20 octubre 2014
La nación es un mañana
España invertebrada (1921)
la nación es un futuro común
Repudiemos toda interpretación estática de la convivencia nacional y
sepamos entenderla dinámicamente. No viven juntas las gentes sin más ni más y
porque sí; esa cohesión a priori sólo existe en la familia. Los grupos que
integran un Estado viven juntos para algo: son una comunidad de propósitos, de
anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer
juntos algo. Cuando los pueblos que rodean a Roma son sometidos, más que por
las legiones, se sienten injertados en el árbol latino por una ilusión (…). El
día que Roma dejó de ser este proyecto de cosas por hacer mañana, el Imperio se
desarticuló. No es el ayer, el pretérito, el haber tradicional, lo decisivo
para que una nación exista. Este error nace, como ya he indicado, de buscar en
la familia, en la comunidad nativa, previa, ancestral, en el pasado, en suma,
el origen del Estado. Las naciones se forman y viven de tener un programa para
mañana.
vivir de claridades
Yo necesitaba para mi vida personal orientarme sobre los destinos de mi
nación, a la que me sentía radicalmente adscrito. Hay quien sabe vivir como un
sonámbulo; yo no he logrado aprender este cómodo estilo de existencia. Necesito
vivir de claridades y lo más despierto posible.
luchar con alguien es contar con alguien
(…) particularismo es aquel estado de espíritu en que creemos no tener por
qué contar con los demás (…) una nación es, a la postre, una ingente comunidad
de individuos y grupos que cuentan los unos con los otros. Este contar con el
prójimo no implica necesariamente simpatía hacia él. Luchar con alguien, ¿no es
una de las más claras formas de demostrarnos que existe para nosotros? Nada se
parece tanto al abrazo como el combate cuerpo a cuerpo (…). Nos falta la
cordial efusión del combatiente y nos sobra la arisca soberbia del triunfante.
No queremos luchar: queremos simplemente vencer.
la historia como una planta
Para entender bien una cosa es preciso ponerse a su compás. De otra manera,
la melodía de su existencia no logra articularse en nuestra percepción y se
desgrana en una secuencia de sonidos inconexos que carecen de sentido. Si nos
hablan demasiado deprisa o demasiado despacio, las sílabas no se traban en
palabras ni las palabras en frases. ¿Cómo podrán entenderse dos almas de tempo
melódico distinto? Si queremos intimar con algo o con alguien, tomemos primero
el pulso de su vital melodía y, según él exija, galopemos un rato a su vera o
pongamos al paso nuestro corazón.
Ello es que el cinematógrafo empareja nuestra visión con el lento crecer de
la planta y consigue que el desarrollo de ésta adquiera a nuestros ojos la
continuidad de un gesto. Entonces la entenderemos con la evidencia misma que a
una persona familiar, y nos parece la eclosión de la flor el término claro de
un ademán.
Pues bien: yo imagino que el cinematógrafo pudiera aplicarse a la historia
y, condensados en breves minutos, corriesen ante nosotros los cuatro últimos
siglos de vida española. Apretados unos contra otros los hechos innumerables,
fundidos en una curva sin poros ni discontinuidades, la historia de España
adquiriría la claridad expresiva de un gesto y los sucesos contemporáneos en
que concluye el vasto ademán se explicarían por sí mismos, como una mejillas
que la angustia contrae o una mano que desciende rendida.
país de “perfectos electores”
Pica, a la verdad, en historia la unanimidad con que todas las clases
españolas ostentan su repugnancia hacia los políticos. Diriase que los
políticos son los únicos españoles que no cumplen con su deber ni gozan de las
cualidades para su menester imprescindibles. Diriase que nuestra aristocracia,
nuestra Universidad, nuestra industria, nuestro ejército, nuestra ingeniería,
son gremios maravillosamente bien dotados y que encuentran siempre anuladas sus
virtudes y talentos por la intervención fatal de los políticos. Si esto fuera
verdad, ¿Cómo se explica que España, pueblo de tan perfectos electores, se
abstiene en no sustituir a esos perversos elegidos?
la teoría de la incorporación: el federalismo según Ortega
La pluma suculenta [de Mommsen] desciende sobre el papel y escribe estas
palabras: La historia de toda
nación, y sobre todo de la nación latina, es un vasto sistema de incorporación (…). Si el papel que hace en física el
movimiento lo hacen en historia los procesos de incorporación, todo dependerá
de que poseamos una noción clara de lo que es la incorporación. Y al punto
tropezamos con una propensión errónea, sumamente extendida, que lleva a
representarse la formación de un pueblo como el crecimiento por dilatación de
un núcleo inicial. Procede este error de otro más elemental que cree hallar el
origen de la sociedad política, del Estado, en una expansión de la familia (…).
No; incorporación histórica no es dilatación de un núcleo inicial (…) la
incorporación histórica no es la dilatación de un núcleo inicial, sino más bien
la organización de muchas unidades sociales preexistentes en una nueva
estructura. El núcleo inicial, ni se traga los pueblos que va sometiendo, ni
anula el carácter de unidades vitales propias que antes tenían. Roma somete las
Galias (…) la cohesión gala perdura, pero queda articulada como una parte en un
todo más amplio. Roma misma, núcleo inicial de la incorporación, no es sino
otra parte del colosal organismo, que goza de un rango privilegiado por ser el
agente de la totalización.
(…) Lleva esta errónea idea a presumir, por ejemplo, que cuando Castilla
reduce a unidad española a Aragón, Cataluña y Vasconia, pierden estos pueblos
su carácter de pueblos distintos entre sí y del todo que forman. Nada de esto:
sometimiento, unificación, incorporación, no significa muerte de los grupos
como tales grupos; la fuerza de independencia que hay entre ellos perdura, bien
que sometida; esto es, contenido su poder centrífugo por la energía central que
los obliga a vivir como parte de un todo y no como todos aparte. Basta con que
la fuerza central, escultora de la nación –Roma en el Imperio, Castilla en
España, la Isla de Francia en Francia-, amengüe, para que se vea
automáticamente reaparecer la energía secesionista de los grupos adheridos.
integridad y dispersión se necesitan
Es preciso, pues, que nos acostumbremos a entender toda unidad nacional, no
como una coexistencia interna, sino como un sistema dinámico. Tan esencial es
para su mantenimiento la fuerza central como la fuerza de dispersión. El peso
de la techumbre gravitando sobre las pilastras no es menos esencial al edificio
que el empuje contrario ejercido por las pilastras para sostener la techumbre.
La fatiga de un órgano parece a primera vista un mal que éste sufre.
Pensamos, acaso, que en un ideal de salud la fatiga no existiría. No obstante,
la fisiología ha notado que sin un mínimum de fatiga el órgano se atrofia. Hace
falta que su función sea excitada, que trabaje y se canse para que pueda
nutrirse. Es preciso que el órgano reciba frecuentemente pequeñas heridas que
lo mantengan alerta. Estas pequeñas heridas han sido llamadas "estímulos
funcionales"; sin ellas, el organismo no funciona, no vive. Del mismo
modo, la energía unificadora, central, de totalización –llámesele como se
quiera-, necesita, para no debilitarse, de la fuerza contraria, de la
dispersión, del impulso centrífugo perviviente en los grupos. Sin este
estimulante, la cohesión se atrofia, la unidad nacional se disuelve, las partes
se despegan, flotan aisladas y tienen que volver a vivir cada una como un todo
independiente.
qué es “imperar”
El poder creador de naciones es un quid divinum, un genio o talento tan
peculiar como la poesía, la música y la invención religiosa. Pueblos
sobremanera inteligentes han carecido de esa dote y, en cambio la han poseído
en alto grado pueblos bastante torpes para las faenas científicas o artísticas
(…) mandar no es simplemente convencer ni simplemente obligar, sino una
exquisita mixtura de ambas cosas.. La sugestión moral y la imposición material
van íntimamente fundidas en todo acto de imperar. Yo siento mucho no coincidir
con el pacifismo contemporáneo en su antipatía hacia la fuerza; sin ella no
habría habido nada de lo que más nos importa en el pasado, y si la excluimos
del porvenir sólo podremos imaginar una humanidad caótica (…) Vano fuera el
intento de vencer tales rémoras con la persuasión que emana de los
razonamientos. Contra ella sólo es eficaz el poder de la fuerza, la gran cirugía
histórica (…). Pero también es cierto que con sólo la fuerza no se ha hecho
nunca cosa que merezca la pena.
la gravitación hacia los mejores
(…) las asociaciones primarias no fueron de carácter político y
económico (…). La ejemplaridad estética, mágica o, simplemente vital de unos
pocos atrajo a los dóciles. Todo otro influjo o cracia de un hombre sobre los demás que no
sea esa automática emoción suscitada por el arquetipo o ejemplar en los
entusiasmos que le rodean, son efímeros y secundarios. No hay, ni ha habido
jamás, otra aristocracia que la fundada en ese poder de atracción psíquica,
especie de ley de gravitación espiritual que arrastra a los dóciles en pos de
un modelo.
Se dice que la sociedad se divide en gente que manda y gente que obedece:
pero esta obediencia no podrá ser normal y permanente sino en la medida en que
el obediente ha otorgado un íntimo homenaje al que manda el derecho a mandar.
(…) La obediencia supone, pues, docilidad. No confundamos, por tanto, la una
con la otra. Se obedece a un mandato, se es dócil a un ejemplo, y el derecho a
mandar no es sino un anejo de la ejemplaridad.
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