Unos peluqueros libios me afeitaban la barba, mientras en las tiendas de afuera se arremolinaban corrillos de chicas de color berenjena. Todas cuchicheaban y se vestían mano a mano, ciñéndose la cintura, mesándose el pelo, enrollándose en las faldas. Se reían como bobas, como niñas asustadas en la noche, con el alma a rayas rosas. Corrían nudos y pendientes, agujas y agujeros.
27 diciembre 2005
La barbería
Unos peluqueros libios me afeitaban la barba, mientras en las tiendas de afuera se arremolinaban corrillos de chicas de color berenjena. Todas cuchicheaban y se vestían mano a mano, ciñéndose la cintura, mesándose el pelo, enrollándose en las faldas. Se reían como bobas, como niñas asustadas en la noche, con el alma a rayas rosas. Corrían nudos y pendientes, agujas y agujeros.
14 diciembre 2005
Olvida, ¡rápido!
En la sociedad agraria, antes de que fuéramos modernos, no sobraba nada: la basura era abono. Tampoco sobraba nadie: todos tenían algo que ofrecer y bastaba con empuñar la azada o saber recoger fruta para que todos tuvieran un plato en la mesa.
Todos tenían algo que hacer.
Pero llegó la modernidad y la minería y la industria, que ya no reciclan ni integran, sino que generan basura material y basura humana. Si no les sirves para producir, eres un parado y, junto con los enfermos y ancianos, devienes estorbo. Hoy todos estamos o produciendo basura o en trance de convertirnos, tarde o temprano, en basura humana.
Y fabricamos coches que seis meses después de salidos de fábrica son viejos.
Porque la lógica de la modernidad es generar desperdicios, una lógica que culmina en la histeria de la moda y que te obliga a tirar ropa o muebles en perfecto estado.
Porque ya no son modernos.
Porque la modernización siempre es compulsiva, no es racional, aunque la disfracen de razonable cuando nos la venden o nos la imponen. Los que mandan siempre están creando un nuevo orden moderno que sustituirá al anterior siempre anticuado.
¿Quién gana al imponer ese afán?
La modernización compulsiva afianza el dominio de una minoría que decide la modernidad. Al imponer el cambio del sistema, esta minoría deja fuera a los que no encajan por demasiado viejos o demasiado jóvenes, o demasiado tontos o demasiado listos...
¿Puedes sobrar por ser demasiado listo?
La cultura hoy no consiste en la capacidad de aprender sino en la habilidad para olvidar. Si no olvidas rápidamente lo que sabes para aprender lo nuevo, te conviertes en redundante y estarás en la lista de despedidos del próximo expediente de crisis. Así que es mejor olvidar lo que sabes.
¿Lo aprendido puede llegar a estorbar?
¿Acaso no es un estorbo para una empresa el trabajador que se empeña en hacer algo con perfección artesana? ¿No sería un engorro para una fábrica de coches que un equipo fabricara uno que durara toda la vida? ¡Si lo que quieren es vender! La calidad molesta.
Se impone la fungibilidad planificada.
Esa mentalidad de la sociedad líquida en la que vivimos también se ha contagiado a la pareja: antes tu pareja era lo más sólido en tu existencia. Hoy el afán modernizador convierte a tu pareja en algo que también queda desfasado cada temporada. El matrimonio de por vida está anticuado y se impone un matrimonio con contrato basura.
Media nación se divorcia de la otra media.
Y así convierte todavía en más precario el equilibrio vital: a nuestro alrededor esa modernización espasmódica transforma todo en pasajero, en líquido. El medio ambiente forma parte de lo antiguo y destinado a desaparecer, a ser basura, y en la basura los humanos vivimos sujetos a relaciones sin garantías... Empezando por las laborales.
Sin compromiso.
Si me haces ganar dinero o placer, te mantengo, si no, te echo y punto. La noción de compromiso, que era el eje de la confianza mutua, se ha convertido en paleolítica, porque dificulta esa modernización compulsiva. Y esa falta de compromiso genera también en la pareja y en la familia personas redundantes: gente que sobra por doquier. Todos sobramos o algún día sobraremos.
¿Qué hacer con tanta gente sobrante?
Cuando comenzó la modernidad, los problemas locales en la metrópolis causados por esos seres redundantes - el parado, el inválido, el alcohólico, el delincuente, la puta vieja, la mujer abandonada y sola, el loco, el desviado político...- eran resueltos de modo global: la basura humana se enviaba a colonias.
Así nacieron América y Australia.
El hispano muerto de hambre hacía las Américas o el presidiario galés era desterrado a Australia. ¿Pero dónde facturar hoy a todos esos sobrantes humanos?
Zygmunt BAUMAN entrevistado por Lluís AMIGUET, 'La Vanguardia', 13/12/05
07 diciembre 2005
Crazy Frog
La historia de la rana loca, la reina del politono para teléfonos móviles, arranca en 1997 y va camino de convertirse en el paradigma del advenimiento de 'lo inconsistente' como nueva corriente cultural.
Your song
El cine, la televisión, los discos, los libros y revistas, se confunden ya con el paisaje real, configurando esa segunda naturaleza en la que una secuencia, una canción o un anuncio se incrustan en nuestra biografía como una puesta de sol, un día de perros o un hallazgo fortuito.
La inclusión de estos fragmentos (ajenos) en nuestro discurso dirario y artístico ha dejado ha dejado de ser una cita para convertirse en una apropiación hasta cierto punto inevitable. La película ‘Moulin Rouge’ lo ilustraba burda pero contundentemente: cada vez que alguien quiere expresar algo íntimo, tan sólo salen de su boca clásicos bobalicones de la Frecuencia Modulada.
‘Your song’ no es homenajeada por el hecho de que Ewan McGregor la repita incesantemente. Es, por el contrario, señalada como un lugar común, un tópico conveniente, como esas postales navideñas u hospitalarias que suplantan nuestros verdaderos sentimientos.
04 diciembre 2005
El pallasso
Davant nostre s’estén un saló sense final, empedrat de trones i canelobres. Els reis estan dormint, diu el pallasso. Mai se sap si fa broma o parla de debò.
26 septiembre 2005
Los jóvenes suicidas
DENIS DE ROUGEMONT
“Quieren llegar directamente al Amor por el amor, sin ningún intermediario; zozobrando entonces, como Ícaro cayó”
Es el dogma de la Encarnación lo que distingue radicalmente la mística ortodoxa de la herética. Es él quien da un sentido totalmente diferente a la palabra 'amor' en los dos casos. Los herejes cátaros oponen la Noche al Día como lo hace el Evangelio de Juan. Pero el Verbo del Día, para ellos, no se ha revestido de la forma de la Noche: no 'se ha hecho carne'. No quieren que el Día perfecto se comunique a nosotros a través de la vida. No creen en la humanidad de Cristo.
Quieren llegar directamente al Amor por el amor, y de la Noche al Día sin ningún intermediario. Zozobrando entonces, como Ícaro cayó. El que quiera llegar a Dios sin pasar por Cristo, que es el 'camino', ése va hacia el Diablo, decía enérgicamente Lutero.
Ignoran que la Noche es la Cólera de Dios, y no la obra de un oscuro demiurgo. Y de ahí que la confusión entre el Eros divinizante y el Eros preso del instinto fuera fatal. De ahí que la pasión 'entusiasta', a joy d'amor de los trovadores, debía fatalmente desembocar en la pasión humana desgraciada.
Ese amor imposible dejaba en el corazón de los hombres una quemadura inolvidable, un ardor verdaderamente devorador, una sed que sólo la muerte podía extinguir. Fue la 'tortura de amor' lo que se pusieron a amar por sí misma. La pasión de los 'perfectos' quería la muerte divinizante. La sed que deja en el corazón de los hombres sin fe, pero trastornados por su ardiente poesía, buscará ya sólo en la muerte la suprema sensación.
La superación, a partir de ese momento, ya no es sino exaltación del narcisismo. Ya no se dirige a la 'liberación' de los sentidos sino a la dolorosa 'intensidad' del sentimiento. Intoxicación por el espíritu. La historia de la pasión de amor, en todas las grandes literaturas, desde el siglo XIII hasta nuestros días, es la historia de la degradación del mito cortés en la vida 'profanada'. Es el relato de las tentativas cada vez más desesperadas que hace Eros para reemplazar la trascendencia mística por una intensidad emocional.
Pero, grandilocuentes o quejosas, las figuras del discurso apasionado, los 'colores' de su retórica, no serán nunca sino exaltaciones de un crepúsculo, promesas de gloria jamás cumplidas...
DENIS DE ROUGEMONT, El amor y occidente, 176 / foto: 'Ofelia' de John Everett MILLAIS
Fantasías de casada
Estamos dentro de un amable hogar burgués. Todo permanece en orden y calmado. En la blanca pared se recorta la silueta embarazada de la señora de la casa. Imposible dudar de su condición de fiel esposa, erguida y monumental sobre sus largas faldas. Pero ha pasado algo. Lo vemos en su rostro. Es la ‘Joven de azul leyendo una carta’, de Vermeer.
En el corazón mal casado de la ‘chica de azul’ late el ardor del adulterio, la fantasía disociadora como lo opuesto a los rigores corporales y jurídicos del matrimonio. Fue el cristianismo quien instituyó el matrimonio como la imagen del amor perfecto (ágape), de Cristo encarnado en su Iglesia. El cristianismo, según Denis de Rougemont, precipta “el abandono del egoísmo, del yo de deseo y angustia”. Se acabó el Big Bang, el deseo angustioso, y llegó la querida inercia de los planetas.
Pero los casados siguen soñando con el riesgo (eros). Su ansiedad aguda, la claustrofobia del alma prisionera del cuerpo, viene lejanamente de Platón y cristaliza en el siglo XII con la herejía cátara. La ‘carta del amante’ de los albigenses introduce el desorden en el hogar de la cristiandad, destruye por dentro el pacto familiar, y es brutalmente reprimida. “La cruzada contra los albigenses destruyó las ciudades de los cátaros, quemó sus libros, masacró y quemó a las poblaciones que los amaban, violó sus santuarios”. “Y si embargo”, dice Rougemont “aún somos tributarios de esa cultura y de sus doctrinas fundamentales, más de lo que se suele imaginar”: lo atestigua la ‘chica’ de Vermeer y todos los espiritualismos modernos, que hallan eco en el cine y en los best sellers.
"La condena de la carne, en que algunos quieren ver hoy día una característica cristiana, es de hecho de origen maniqueo y herético”. La náusea vegetariana, las estéticas formalistas y abstractas, el mito de la pasión y la belleza interior, són síntomas claros de que también nosotros, como los herejes cátaros, estamos mal casados.
JOAN PAU INAREJOS, sobre el libro de DENIS DE ROUGEMONT, ‘El amor y occidente’, 84 / foto: 'Chica de azul leyendo una carta', de Jan Vermeer
En una noche oscura
La mística utiliza el lenguaje pasional, y esto fue interpretado generalmente según la superstición materialista. Se ha 'remitido' todo lo que se podía -y un poco más- al instinto sexual 'desviado'. El siglo XIX, en conjunto, no es nunca tan feliz como cuando puede 'remitir' lo superior a lo inferior, lo espiritual a lo material, lo significativo a lo insignificante. Ya eso le llama 'explicar'. Que sea, las más de las veces, al precio de las peores renuncias al sentido crítico no tengo que mostrarlo aquí en detalle.
15 septiembre 2005
Obsesionados con los incestos
¿Qué queda del marxismo? Corea del Norte y algún que otro departamento irreductible de estudios culturales en algunas universidades. Eso es todo. En la ciencia el marxismo no ha dejado ninguna huella. Y lo que está ocurriendo ahora en el campo de la neurociencia deja a Freud como una superstición del siglo XVIII. Sus ideas son irrelevantes. La gente está interesada en las obras de los pensadores que hablan de la realidad desde un punto de vista científico. Se han cansado de saber quién durmió con quién un fin de semana hace cien años y cómo esa canita al aire influyó en la poesía. El intelectual tradicional, alejado de la ciencia y sus descubrimientos, es hoy un ser profundamente infeliz.
John BROCKMAN entrevistado en el suplemento ‘Culturas’ de ‘La Vanguardia’, 15-09-2005 / foto: Ferdinand HODLER, 'El cansancio de vivir'
Autómatas con sombrero
Jordi PIGEM, “El síndrome de Dawkins”, suplemento ‘Culturas’ de ‘La Vanguardia’, 15-09-2005 / foto: René MAGRITTE, 'Tiempo de cosecha'
La muerte, esa superstición
La mente, el alma, la substancia, el yo, todas esas entelequias son inventos de la gramática y sólo tienen utilidad funcional si nos sirven como trampolín para saltar más allá del yo, más allá de la mente y más allá de la sustancia, hacia ‘lo místico’, allí donde la infinitud diluye las separaciones. Allí - dicho sea de paso- donde la muerte es mera anécdota.
Salvador PÁNIKER, “Un nuevo humanismo”, suplemento ‘Culturas’ de ‘La Vanguardia’, 15-09-2005
13 septiembre 2005
Quién se ha comido la ofrenda
Los babilonios tenían un ídolo llamado Bel, al que ofrecían diariamente doce fanegas de flor de harina, cuarenta ovejas y seis toneles de vino. También el rey lo veneraba y todos los días iba a adorarlo. Daniel, en cambio, adoraba a su Dios. El rey le preguntó: “¿Por qué no adoras a Bel?”, y él respondió: “Porque yo no venero a ídolos de fabricación humana, sino al Dios vivo, creador de cielo y tierra y señor de todos los vivientes”.
El rey respondió: “¿Piensas entonces que Bel no es un Dios vivo? Es que no ves todo lo que come y bebe a diario?”. Daniel se echó a reír y dijo: “No te engañes, majestad, eso es de barro por dentro y de bronce por fuera, y jamás ha comido ni bebido nada”. Enfurecido, el rey mandó llamar a sus sacerdotes y les dijo: “Si no me decís quién es el que se come este derroche, moriréis, pero si demostráis que se lo come Bel, morirá Daniel por haber blasfemado contra Bel”.
Daniel dijo al rey: “¡Que se haga como dices!”. El rey se dirigió con Daniel al templo de Bel. Los sacerdotes le dijeron: “Mira, nosotros vamos a salir fuera. Tú, majestad, manda poner la comida y el vino mezclado. Luego cierra la puerta y séllala con tu anillo. Si mañana por la mañana, cuando vuelvas, compruebas que Bel no se lo ha comido todo, moriremos nosotros. En caso contrario morirá Daniel por habernos calumniado”. Ellos estaban confiados, porque habían hecho debajo de la mesa un pasadizo secreto por donde entraban siempre a consumir las ofrendas. Cuando salieron ellos, el rey hizo poner la comida ante Bel. Daniel mandó a su criado que trajeran ceniza y la esparcieran por todo el templo, sin más testigos que el rey. Luego salieron, cerraron la puerta, la sellaron con el anillo real y se marcharon. Los sacerdotes llegaron por la noche, como de costumbre, con sus mujeres y sus hijos, y se lo comieron y bebieron todo.
El rey salió muy temprano con Daniel. Le preguntó: “Daniel, ¿están intactos los sellos?”. Él respondió: “Sí, majestad”. Nada más abrir la puerta, el rey miró a la mesa y exclamó a voz en grito: “¡Qué grande eres, Bel. No hay en ti ningún engaño!”. Daniel se echó a reír, detuvo al rey para que no entrara dentro y le dijo: “Mira al suelo y comprueba de quién son esas huellas”. El rey contestó: “Veo huellas de hombres, de mujeres y de niños”. Enfurecido el rey hizo arrestar a los sacerdotes con sus mujeres y sus hijos, y ellos le mostraron las puertas secretas por donde entraban a comer lo que había sobre la mesa. El rey mandó matarlos y entregó a Bel en poder de Daniel, el cual lo destruyó junto con su templo.
DANIEL 14, 1-22 / foto: Ídolo de Oro de 'Indiana Jones en busca del Arca Perdida'
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01 septiembre 2005
Jo sóc l'artista
Job reclama sentit. Demana que Déu ‘faci sentit’. Demana que Déu tingui sentit per si mateix. Els horrors immerescuts que afligeixen Job obren la possibilitat que el Creador sigui o bé dèbil (el satànic pot imposar-se) o puerilment capriciós i sàdic. Déu contesta “des de l’huracà”. Aquesta resposta pren la forma, com tots sabem, d’una allau de preguntes. Jahvè pregunta a Job on era ell al principi, a l’alba esclatant de la creació. Va donar Job l’enlluernador plomatge al paó, va revestir el coll del cavall amb la crinera? “Pots estirar Leviatan amb un ham?” “La pluja té pare?”. La lletania de les preguntes eixorda. Un déu volcànic ha eruptat en la poesia inhumana.
Amb “exhibicionisme complaent” Déu exhibeix els seus èxits i els seus monstres. Quina mena de resposta és aquesta al gran crit de “la innocència humana fonamental”? Un ésser humà turmentat demana comprensió i en canvi se’l fa desfilar per una galeria d’art farcida d’invencions. A nivell immediat, les paraules sortides de l’huracà són una apologia, la més contundent que tenim, de la doctrina coneguda com ‘l’art per l’art’. En l’estètica de la resposta sense resposta a Job, l’’art per part’, o, per ser més exactes, ‘la creació per la creació’ exhibeix la seva enormitat, la seva festiva impertinència envers la humanitat. La negativa de la creació per justificar-se o explicar-se a si mateixa, la negativa del terrissaire de fer-se responsable de l’argila, és implícita en la tautologia de la Bardissa que crema: “Soc el que sóc”.
George Steiner, ‘Gramàtiques de la creació’, 53 / foto: Bardissa Ardent de Moisès
Distracció fatal
Nietzsche cita Luter respecte que la divinitat va crear el nostre univers en un moment de descuit, de distracció. Té analogies estètiques, aquesta broma macabra. Poden haver-hi suspensions de la intencionalitat en el procés artístic. El poeta cau en somieigs o el visiten somnis mentre dorm. No és “ell mateix” sinó que està en trànsit per l’èxtasi (el Ió de Plato) o els narcòtics (com ara Coleridge, Nerval i els surrealistes representatius). El rapsode no vol les seves cançons més belles: n’és el mèdium accidental. En la pràctica de l’’objet trouvé’, percebut, recollit a l’atzar, les taques d’humitat a les parets que inspiren Leonardo, el ‘ready-made’, el tros de fusta de la platja, el còdol suggestiu després de Duchamp, el propòsit és absent. Sorgeixen lineaments no sol·licitats dels gargots. L’escriptura automàtica fa el seu camí. A la música aleatòria la intencionalitat es desplaça a l’intèrpret o l’atzar. S’han inclòs elements de pur atzar en l’art acabat: la mosca enxampada en l’aiguarràs, el bitllet de metro que es desprèn del bitllet de Braque i es queda al collage.
Les mitologies abunden en relats d’una sola però fatal distracció: el nen es banya en les aigües màgiques de la invulnerabilitat però es passa per alt el lloc per on se l’agafa. Els caràcters, les síl·labes que sense voler s’ha deixat l’’impressor’ del món s’escampen pel terra del taller, conjugant, falsificant el sentit desitjat. El misticisme jueu especula que el resultat del lapsus d’un segon de concentració de l’escriba a qui Déu dictava la Torà va ser l’omissió d’un accent, d’un sol signe diacrític. I a través d’aquest erratum, el mal va infiltrar-se a la creació.
George STEINER, ‘Gramàtiques de la creació’, 43 / foto: David HOCKNEY, 'L'esquitxada d'escuma'
15 agosto 2005
Cada año más minipíxels
De la nueva burguesía espiritual, vestida con camiseta y sandalias, han salido la 'Inteligencia Emocional' o la 'Metrosexualidad'
La desigualdad ya no es lo que era. Antes competíamos por el poder y el lucro: antes estaba claro. Pero la modernidad, desde el Romanticismo hasta la Blogosfera pasando por el Mayo del 68, ha complicado el juego muy mucho. La distinción nos sigue perdiendo, porque es nuestro ADN social (dicen los sociólogos), pero el objeto codiciado ya no es la tierra, el oro o el papel moneda sino "otra cosa" (valores postmaterialistas, dirían los sociólogos).
El viejo ídolo burocrático y estable, formal y ahorrador, ha pasado, siempre según los sociólogos, a mejor vida. Los médicos, jueces, abogados y banqueros ya no impresionan a nadie. Es la hora de los creativos publicitarios, los guionistas, los asesores de imagen, los periodistas y los psicólogos de empresa. De esta nueva burguesía espiritual, vestida con camiseta y sandalias, habrían nacido los grandes eslóganes contemporáneos, como la Inteligencia Emocional o la Metrosexualidad.
Tengan o no razón los sociólogos, lo cierto es que los nuevos vientos ya hace mucho tiempo que soplan en la estética y el arte. La figura griega y medieval del artesano, del buen técnico, cuyos ecos aún se sienten en los impresionistas, Matisse o Picasso, decayó definitivamente ante el artista conceptual, aristócrata que desecha los materiales y pigmentos para consagrarse a la idea, al espíritu, y ofrecerle en sacrificio una "instalación efímera" en algún luminoso museo de arte contemporáneo. Románticos y vanguardistas comparten con entusiasmo este mito nórdico de la belleza interior: el virtuosismo ya no cotiza y todas las acciones se invierten en lo inefable. Del mismo modo en la narrativa nos hemos despedido del héroe clásico y el santo cristiano de anchas espaldas, con sus múltiples encarnaciones hollywoodienses. El nuevo héroe se contempla a sí mismo y se nos presenta orlado de todas las virtudes inestables y neuróticas. Lo que está en juego ya no es el tesoro, la objetividad del valor, sino la personalidad del creador, los tirabuzones que dibujan sus constantes cerebrales.
Nos deberíamos preguntar si estamos ante una revolución de la inmaterialidad. Nuestros estómagos felices se ríen de las mujeres libres y bien alimentadas de Rubens y se contraen silenciosos ante las escuálidas y andróginas Top Models, quienes para preservar su belleza espontánea sufren una esclavitud terrible en cuanto al pan y al vino y a los bienes tangibles en general. René Girard no duda en afirmar que renace el ascetismo, pero no con vistas al Reino de los Cielos sino a la Realización Personal. Es el ascetismo para el deseo. El asceta del deseo consigue lo impensable: ser un mar de apetitos insaciables y no parecerlo. Su paradoja es sumamente fértil. Por dentro tiene un esqueleto que gana en rigidez y opresión. Por fuera muestra una piel versátil y personalizable, cada año con más minipíxels.
JOAN PAU INAREJOS, junio 2005
VER TAMBIÉN HEATH Y POTTER, 'REBELARSE VENDE'
Fuera los trajes
Wittgenstein cae del caballo: me lo imagino atónito, con un nudo en la garganta en un sanedrín de filósofos analíticos
No existe la verdad, sino los lenguajes. Este descubrimiento "llevó a Wittgenstein al silencio", y de ahí, "al misticismo". El filósofo se olvida de sus antiguas pretensiones en el sentido de construir un lenguaje científico universal. Abandona esta empresa titánica, digna de un Buendía de Cien años de soledad, cuando cae en la cuenta de que incluso la ciencia es un lenguaje, un lenguaje distinto al arte y a la mitología pero un lenguaje al fin y al cabo.
Wittgenstein cae del caballo (me lo imagino atónito, con un nudo en la garganta en un sanedrín de filósofos analíticos) y se le ocurre aquello de que todo son 'juegos del lenguaje'. Es importante señalar que nunca abandona la idea de verdad última, la necesidad de un núcleo incondicional. En sus primeros años, el austríaco buscaba este meollo en la lógica: la lógica hace emerger la racionalidad del mundo, 'imita' las estructuras de la realidad.
El segundo Wittgenstein destierra la idea del 'isomorfismo'. No podemos simplificar la realidad en términos lógicos porque en el camino nos dejamos toda la pulpa. El deje, el gesto, la polisemia, el contexto al fin y al cabo, no es una mera circunstancia del mensaje sino toda su clave interpretativa. Los juegos del lenguaje no son espejismos de multiplicidad, sino que expresan una riqueza irreductible. El investigador ya no encerrará los fenómenos en su cuadrícula. Antes bien, observará el 'espectáculo del mundo' con humildad empirista y se guardará de la verborrea.
Como decía, Wittgenstein no renuncia a la idea de verdad a pesar del caleidoscopio multicolor en que se ha convertido su mundo. En realidad, lo que hace es lanzar el ancla a otra parte, bien lejos. Y así llega al misticismo. Si la verdad no está ninguna parte, está en todas partes. Más allá, o quién sabe si en el corazón de los mil lenguajes, del puzzle de la cultura, de la modernidad líquida, vive lo inefable. La sabiduría secreta.
Tiene que llover mucho, hasta el diluvio de la relativización total, para hacer este silencioso descubrimiento. No es una búsqueda desesperada, sino una paz súbita del alma. Después del bodorrio diurno, de la pompa y el sacramento, llegó la noche de los enamorados. Tú y yo. Y fuera los trajes.
JOAN PAU INAREJOS, octubre 2004 / foto: 'La danza', de Matisse
Nietzsche, tápate los oídos
Para Schopenhauer, el perdón es el secreto del universo que dormita bajo el mar de Galilea
Estas palabras que parecen tan fatalistas esconden una honda sabiduría. Nietzsche decía que "el cristianismo es rebaño" y se reía de todos los pensadores que, como Schopenhauer, ensalzaban la moral cristiana. Y es que Schopenhauer interpreta la compasión como el acto más heroico y solitario posible. Para él, el perdón no es un opio dulzón para cohesionar la comunidad, sino el secreto del universo que dormita bajo las aguas del lago de Galilea. Sin dejar de ser ateo, Schopenhauer queda impresionado por la figura del cristiano, porque es aquel que no se une al linchamiento, que, en palabras de René Girard, rompe el círculo de la violencia mimética. Es el verdadero rebelde, porque su enemigo, aquello a lo que se enfrenta, no es otro hombre, sino el hombre mismo, la condición humana.
¿Qué condición? La Biblia lo llama 'pecado original' y enseguida nosotros nos llevamos las manos a la cabeza y pensamos en una culpa primigenia. Pero este 'pecado' es mucho más: es aquello en lo que consistimos, de lo que estamos hechos. Lo necesitamos porque de él depende todo nuestro color, todo nuestro apetito. Es el mismo impulso que nos lleva a comer y a matar. Perdonar al verdugo, entonces, es romper con las tablas, detener la rueda, salir de la corriente. El perdón, por encima de la justicia, no es la decadencia sino la victoria. ¿El cristiano es el superhombre? Ya oigo a Nietzsche revolviéndose en la tumba.
foto: 'Jesús en el lago de Galilea', de TINTORETTO
Mentiras al óleo
Ya estamos maduros para ver tan descabellada una virgen románica, con sus ojos egipcios, como una Venus rosada, con su perfección primaveral.
Esa es la triquiñuela que nos ha tenido boquiabiertos durante siglos: "Existe un mundo ahí fuera, sólido y duradero, lleno de sentido y de consistencia arquitectónica. Yo sólo soy un cuadro, sólo soy el mensajero de esa realidad". El arte nos ha dado, ni más ni menos, tranquilidad ontológica.
Con todo, basta echar una ojeada para percatarse de que el día no amanece con la luz de Lorrain y que indudablemente no atardece con los claroscuros de Caravaggio. Miremos a nuestros vecinos con toda la fantasía posible y aun así no andarán como los filósofos de la Academia de Rafael. Realmente hemos sido ingenuos.
Observemos el milagro: a nuestros ojos, los árboles van volviéndose pictóricos y las túnicas se tornan escultóricas. Sin duda el arte no puede imitar nuestra experiencia del mundo, porque ésta no es más que una nebulosa de brumas y destellos hasta que, un día, llegan los pintores con sus pinceles fundadores.
foto: 'Concierto campestre', de GIORGIONE
Las bellezas disociadas
La voz de la muchacha se recorta en los rascacielos, y su llanto está secreto en el tembleque de los planos de Tokyo
La disociación tiene un enorme poder conmovedor. Vemos una cosa y escuchamos otra. Alguien nos habla y otro alguien -oh, desconcierto- nos toca el hombro por detrás. El arte moderno ha comprendido este fenómeno, y divorcia la línea del color, el tema del estilo. Pensemos en Matisse, en Miró, en los expresionistas. Las figuras están escindidas de sus perfiles, se rebelan contra sus límites.
Nuestras ciudades son tan caleidoscópicas que, o bien nos hundimos en el remolino de la complejidad, o bien nos hundimos en el placer de la disociación. Tras este exagerado dilema, imaginemos Barcelona de noche. El tráfico es agobiante: el enjambre de coches y bocinas rodea una precaria silueta peatonal. El semáforo reverdece en la Diagonal, el peatón se pone los auriculares y he aquí que todo se transforma. A izquierda y derecha se extiende la urbe nocturna, infinitamente alumbrada, mientras él desfila por el paso de cebra con los ensueños del track 3.
foto: Tokyo de noche
14 agosto 2005
Blanco sobre blanco
-No te entiendo. ¿Qué eres?
-No me entiendes porque me miras con ojos antiguos. –responde el cuadro- Yo, amigo, soy la pureza del arte.
-Yo no veo pureza. Veo las fibras de la tela, veo la nada.
-Tú lo has dicho.
-¿Intentas decirme que la nada es la culminación del arte? ¿Para eso llevamos tantos siglos pintando, para llegar a la nada?
Y entonces, en el momento decisivo, el ‘Blanco sobre blanco’ calla. El espectador se queda con las ganas de saber quién es el engañador y quién es el engañado. Nadie le responde en el pasillo indiferente. Aturdido y humillado, se encamina hacia el bar del museo. Por lo menos allí huele a café.
Maldita alma
Mondrian en Ikea
Los emblemas de la revolución sirven para redecorar las vidas de treintañeros urbanitas.
Pero sus composiciones se han llevado al estampado de camisetas, al diseño de tubos de gomina, o quizá a las cortinas de una habitación estilo Ikea. Los emblemas de la revolución se convierten en chucherías para el consumo, sirven para redecorar las vidas de treintañeros urbanitas. Las vanguardias han entrado en nuestra casa al precio de perder el alma. Y a riesgo de aliarme con el mercado y el capitalismo, me pregunto si las cortinas de Ikea no serán el triunfo involuntario de Mondrian. Al fin y al cabo el alma del arte es mortal, pero sus colores perduran.
JOAN PAU INAREJOS, octubre 2004
Vivan las cenefas
Ahora que ya estamos liberados, vamos a jugar: éste parece el aroma común de los capiteles corintios, los retablos barrocos, las alfombras persas o las cerámicas modernistas
Después de que nos dijeron los griegos que no hay que esconder el cuerpo humano, que las túnicas y adornos huelen a jerarquía egipcia, después de que nos enseñaron a cincelar torsos y a pintar espaldas femeninas, después de tanto magisterio renacentista y liberador, vamos y nos ponemos a dibujar flores y cenefas. ¿Puede la decoración ser ella misma el tema del cuadro? Muchos artistas lo han visto así: artistas hastiados por siglos de profundidad que deciden abandonarse a los juegos estéticos más frívolos. Como Klimt, que convierte los estampados de la ropa en protagonistas del cuadro. He aquí a un provocador, porque llama la atención sobre la piel del cuadro. Nos distrae con anémonas y corales, collares y pulseras, redes y algas. ¿Y dónde está la perla? No está. Para indignación de muchos, Klimt ofrece seducción pura, deleite visual, torbellino de golosinas.
Ahora que ya estamos liberados, vamos a jugar. Ésta parece ser la consigna de los hippies de todas las épocas, el aroma común de los capiteles corintios, los retablos barrocos, las alfombras persas o las cerámicas modernistas: juguemos. Pero hay un fondo de amargura en todos los juguetones. Los musulmanes no pueden ver a Dios, y se refugian en las tramas y tejidos. La blanca pared, la tela desnuda, se llenan de sueños vegetales y deseos filamentosos. Cuando Rafael y Michelangelo ya han pintado todo lo que tenían que pintar, la ambición renacentista se deshincha. Y entonces brotan los colores venecianos, las vírgenes españolas, las túnicas de El Greco. Los artistas pierden la inocencia y se libran a un frenesí creador, como si tanta flor y tapiz pudiera ahogar el íntimo desencanto. Los dioses se van muriendo de viejos pero los nietos, esos niños de ojos morados, juegan con sus preciosas mortajas.
JOAN PAU INAREJOS, octubre 2004
foto: 'La virgen', de Gustav KLIMT
Las imágenes decapitadas
"La imagen polisémica escandaliza a las mentes puristas como una mujer abierta de piernas"
El mérito primitivo de la religión es estimular la imaginación, avivar el pensamiento figurativo. El relato mítico convierte el caos de pulsiones abstractas en un paisaje exterior. Carencia y deseo, impulso sexual, hambre y sed, se ordenan en un sistema de imágenes. La religión estetiza los conflictos interiores. Con el figurativismo, la psicología se proyecta en el cosmos en un movimiento de liberación o ‘descarga’ que corresponde a la creatividad y la producción. Gracias al mito y al objeto artístico nos hacemos ‘espectadores’ de nuestros miedos y anhelos. Podemos objetivarlos, adorarlos o reírnos de ellos.
Cuando la humanidad toma conciencia de estos mecanismos empieza a recelar de la imaginería. La crítica a la religión ‘fabuladora’ se inicia en el protestantismo y culmina en la Ilustración y la filosofía de la sospecha. Los protestantes creen que la imagen es una mera ‘intermediaria’ entre el hombre y la verdad, y que como tal debe ser suprimida: principio de economía.
Lo que olvidan los iconoclastas es que la imagen es mucho más que mensajera. Captura el mundo con más eficacia que el concepto, porque además de ‘significar’ tiene una materialidad propia. No la podemos reducir a una única interpretación. Ulises no es sólo la nostalgia. Es Ulises. Pero la imagen polisémica escandaliza a las mentes puristas como una mujer abierta de piernas. Los escandalizados ganan terreno y la psicología absorbe de nuevo el cosmos mitológico. Afrodita vuelve a ser libido. El titán vuelve a ser instinto. El individuo retoma el yugo de la responsabilidad moral y la consecuencia, dice Freud, es el conflicto neurótico. El grito de Munch.
El afán fabulador sigue vivo en lo más hondo, pero tiene un enemigo poderoso: la conciencia crítica, la sospecha, los cordura positivista. La modernidad, desde el ascetismo de Calvino hasta la abstracción de Mondrian, es una epopeya triste. Nos enseña la trastienda de la religión y merma todo su hechizo: 'era esto’. El intelectualismo es el fruto infeliz de la modernidad escéptica. Podemos decir que nos ‘libera’ en el sentido que nos hace conscientes de nuestras propias trapacerías y autoengaños. Pero no nos cura de los conflictos interiores como sí lo hacen las ficciones religiosas. ‘Tienes razón pero no me sanas’, dice el alma enferma.
JOAN PAU INAREJOS, septiembre 2004
foto: 'Destrucción de Babilonia' en un Beato medieval
La humildad empirista
Ellos (los europeos) hablan del mundo como si lo tuvieran a sus pies; en cambio nosotros (en las islas británicas) vivimos entre agua y niebla y sabemos que no hay verdad sino destellos
El empirista recela de la lógica pura y de los razonamientos formales. Ya los nominalistas se mostraban hastiados ante el diálogo de besugos de los escolásticos. ‘Si A, entonces B. A. Luego, B’. Los silogismos llegaban a justificar verdades teológicas mediante concatenaciones de laboratorio. Así fue con Tomás de Aquino y también, de modo más refinado, con Descartes.
Santo Tomás tiene enfrente a los nominalistas ingleses. Guillermo de Ockam critica el matrimonio escolástico de fe y razón. Según él, hay que separar las verdades físicas de las verdades divinas. Las primeras son observables y la razón las puede comprender. ¿Y las segundas? Son competencia exclusiva de la creencia, de la confianza. Hablar de ellas es palabrería, verborrea. Son irracionales e incluso pueden llegar a contradecir la razón. En el misticismo, por ejemplo, se experimenta la unidad de los contrarios y la sabiduría inefable.
Curiosa vuelta de tuerca. Mediante sus métodos escépticos y antiteológicos, los nominalistas devuelven un lugar de honor a la experiencia religiosa subjetiva. Guillermo de Ockam rompe con Santo Tomás y vuelve a San Agustín, a la fe emancipada de la filosofía. Los alumnos rebeldes de la escolástica preparan, sin quererlo, la pólvora romántica del Renacimiento.
En el siglo XVII el racionalismo metafísico se reencarna en René Descartes. El filósofo francés da un carpetazo al platonismo lírico renacentista y vuelve a sistematizar las ideas de Dios, el alma y el cosmos. No son ideas locas, intuciones místicas, sino productos nítidos del raciocinio. ‘Pienso, luego existo. Como pienso, pienso en la idea de Dios: mi creador. Como ser supremo bondadoso, Dios crea el mundo físico y es mi garantía de verdad. Él me gradúa como científico’.
Los ingleses vuelven a la carga contra la teología continental. Berkeley y Hume de un modo especial se rebelan contra la soberbia de Descartes, Leibniz y Spinoza. Ellos (los europeos) son filósofos de la ‘objetividad’, hablan del mundo como si lo tuvieran a sus pies o como si lo leyeran en el Libro de la Vida. En cambio nosotros (en las islas británicas) vivimos entre agua y niebla y sabemos que no hay verdad sino verdades, destellos de subjetividad, percepciones particulares.
Bien es verdad que los empiristas legitiman y promueven la revolución científica: Bacon, Galileo, Newton y tantos otros siguen sus pasos. Defienden la dignidad de los sentidos, de la observación directa, la filosofía ‘al aire libre’.
Pero quien consagra la ciencia como nueva religión y cuerpo de dogmas es un francés, Auguste Comte. El padre del positivismo interpreta la historia de la ciencia como una epopeya que nos saca del caos de las sensaciones para conducirnos al paraíso de los hechos objetivos, como quien, con un puñado de musgo y madera, fabricase un belén y lo congelara como retablo definitivo.
Aunque parezca lo contrario, Comte tiene más genes de Tomás y Descartes que de los empiristas ingleses. Su cielo es el del absolutismo: el enorme sol de la Francia monárquica. La razón como centro ordenador. A Comte le faltan todas las virtudes del científico inglés: frescura, humildad, ironía, escepticismo. El positivismo es arrogancia sin límites, una enésima versión de la filosofía de la objetividad.
En el fondo, Comte no es un científico, sino un teólogo. Suerte que donde hay niebla siempre asoman la duda, la libertad y la posibilidad.
JOAN PAU INAREJOS, septiembre 2004
foto: 'El Astrónomo' de Jan VERMEER
Crear y conservar: ¿dos morales?
Sin la energía creadora, los traqueteos de la moral cerrada oxidarían la sociedad
Y si Abraham ‘crea’ el valor de la fe en los mundos politeístas, Jesucristo, dice Bergson, desborda la antigua moral del judaísmo. ‘Habéis oído que se dijo: ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos’. Esta frase de Jesús recoge la novedad celular del cristianismo, una moral abierta del amor y el perdón que supera el sentido judío de la justicia. El cristiano es libre porque está dispuesto a morir en el circo. La ‘obra de arte’, el Reino de los Cielos, está por encima de la propia conservación.
foto: Dios de Michelangelo en la Capilla Sixtina
Los valores aguafiestas
Querido lector:
Déjame comenzar con una frase dura. Nuestro dramático sentido de la libertad, nuestro ‘superávit pulsional’, que diría Arnold Gehlen, apenas deja lugar a los valores.
¿Qué son los valores? Son actitudes en firme, verdades interiores, pequeños tesoros del ser infinitamente preciosos en el mar del escepticismo global. Pregúntate: ¿cuáles son mis valores?, y enseguida tu voz interior balbuceará, gemirá vaguedades y generalidades.
También quien escribe siente todo esto. También quien escribe tiene miedo a los principios, porque son cosas indefinibles que queman en las manos. ¿En qué creo? ¿Qué defiendo? ¿Cómo dar nombre a lo esencial? Planea sigilosa la amenaza de la letra escarlata: la efe del fundamentalismo.
Y es que a nuestra silueta nerviosa no le gustan las fotos. En efecto, somos lo que decidimos, somos acción, relación con los demás, actitud ante la vida. ¿Qué pintan aquí los valores? Son entelequias afectivas, objetos pesados y caros de una tienda de antigüedades. Si me defino empieza mi decadencia.
Entre tú y yo: quizá deberíamos reconocer que eso que llamamos valores son ovnis en nuestras latitudes. Son noúmenos, ‘realidades en si’ divorciadas con lo humano. Nuestro ecosistema es el de la compañía, el cuidado, el suave juego de las máscaras, el trabajo, la seducción, la dedicación, el aprendizaje, el entretenimiento: mundos alegres que juegan lejos del viejo Platón.
Entonces, ¿por qué aún hablamos de ‘amor, de ‘familia’, de ‘amistad’? La lupa sincera dice: el amor es voluble, el sentido de la familia es intermitente. ¿Quiénes son los amigos? ¿Por qué estas atrevidas hipótesis? ¿Por qué un arco iris de distintas fidelidades y gratificaciones recibe el mismo nombre rimbombante?
Siento inquietarte con preguntas tan graves. Pero quiero precisar que, si bien somos torpes para sentir la identidad, estamos abocados a actuar, ante los demás y ante nosotros mismos 'como si la tuviéramos'. Llámalo drama, hipocresía. Tensión existencial. Fuente de la neurosis. O definitivamente, dale la vuelta. Veamos, tú eres padre, ¿verdad?
-Sí, tengo una niña.
Eres una persona como cualquier otra. Dudas, titubeas, tienes la misma constitución gelatinosa que cualquiera. Sin embargo, delante de los hijos debes blandir entereza, seguridad, resolución. No es ningún engaño, no es un drama. Disimular el alma líquida es tu forma de querer a la pequeñuela.
De los valores podemos decir lo mismo que San Agustín sobre el tiempo: ‘sólo sé lo que es cuando no me lo preguntan'. No son simples ideales, porque dejan huellas físicas, modelan grupos, familias, relaciones. Accionan la materia dormida, dibujan caminos en la niebla, y en cambio no sabríamos decir nada sobre ellos.
Demasiada verborra, ¿verdad?
-Confieso que sí.
Si quieres siéntate en el sofá y entristécete por no sentir en el corazón la llama del valor. Paladea bien la melancolía.
-Lo siento, tengo que ir a bañar a la niña.
JOAN PAU INAREJOS, agosto 2004
foto: Mr Incredible (Disney)
Cara y cruz del excéntrico
Según Helmut Plessner, la posición del ser humano respecto a si mismo y a su entorno es una posición 'excéntrica'. El ser humano no vive desde un centro instintivo sino que contempla las cosas desde la periferia: desde su yo. Mi posición ex-céntrica (periférica) respecto al mundo me permite objetivar los dolores y temores: están ahí, 'no son yo'. La ex-centricidad es la base de todo pensamiento trascendente, de toda orientación 'abierta' del ánimo. Permite un sano desapego de lo mundano y un libre ensimismamiento. Cuando el mundo es hostil puedo salir de él.
Pero el reverso de la libertad interior, del anclaje en la trascendencia, es la falta de compromiso con el mundo. Si mis ansias ya no están puestas en lo mundano, si lo he objetivado al máximo, siento una triste indiferencia por las cosas terrenales, de pronto empapadas de irrealidad, como neblina incierta. Me vuelvo torpe para el trabajo y la justicia, para el esfuerzo y el progreso. Todas las virtudes ilustradas y humanistas suenan distantes a mis oídos excéntricos, mientras me voy alejando del centro como un navío libre y triste...
JOAN PAU INAREJOS, julio 2004
foto: Edward HOPPER: 'The long leg'
¿Te gusta conducir?
Hemos olvidado los fines en la nebulosa del escepticismo para abrazar con fervor el corpus ritualístico de la cultura
Ninguna de las acciones del obrero es la 'acción clave' para construir el edificio, sino que cada una de ellas toma sentido en la cadena de construcción. Ningún ladrillo es necesario, pero "cada ladrillo es un hecho de trabajo objetivamente disciplinado", dice Arnold Gehlen.
El andamiaje cultural necesita una disciplina de actuación, una forma programada de responder a los deseos sociales y personales. Cuando esto se acentúa nos encontramos con un verdadero 'culto a la forma', al medio, a los raíles, a los ladrillos. Es lo que en el mundo periodístico se llama 'mediacentrismo': la red informativa atrae el interés sobre sí misma, 'el medio es el mensaje'. Vivimos el auge del formalismo. Curioso proceso: hemos olvidado los fines y contenidos en la nebulosa del escepticismo para abrazar con fervor el corpus ritualístico de la cultura.
Las conductas se han secularizado, porque ya no creemos en dioses metafísicos e ideológicos pero los seguimos adorando con más devoción que nunca. Las carreteras, los hilos, los píxels, en definitiva la 'textura' visible de la cultura es hoy la estética más aclamada. No importa donde vayas. La pregunta es: ¿te gusta conducir?
JOAN PAU INAREJOS, julio 2004