto: 'El Astrónomo' de Jan VERMEER


Crear y conservar: ¿dos morales?

 JOAN PAU INAREJOS
Sin la energía creadora, los traqueteos de la moral cerrada oxidarían la sociedad
El instinto social más poderoso es la conservación. Por eso, dice Bergson, hay una ‘moral cerrada’ totalmente imprescindible, que nos dota de la infraestructura de igualdad y justicia que necesitamos. El código penal, la corrección política, el reparto de los bienes, el contrato social, el respeto mutuo: nuestra red de protección. Sin embargo, hay un instinto más raro que, cuando se abre paso consigue arrastrar a la humanidad tras de sí. Es el instinto creativo o, dicho en el lenguaje de Bergson, la ‘moral abierta’. 
Más allá de la necesidad y la estrechez, más allá del estado de carestía de la moral cerrada, los creadores morales rompen las tablas antiguas y se convierten en revolucionarios culturales. ¿Quiénes son estos creadores morales? Depende de a quién se lo preguntemos. Para Kierkegaard, el ejemplo más sublime es Abraham. El ‘padre de la fe’ estaba dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac a sabiendas de que significaba la ruptura frontal con la ética. Abraham ‘pasó a la otra orilla’: abandonó la seguridad del estadio ético para adentrarse en la incertidumbre del estado religioso. 

Y si Abraham ‘crea’ el valor de la fe en los mundos politeístas, Jesucristo, dice Bergson, desborda la antigua moral del judaísmo. ‘Habéis oído que se dijo: ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos’. Esta frase de Jesús recoge la novedad celular del cristianismo, una moral abierta del amor y el perdón que supera el sentido judío de la justicia. El cristiano es libre porque está dispuesto a morir en el circo. La ‘obra de arte’, el Reino de los Cielos, está por encima de la propia conservación. 
En el lenguaje de Nietzsche, la moral cerrada es la de los esclavos, mientras que la moral abierta pertenece al ‘señor’ o superhombre. Este héroe solitario es la versión pagana del ‘santo’ de Kierkegaard, Scheler y Bergson si lo contemplamos como artista de los valores. El superhombre desprecia la moral de grupo, odia el gregarismo cristiano, y frente a los peajes de la caridad y la fraternidad enarbola la libertad del espíritu. Su moral es abierta porque no está al servicio de la comunidad sino de la fuerza interior. 

Pero los fuegos artificiales necesitan ser vistos, y el superhombre no es sólo una explosión de personalidad. Cuando Zaratustra dice ‘no mi sigáis’, ya se ha convertido en un faro para la comunidad. Todo aquel que construya sentido, sobre todo en épocas de crisis, ya sea héroe, santo, profeta o superhombre, concita la atención de los demás. No deja indiferente. Dice Saint-Exupéry que ‘el mundo entero se aparta ante un hombre que sabe adónde va’. 
Sin la energía creadora, los traqueteos de la moral cerrada oxidarían la sociedad. La supervivencia es prioridad absoluta, pero el ser humano parece soñar siempre con el riesgo. Quizá piensa, como Hölderlin, que ‘donde hay peligro florece la salvación’.

JOAN PAU INAREJOS, agosto 2004
foto: Dios de Michelangelo en la Capilla Sixtina

Los valores aguafiestas


Querido lector:

Déjame comenzar con una frase dura. Nuestro dramático sentido de la libertad, nuestro ‘superávit pulsional’, que diría Arnold Gehlen, apenas deja lugar a los valores.

¿Qué son los valores? Son actitudes en firme, verdades interiores, pequeños tesoros del ser infinitamente preciosos en el mar del escepticismo global. Pregúntate: ¿cuáles son mis valores?, y enseguida tu voz interior balbuceará, gemirá vaguedades y generalidades.


También quien escribe siente todo esto. También quien escribe tiene miedo a los principios, porque son cosas indefinibles que queman en las manos. ¿En qué creo? ¿Qué defiendo? ¿Cómo dar nombre a lo esencial? Planea sigilosa la amenaza de la letra escarlata: la efe del fundamentalismo.


Y es que a nuestra silueta nerviosa no le gustan las fotos. En efecto, somos lo que decidimos, somos acción, relación con los demás, actitud ante la vida. ¿Qué pintan aquí los valores? Son entelequias afectivas, objetos pesados y caros de una tienda de antigüedades. Si me defino empieza mi decadencia.


Entre tú y yo: quizá deberíamos reconocer que eso que llamamos valores son ovnis en nuestras latitudes. Son noúmenos, ‘realidades en si’ divorciadas con lo humano. Nuestro ecosistema es el de la compañía, el cuidado, el suave juego de las máscaras, el trabajo, la seducción, la dedicación, el aprendizaje, el entretenimiento: mundos alegres que juegan lejos del viejo Platón.

Entonces, ¿por qué aún hablamos de ‘amor, de ‘familia’, de ‘amistad’? La lupa sincera dice: el amor es voluble, el sentido de la familia es intermitente. ¿Quiénes son los amigos? ¿Por qué estas atrevidas hipótesis? ¿Por qué un arco iris de distintas fidelidades y gratificaciones recibe el mismo nombre rimbombante?

Siento inquietarte con preguntas tan graves. Pero quiero precisar que, si bien somos torpes para sentir la identidad, estamos abocados a actuar, ante los demás y ante nosotros mismos 'como si la tuviéramos'. Llámalo drama, hipocresía. Tensión existencial. Fuente de la neurosis. O definitivamente, dale la vuelta. Veamos, tú eres padre, ¿verdad?

-Sí, tengo una niña.

Eres una persona como cualquier otra. Dudas, titubeas, tienes la misma constitución gelatinosa que cualquiera. Sin embargo, delante de los hijos debes blandir entereza, seguridad, resolución. No es ningún engaño, no es un drama. Disimular el alma líquida es tu forma de querer a la pequeñuela.


De los valores podemos decir lo mismo que San Agustín sobre el tiempo: ‘sólo sé lo que es cuando no me lo preguntan'. No son simples ideales, porque dejan huellas físicas, modelan grupos, familias, relaciones. Accionan la materia dormida, dibujan caminos en la niebla, y en cambio no sabríamos decir nada sobre ellos.


Demasiada verborra, ¿verdad?

-Confieso que sí.

Si quieres siéntate en el sofá y entristécete por no sentir en el corazón la llama del valor. Paladea bien la melancolía.

-Lo siento, tengo que ir a bañar a la niña.


JOAN PAU INAREJOS, agosto 2004
foto: Mr Incredible (Disney)

Cara y cruz del excéntrico














Si mis ansias ya no están puestas en lo mundano, si lo he objetivado al máximo, siento una triste indiferencia


Según Helmut Plessner, la posición del ser humano respecto a si mismo y a su entorno es una posición 'excéntrica'. El ser humano no vive desde un centro instintivo sino que contempla las cosas desde la periferia: desde su yo. Mi posición ex-céntrica (periférica) respecto al mundo me permite objetivar los dolores y temores: están ahí, 'no son yo'. La ex-centricidad es la base de todo pensamiento trascendente, de toda orientación 'abierta' del ánimo. Permite un sano desapego de lo mundano y un libre ensimismamiento. Cuando el mundo es hostil puedo salir de él.


Pero el reverso de la libertad interior, del anclaje en la trascendencia, es la falta de compromiso con el mundo. Si mis ansias ya no están puestas en lo mundano, si lo he objetivado al máximo, siento una triste indiferencia por las cosas terrenales, de pronto empapadas de irrealidad, como neblina incierta. Me vuelvo torpe para el trabajo y la justicia, para el esfuerzo y el progreso. Todas las virtudes ilustradas y humanistas suenan distantes a mis oídos excéntricos, mientras me voy alejando del centro como un navío libre y triste...

JOAN PAU INAREJOS, julio 2004
foto: Edward HOPPER: 'The long leg'

¿Te gusta conducir?















Hemos olvidado los fines en la nebulosa del escepticismo para abrazar con fervor el corpus ritualístico de la cultura

Ninguna de las acciones del obrero es la 'acción clave' para construir el edificio, sino que cada una de ellas toma sentido en la cadena de construcción. Ningún ladrillo es necesario, pero "cada ladrillo es un hecho de trabajo objetivamente disciplinado", dice Arnold Gehlen.

El andamiaje cultural necesita una disciplina de actuación, una forma programada de responder a los deseos sociales y personales. Cuando esto se acentúa nos encontramos con un verdadero 'culto a la forma', al medio, a los raíles, a los ladrillos. Es lo que en el mundo periodístico se llama 'mediacentrismo': la red informativa atrae el interés sobre sí misma, 'el medio es el mensaje'. Vivimos el auge del formalismo. Curioso proceso: hemos olvidado los fines y contenidos en la nebulosa del escepticismo para abrazar con fervor el corpus ritualístico de la cultura.

Las conductas se han secularizado, porque ya no creemos en dioses metafísicos e ideológicos pero los seguimos adorando con más devoción que nunca. Las carreteras, los hilos, los píxels, en definitiva la 'textura' visible de la cultura es hoy la estética más aclamada. No importa donde vayas. La pregunta es: ¿te gusta conducir?

JOAN PAU INAREJOS, julio 2004