17 marzo 2015

El barón rampante

Italo Calvino
El barón rampante (1957)

ironías de la educación
ya habíamos sido advertidos de no deslizamos por la balaustrada de mármol de las escaleras, no por miedo a que nos rompiésemos un brazo o una pierna, que de esto nuestros padres no se preocuparon nunca, y fue la razón - creo yo - de que nunca nos rompiésemos nada; sino porque al crecer y aumentar de peso podíamos echar abajo las estatuas de antepasados (…)

amor cazador por lo vivo
Era ese amor que tiene el cazador por lo que está vivo y no sabe expresarlo más que apuntando con el fusil.

el fardo del vencedor
en el momento desesperado de quien ha vencido por primera vez y ahora sabe el padecimiento que es vencer, y sabe que ya está comprometido a continuar por el camino elegido y no se le permitirá la salida del que fracasa.

el barón rampante y los catalanes
Francés, toscano, provenzal, castellano, los entiendo todos - dijo Gian dei Brughi -. Un poco también el catalán: Bon dia! Bona nit! Está la mar molt alborotada (…) ¿Rondós? ¿Rondós? - dijo el obeso -. ¿Aragonés? ¿Gallego? - No señor. - ¿Catalán? - No señor. Soy de estas tierras.

diálogo padre-hijo
- Buenos días, señor padre. - Buenos días, hijo. - ¿Estáis bien? - De acuerdo con los años y los sinsabores. - Me complace veros animoso.

los árboles inasibles de la muerte
Cósimo también siguió el entierro, pasando de un árbol a otro, pero no consiguió entrar en el cementerio, porque a los cipreses, de fronda tan espesa, no hay modo de trepar.

vida con riesgo pero sin sabor
Pero en toda aquella manía había una insatisfacción más profunda, una carencia; en aquel buscar gente que lo escuchase había una búsqueda distinta. Cósimo no conocía todavía el amor, y toda experiencia, sin ésa, ¿qué es? ¿De qué sirve haber arriesgado la vida, cuando de la vida aún no conoces el sabor?

los pájaros
En primavera el mundo sobre los árboles era un mundo nupcial.

los anfitriones españoles
En esta especie de salones arbóreos, Cósimo era recibido con hospitalaria gravedad.

la Iglesia y otros brazos
¡Alto ahí, padre! ¿Qué es esto? - ¡El brazo de la Santa Inquisición, hijo! Ahora le toca a este desdichado viejo, para que confiese la herejía y escupa al demonio. ¡Después te tocará a ti! Cósimo sacó la espada y cortó las cuerdas. - ¡Cuidado, padre! ¡Hay también otros brazos, que observan la razón y la justicia!

¿retirarse? no, resistir
¡Yo subí aquí antes que vosotros, señores, y me quedaré también después! - ¡Quieres retirarte! - gritó el conde. - No: resistir - respondió el barón.

el rastro de la amada española
La calle se despejó. Solo, sobre los árboles de Olivabassa se quedó mi hermano. Prendidos en las ramas había aún alguna pluma, alguna cinta o encaje que se agitaba al viento, y un guante, un parasol con puntillas, un abanico, una bota con espuela.

las fantasías del “hombre trepador”
Otra, una tal Zobeida, me contó que había soñado con «el hombre trepador» (lo llamaba así), y este sueño era tan inspirado y minucioso que creo que lo había vivido realmente. (…) Ombrosa se llenó de bastardos del barón, fueran verdaderos o falsos. (…) me sorprendió en todo este viaje la fama que se había difundido del hombre rampante de Ombrosa, hasta en las naciones extranjeras. Incluso vi en un almanaque una figura con el escrito debajo: «L'homme sauvage d'Ombreuse (Rép. Génoise). Vit seulement sur les arbres.» Lo habían representado como un ser todo recubierto de vello, con una larga barba y una larga cola, y comía una langosta. Esta figura estaba en el capítulo de los monstruos, entre el Hermafrodita y la Sirena.

la época de celo del barón
[los vecinos] - Es el barón que busca hembra. Esperemos que la encuentre y nos deje dormir. (…) Ahora una más atrevida se asomaba a la ventana como para ver qué ocurría, todavía caliente de la cama, el pecho descubierto, los cabellos sueltos, la risa blanca entre los fuertes labios abiertos, y se desarrollaban estos diálogos. - ¿Quién es? ¿Un gato? - Es hombre, es hombre. - ¿Un hombre que maúlla? - Ah, suspiro. - ¿Por qué? ¿Qué te falta? - Me falta lo que tienes tú. - ¿El qué? - Ven aquí y te lo digo...

la “república arbórea”
Convaleciente, inmóvil en el nogal, profundizaba en sus estudios más serios. Comenzó en esa época a escribir un Proyecto de Constitución de un Estado ideal fundado sobre los árboles, en el que describía la imaginaria República de Arbórea, habitada por hombres justos.

dando lecciones a Voltaire
Mi hermano sostiene - respondí -, que quien quiere mirar bien la tierra debe mantenerse a la distancia necesaria - y Voltaire apreció mucho la respuesta.

tenerla ahora es no tenerla nunca más
Y el agitado latido de gozo en el pecho de Cósimo no era, sin embargo, muy distinto de un estremecimiento de miedo, porque el haber regresado ella, el tenerla ante los ojos tan imprevisible y altiva, podía significar no tenerla nunca más, ni siquiera en el recuerdo, ni siquiera en ese secreto perfume de hojas y color de la luz a través del verde, podía significar que él se vería obligado a rehuirla y de este modo huir también del primer recuerdo de ella niña.

coqueta, viuda y duquesa
Cósimo estaba allí medio aturdido bajo aquel alud de noticias y afirmaciones perentorias, y Viola estaba más lejos que nunca: coqueta, viuda y duquesa, formaba parte de un mundo inalcanzable

expeditiva declaración de amor
¿Y con quién era que coqueteabas tanto? Y ella: - ¡Vaya! Estás celoso. Mira que no voy a permitirte nunca que estés celoso. Cósimo tuvo un arrebato de celoso incitado a pelear, pero luego enseguida pensó: «¿Cómo? ¿Celoso? Pero ¿por qué admite que yo pueda estar celoso de ella? ¿Por qué dice: «no voy a permitirte nunca»? Es como decir que piensa que nosotros...»

has vivido en los árboles para aprender a amarme
Oh, he hecho tantas cosas - empezó a decir él -, he ido de caza, incluso jabalíes, pero sobre todo zorros, liebres, garduñas, y también, se entiende, tordos y mirlos; luego los piratas, vinieron los piratas turcos, hubo una gran batalla, mi tío murió; y he leído muchos libros, para mí y para un amigo mío, un bandido que ahorcaron; y tengo toda la Enciclopedia de Diderot e incluso le escribí y me contestó, desde París; y he hecho muchos trabajos, he podado, he salvado un bosque de los incendios... -...¿Y me amarás siempre, absolutamente, por encima de todo, y harías cualquier cosa por mí? Ante esta salida de ella, Cósimo, pasmado, dijo: - Sí... - Eres un hombre que ha vivido en los árboles sólo por mí, para aprender a amarme... - Sí... Sí... - Bésame.

el amor, conocerse y reconocerse
Se conocieron. Él la conoció a ella y a sí mismo, porque en realidad no se había conocido nunca. Y ella lo conoció a él y a sí misma, porque aun habiéndose conocido siempre, nunca se había podido reconocer así.

las guerras del amor
En cierto momento, a doña Viola, la ira, tan imprevisiblemente como le había entrado, se le iba. De entre todas las locuras de Cósimo que parecía que no la hubiesen ni rozado, repentinamente una la inflamaba de piedad y amor. - ¡No, Cósimo, querido, espérame! (…) El amor se reanudaba con una furia similar a la de la pelea. Era, en realidad, la misma cosa, pero Cósimo no entendía nada. - ¿Por qué me haces sufrir? - Porque te amo. Ahora era él quien se enfadaba. - ¡No, no me amas! Quien ama quiere la felicidad, no el dolor. - Quien ama quiere sólo el amor, aun a costa del dolor. (…) Sí, para ver si me amas. La filosofía del barón se negaba a ir más allá. - El dolor es un estado negativo del alma. - El amor lo es todo. - Contra el dolor ha de lucharse siempre, - El amor no se niega a nada. - Hay cosas que no admitiré nunca. - Sí que las admites, porque me amas y sufres (…) Entre las ramas, Viola se encontró frente a Cósimo. Se miraban con ojos llameantes, y esta ira les daba una especie de pureza, como arcángeles.

el triunfo de la mujer ausente
de la presencia de Viola, de volver a dominar las pasiones y los placeres en una sabia economía del alma, más sentía el vacío dejado por ella o la fiebre de esperarla. En suma, su enamoramiento era justamente como Viola lo quería, no como él pretendía que fuese; era siempre la mujer quien triunfaba, incluso si estaba lejos, y Cósimo, a pesar suyo, terminaba por disfrutar con ello.

el perfume aspirado por muchas narices
En París, en un salón, me encontré a una dama que te conoce, y me dio esto para ti, con sus recuerdos. Bajó a toda prisa el cestito que colgaba de la cuerda, subió el pañuelo de seda y se lo llevó a la cara como para aspirar su perfume. - Ah, ¿la has visto? ¿Y cómo estaba? Dime, ¿cómo estaba? - Muy bella y brillante - respondí lentamente -, pero se dice que este perfume es aspirado por muchas narices... - Todo mentiras. Yo sólo sé que sólo es mía - y escapó por las ramas sin despedirse. Reconocí su forma habitual de rechazar cualquier cosa que le obligase a salir de su mundo.

la fauna y las letras
a veces las ardillas cogían una letra del alfabeto y se la llevaban a su madriguera creyendo que era comestible, como sucedió con la letra Q, que por su forma redonda y pedunculada tomaron por un fruto, y Cósimo tuvo que comenzar ciertos artículos Cuien y Cuienquiera.

diferencia entre loco e imbécil
yo tenía la impresión de que en esa época mi hermano no sólo había enloquecido del todo, sino que se estaba volviendo algo imbécil, cosa más grave y dolorosa, porque la locura es una fuerza de la naturaleza, para bien o para mal, mientras que la bobería es una debilidad de la naturaleza, sin contrapartida.

lo soldados mimetizados con el bosque
La amabilidad hacia la naturaleza del teniente Agrippa Papillon hacía hundirse a aquel puñado de valientes en una amalgama animal y vegetal. (…) el prurito de las pulgas volvió a encender agudamente en los húsares la humana y civil necesidad de rascarse, de hurgarse, de despiojarse; tiraban al aire las prendas musgosas, las mochilas y los fardos recubiertos de hongos y telas de araña, se lavaban, se afeitaban, se peinaban, en fin, volvían a tomar conciencia de su humanidad individual, y volvía a ganarles el sentido de la civilización, de la liberación de la naturaleza bruta.

cósimo y napoleón, cara a cara
Napoleón fue a Milán a hacerse coronar y luego realizó algún viaje por Italia. En cada ciudad lo acogían con grandes fiestas y lo llevaban a ver las rarezas y los monumentos. En Ombrosa pusieron en el programa una visita al «patriota de lo alto de los árboles» (…) Napoleón miraba entre las ramas hacia Cósimo y le daba el sol en los ojos. (…) - ¿Puedo hacer algo por vos, mon Empereur? - Sí, sí - dijo Napoleón -, poneos un poco más acá, os lo ruego, para protegerme del sol, sí, así, quieto...

cósimo y los borrachos
Dinos, pájaro parlante, explícanos dónde hay una cantina por aquí cerca. - ¡Hemos vaciado los toneles de media Europa, pero la sed no se nos pasa! - Es porque estamos acribillados por las balas, y el vino se escapa.

el galope que se lleva el nombre
Le barón Cosme de Rondeau - le gritó Cósimo, y él ya había partido -. Proshaite, gospodin... Et le votre? - Je suis le Prince Andrei... - y el galope del caballo se llevó consigo el apellido.

la hora de bajar del árbol
Subí yo por la escalera. «Cósimo - empecé a decirle -, tienes sesenta y cinco años cumplidos, ¿cómo puedes continuar estando ahí arriba? A estas alturas lo que querías decir lo has dicho, lo hemos entendido, ha sido una gran fuerza de ánimo la tuya, lo has conseguido, ahora puedes bajar. Incluso quien ha pasado toda su vida en el mar llega a una edad en la que desembarca.»

epitafio
«Cósimo Piovasco de Rondó - Vivió en los árboles - Amó siempre la tierra - Subió al cielo.»

el mundo que no fue
Ombrosa ya no existe. Mirando el cielo despejado me pregunto si en verdad ha existido. Aquella profusión de ramas y hojas, bifurcaciones, lóbulos, penachos, diminuta y sin fin, y el cielo sólo en relumbrones irregulares y recortados, quizá existía solamente para que pasase mi hermano con su ligero paso de chamarón, era un bordado hecho sobre la nada que se asemeja a este hilo de tinta tal como lo he dejado correr por páginas y páginas, atestado de tachaduras, de remisiones, de borrones nerviosos, de manchas, de lagunas, que a ratos se desgrana en gruesas uvas claras, a ratos se espesa en signos minúsculos como semillas puntiformes, ora se retuerce sobre sí mismo, ora se bifurca, ora enlaza grumos de frases con contornos de hojas o de nubes, y luego se atasca, y luego vuelve a enroscarse, y corre y corre y se devana y envuelve un último racimo insensato de palabras, ideas, sueños, y se acaba.


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