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04 junio 2014
Rio: la Ciudad de Dios se pone de largo
Joan Pau Inarejos
¿Disparar o dejarse
disparar? La brillante secuencia que abre ‘Ciudad de Dios’ revela a las claras
lo heroico y a la vez necesariamente caprichoso que entraña la profesión de
periodista con una cámara al cuello. Un ser que, pudiendo actuar, retrata. Que pudiendo
huir, se pone en el disparadero.
Rio se prepara para
los fastos mundialistas y olímpicos, pero, recordando la obra maestra de 2002,
uno se pregunta si no sería escenario más apropiado para los Juegos del Hambre
que imagina la escritora Suzanne Collins: los pobres de las favelas, candidatos
a reality show para escapar de la
indigencia y de paso complacer a los espectadores opulentos del Centro.
Ahora que los
flashes de medio mundo se posarán sobre la ciudad del Cristo Redentor, y ahora
que la euforia desarrollista barnizará muchas cosas, es de justicia revisitar
el homenaje triste y a la vez lleno de bonhomía que Fernando Meirelles dedicó a
los bajos fondos de la megalópolis. Aunque el director proviene de una familia
blanca de clase media, su mirada es como la de algunos niños crecidos en la
miseria: extrañamente alegre, pese a todo.
Distanciado del
drama pero también de toda idealización, el autor nos hace ver el Rio carcomido
por la violencia y la corrupción con los ojos inquietos de Buscapé, un
jovencito tímido cuya mayor ambición en la vida es hacerse con una máquina
fotográfica. Nuestro hombre no es el Che Guevara, ni sabe aún que su pasión
infinitamente curiosa y desprejuiciada se llama fotoperiodismo.
Con una banda sonora
preñada de ritmos brasileños -samba, bossanova, funk carioca-, Meirelles coloca
efectivamente el ojo de Dios sobre su ciudad incorregible, y el ojo volador
escudriña todos los rincones de esa favela cualquiera, un micromundo coloreado de tonalidades terrosas. Los estupendos planos cenitales captan un trajín
constante de persecuciones, tiros, vidas truncadas y revanchas sucias, como si
el Cristo de hormigón, desde lo alto, suspirase con paternalismo: "no se les puede dejar solos".
La que fue
merecedora de cuatro nominaciones a los Oscar rompe convenciones lineales para
contarnos el mosaico humano de la favela con abundantes hallazgos visuales y
narrativos: el pollo que corretea por las calles, quién le perseguirá. El niño
humillado por los mayores de la pandilla, en quién se convertirá. Una voz en
off va poniendo sabio orden y concierto en toda esta marabunta de planos
hiperrealistas y montajes vibrantes. Arte = verdad + ritmo.
Lo mejor de esta
ciudad poco divina sigue siendo su enfoque irónico y periférico. Esa
sensación difusa de que la situación es catastrófica pero no es seria, como
decían los austriacos en la I Guerra Mundial. Ese narrador humilde que a veces
casi parece desvanecerse, como el entrañable Nick Carraway de 'El gran Gatsby'
(curiosamente una historia de ricos). Y sin embargo, pocas veces un relator en
off ha estado tan justificado, con la virtud dosificadora y clarificadora del
mejor novelista.
Asistimos cautivados
a los vaivenes violentos del suburbio, tan irracionales, a la crueldad de unos
matones aburridos de sí mismos que le disparan a un niño al pie, mientras el
que está al lado pasa temblando sus últimos segundos de vida. Comprobamos en
carne viva cómo el modus vivendi criminal se traspasa ya no de una generación a
otra, sino de los hermanos mayores a los pequeños. Reinos sangrientos que duran
una tarde. Sueños de hombretón caldeados al sol. Aires amorales de la
'Gomorra' de Roberto Saviano adaptada por Matteo Garrone, pero con una
misteriosa ternura.
Y mientras tanto,
Buscapé hace su vida. Parece que encuentra el amor, o que pasa rozando. Su
presencia resulta desapercibida entre las luchas de titanes del barrio y
gracias a esta discreción ecuménica ascenderá a privilegiado documentalista de
los acontecimientos. Sus instantáneas llegan a las mesas de redacción y hasta
se codea con periodistas de verdad que hubieran matado por conseguirlas (o
quizá no: esos plumillas progres observan su arrojo con una mezcla de
admiración y desdén).
La escena de la
fiesta, con Buscapé pinchando discos y el drama de los clanes estallando
definitivamente en la pista de baile, condensa toda la maestría de la película.
La chica o la cámara. El amigo o la libertad. Disparar o que no te
disparen. Ser un buen periodista entre rejas o seguir haciendo fotos. No,
no se puede tener todo. Assim é a vida.
‘CIUDAD DE DIOS' (2002), DE FERNANDO MEIRELLES
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