17 junio 2014
Pasajeros del mundo
Joan Pau Inarejos
Allí nos espera, como cada día, ese
joven que se momifica con la chaqueta para echar una siesta efímera. O esa universitaria
que a veces entra por los pelos pero no importa porque siempre hay un conductor
sensible a las carantoñas de alguien con dieciocho primaveras y del sexo
opuesto. El hombre robusto con aspecto de albañil turco ha vuelto a meter la
tarjeta unas diez veces en el lector. El aparato la rechaza una y otra vez, pero
nuestro hombre insiste como si albergase la esperanza de ser aceptado por el
sistema en algún momento.
Hoy, como cada día,
subirá esa señora de pelo corto y pendientes largos, escudriñará el pasaje con
mirada inquieta y, a la misma hora de ayer, estampará un beso sonoro sobre la
mejilla de un hombre más joven que ella que la está esperando. Bastante más joven.
Él parece resignado y quizá no lleva muy bien lo de interrumpir su playlist para cumplir con el ritual
consuetudinario de los labios. Un beso preceptivo sin estatuto claro:
¿compañeros, parientes, amantes? Un beso algo forzado. Siente su chasquido pero
no su calor, como la viuda de Cinco horas con Mario. Igual que mañana.
De nuevo se formará
esa tertulia de profesores veteranos y nunca, nunca sabremos de qué hablan con
ese tono susurrante como de reunión del KGB. Sí, parecen algo nórdicos, un
poco eslavos sí que son, y por supuesto no olvidan mirar con cierto desdén a los
pasajeros vulgares que entran gritando con el móvil o hacen partícipe a toda la
tripulación de sus cuitas con un niño pequeño que se ha puesto rebelde.
Jonathan trepa por las barras como Tarzán y, tras un silencio tenso, enseguida se oye esa amenaza tan
sádica, tan redundantemente cruel: “como te caigas, te pego”.
El albañil turco
está pendiente de la suerte de un cochecito mal atado y será el único que se
levante, raudo y veloz, en caso de que una mala curva lo haga tumbar. Todos los demás, mamá
incluida, parecen demasiado ensimismados en sus pantallas. Tampoco se enterará un corrillo de veinteañeros sudorosos y espatarrados, que ventilan una retahíla de chanzas hormonalmente incorrectas desde su estratégica ubicación en el fondo sur. Descompresión
después de Derecho Romano. Mochilas derramadas. El hombre momia sigue
durmiendo.
Finalmente llego a
mi parada y ocurre otra vez. Como siempre a la misma hora, justo un segundo antes de
olvidarme, alguien pensará para sus adentros que repito los mismos
gestos y el mismo paso al emprender mi rumbo hacia el resto del día.
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