02 junio 2014
'Maléfica': revolución imperfecta
Atención: la reseña contiene pequeños detalles del argumento
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
¿Por qué Maléfica
llegó a ser maléfica? Siguiendo la línea revisionista de algunos títulos recientes, y acudiendo a esa gallina de los huevos de oro que se llama nostalgia,
Disney se pregunta por la génesis de una de sus villanas más perfectas y
fascinantes. Y el resultado es lo más subversivo que ha salido en muchos años
de la factoría del viejo Walt.
Angelina Jolie,
sobria y magnética, se enfunda el traje de aquella hechicera que irrumpía
apoteósicamente en el castillo del rey Estéfano para echarle una maldición a la
pequeña princesa Aurora. Recuerden: antes de los dieciséis años se pinchará el
dedo con el huso de una rueca y morirá... si no lo remedia algún beso
providencial. La Bella Durmiente, 1959.
Pues bien, Robert
Stromberg y sus sagaces guionistas no sólo inventan un pasado ingenioso para explicar en clave dramática la maldad de Maléfica —el primer tramo, quizá el mejor—, sino que
reescriben todo el cuento de hadas desde el punto de vista de la presunta malvada, pisoteando con ello cuantos dogmas disneyanos encuentran por el
camino. Sorprendente: Disney se autoenmienda frontalmente; alguien diría que incluso se falta el respeto.
No estamos ante
ninguna obra maestra, y de hecho sus formas son harto conocidas: cuento de hadas
de nueva generación, pasado por el tamiz gótico de Tim Burton y la
estética avatariana de vuelos, montajes mareantes y brillos irisados
por doquier. Quien haya visto las recientes revisitaciones de 'Alicia en el país de la maravillas' o 'El mago de Oz' encontrará aquí más de lo
mismo —no en vano comparten autor—: muy espectacular y muy hueco. Aunque la voz en off proclame
petulante que ésta es "la verdadera historia", la obra maestra
seguirá siendo 'La bella durmiente', con todo su perfume rancio, y no este
efímero ejercicio de estilo, por interesante y renovador que resulte. No perdamos el norte.
'Maléfica' es un gran guion en una película mediocre, su idea es muy superior a sus estentóreos ropajes digitales, aunque —para ser justos en la balanza— en su conjunto por lo general kitch y excesivo es imposible no admitir la
elegancia retro de Angelina rodeada de fulgores verdes, la hechizante versión tenebrosa de 'El príncipe azul' que nos regala Lana del Rey o algunos hermosos
hallazgos visuales, como esos cuerpos flotando en el aire. Por contraste, otros apartados como las hadas
benefactoras están clamorosamente mal resueltos y rozan la vergüenza ajena (las
maravillosas Flora, Fauna y Primavera, ¿merecían esta humillación?).
Y a pesar de los muchos defectos de la cinta, a pesar de sus momentos de humor fallido, de sus constantes concesiones comerciales, a pesar de sus serias lagunas de credibilidad o de la ceremonia relamida y confusa que cierra la función, todo ello acaba pesando menos que la fenomenal audacia con la que Stromberg y compañía han osado poner patas arriba el relato canónico —o mejor, cabeza abajo, como quería hacer Marx con el idealismo alemán—.
El halo monárquico, el orden social y el mito del amor romántico que imperaban en el clásico de 1959 sucumben ante una lectura cuasi revolucionaria, diríamos sin exagerar que en los terrenos del feminismo radical y militante. El amor no existe, la villana es una víctima de la violencia de género y los lazos consanguíneos fracasan ante la eficacia afectiva de los nuevos modelos de familia. Nada menos.
Lo que en 'Brave' o 'Frozen' eran apuntes cosméticos aquí adquieren una fuerza propulsora de cambio de reglas, y los matices anecdóticos se convierten en verdaderas complejidades adultas. Quedan en la retina imágenes de una brutal fuerza iconográfica, como el hombre derrotado ante la sombra de unas alas de mujer. Por cierto, puestos a buscar signos de los nuevos tiempos, y mirando hacia los reinos ibéricos, en la
película hay un tal príncipe Felipe que no llega a reinar...
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