21 junio 2014

Elogio de la lejanía

Joan Pau Inarejos
El privilegio de los barrios pobres es que tienen mejores vistas. Recuerdo un fotograma de mi infancia: la morada de Aladdín de Disney apenas era una choza sin techo, pero desde allí se veía el fastuoso palacio de Agrabah. Durante siglos, nadie ha admirado la magnificencia de Sevilla como los habitantes de la humilde Triana, al otro lado del río. Alejarse para ver. Irse para contemplar.

Pessoa decía que disfrutaba del cielo porque lo veía desde un cuarto piso de una calle de la Baixa, en su amada Lisboa. Las rendijas y los cerrojos alimentan esta fantasía poseedora o aspiracional, que dirían los psicólogos de la publicidad. Si el sol asoma por nuestro balcón, parece que es un poco nuestro. Todos queremos tener vistas al mar pero nos produciría una angustia indescriptible vernos en medio de él. Irse para ver.

Del mismo modo, las mejores fotografías surgen cuando a uno le da por hacer un alto en el camino y mirar lo que queda a sus espaldas. La madurez debe de ser algo parecido. Volver la vista atrás sin nostalgia, alejarse lo suficiente para poder decir: qué bello es cuanto he gozado y sufrido.

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