29 octubre 2014

Valdemoro

Joan Pau Inarejos
Siempre recordaré el día que pasé entre Pinto y Valdemoro. Iba en autobús, a mis veinte años, y las señales en el trayecto de Madrid a Aranjuez no ofrecían lugar a dudas. Como sentimental de las frases hechas que soy, no dejó de impactarme –un amigo puede atestiguarlo– el comprobar que existe empíricamente ese lugar mítico que el habla común identifica con lo ambiguo o lo indefinido. Es como encontrarse de frente con los cerros de Úbeda y no vencer la tentación de perderse por ellos. O descubrir la peruana Jauja y que se te dibuje una sonrisa de oreja a oreja. O que te llamen en un momento dado y estés literalmente en Babia, disfrutando de las cimas leonesas. Hay otros lugares que parecen más difíciles de explorar, como la encantadora luna de Valencia (donde viven los sujetos distraídos) o Donde Cristo perdió la zapatilla (definitivamente ilocalizable para Google Maps). Aunque sea difícil y un punto iluso, que conste en acta mi propuesta de organizar una ruta turística por el atlas de las frases hechas. Ya he dicho que soy un sentimental. (El quinto coño, si os parece, lo dejamos para otro tipo de guías).

He rememorado mi paso metafísico entre las aldeas madrileñas, no porque se me haya perdido nada entre ellas, sino al saber que Valdemoro es el epicentro de la enésima operación contra la corrupción. De repente, el topónimo se ha hecho tajantemente concreto y ya no admite bromas. Los caminos de la A-4 han dejado de ser inescrutables y ahora sabemos que lo que mediaba entre Pinto y Valdemoro no eran vaguedades sino prebendas y comisiones contantes y sonantes en dirección a la Villa y Corte. La leyenda sobre un borracho que cayó en un arroyo entre Pinto y Valdemoro casi parece edificante comparada con el relato judicial sobre estos ebrios del oro fácil. Al desencanto con la clase política habrá que añadir la pérdida de inocencia de estas expresiones candorosas, como los primeros cuadros de Goya donde aparecen castizos jugando bajo el sol, antes del anochecer de sus pinturas negras. Una oscura confusión geográfica está detrás de todo el episodio. Desgraciadamente alguien pensó que aquello era Jauja mientras muchos estaban en Babia y todos perdimos colectivamente no sólo la zapatilla, sino el reloj y la cartera.

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