23 marzo 2015

'Negociador':
el difícil pacto entre humor y violencia

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 6

A ETA le ha llegado su momento desmitificador. Siguiendo la máxima woodyalleniana que define la comedia como “tragedia más tiempo”, ha bastado el afortunado cese de la violencia y unos años de pacificación social esperemos que definitiva para que los ironistas desenfunden el estilete. Tenía que pasar. Para ser justos, el humor vasco lleva años caricaturizando sin piedad a los villanos encapuchados, pero todavía quedaba algo más delicado por hacer: reírse de los héroes.

El título no engaña: más que a los terroristas o a sus adláteres, la nueva comedia de Borja Cobeaga se dedica sobre todo a desdivinizar y desdramatizar a los hombres de Estado encargados de neutralizarlos. Los tópicos euskaldunes no salen tan mal parados como el mito del estado de derecho y sus resueltos enviados especiales. Ese Negociador con ene mayúscula, que tendemos a imaginar como un inteligentísimo estratega, con el país en la cabeza y un único y metódico objetivo, se convierte en un prosaico mortal cuando toma las facciones de Ramón Barea.

El bilbaíno presta su facha quijotesca a este personaje singular, dicen que inspirado en el socialista Jesús Eguiguren, y cuyas peripecias están libremente basadas en las reuniones secretas mantenidas con la banda terrorista en los años 2005 y 2006. Un señor que, admitámoslo, parece más movido por el aburrimiento o la autoestima gallinácea que por los honorables objetivos de la democracia y la libertad. Lo más interesante de ‘Negociador’ es su mirada, su enfoque. No sólo porque adopta el insólito punto de vista del negociador, sino porque se centra, además, en los aspectos más humanos y menos políticos del protagonista: los primeros planos sobre su cara, sus tristes arrugas, su atuendo desaliñado. Escenas que resaltan su soledad, su apetito bovino, su ingenuidad o su increíble desconocimiento de las nuevas tecnologías más elementales (cierta melodía de móvil viejuno acude siempre para romper cualquier momento importante con su sonsonete insoportable).

Aunque Cobeaga se aleja, y mucho, del trazo grueso que empleó en ‘Ocho apellidos vascos’ -de la que fue guionista-, su retrato del don nadie metido a negociador no puede evitar caer también en sus propios tópicos. Los guiños mujeriegos y borrachines chirrían un poco con el fondo realista e incluso dramático que se pretende dar a la historia, lo mismo que esos diálogos esquemáticos en la mesa de negociación, con algún que otro gag regional previsible, ante la cara de estupefacción del mediador anglosajón. ‘Negociador’, en fin, parece mejor pensada que hecha, sus intenciones se antojan más loables que su irregular resultado, a medio camino entre la disección desapasionada y el alma de sitcom que se acaba colando inevitablemente por los resquicios (véase la escena en el restaurante con Secun de la Rosa: cuando gana en risa pierde en credibilidad). El conjunto decepciona un poco, nos quedamos esperando alguna catarsis o algún plano memorable, pero está bien que Borja nos recuerde una obviedad sepultada por los titulares y la propaganda: los buenos y los malos son igual de humanos... para chasco de sus respectivas parroquias.

‘NEGOCIADOR’, de BORJA COBEAGA
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