30 junio 2014
Cosas que pasaban hace diez años
Una década de ESCORP10NADAS
No había crisis y
se anunciaban nuevas líneas de AVE. El calor era noticia, como cada verano: récord
de consumo eléctrico. A un señor le daba un vahído en Sevilla.
No existía Twitter, ni Facebook, pero sí los SMS
(¡pásalo!) y por supuesto el muñequito azul de Messenger, que permitía teclearse
las primeras intimidades a tiempo real.
Los europeos acababan de votar y un tal Durâo
Barroso se iba a cortar el bacalao a Bruselas. Sonrisa de las
Azores: ánimo, chicos, a la guerra.
Zapatero (ZP) acudía con un ramo de olivo entre
los dientes para verse con Bush en la cumbre de la OTAN. Forges dibujaba un bello
rótulo de “PAZ” incendiado por yanquis e islamistas. En la prensa cavernaria se
hacían chanzas: “Así habló Zetatustra”.
Pasqual Maragall prometía una alianza con vascos
y andaluces para “reformar la Constitución”. Recién llegado a Sant Jaume,
manejaba los mandos con soltura. Aún no sabía que un monstruo llamado Estatut andaría
suelto.
Se decía que habría un carné de conducir por
puntos. Y esto como irá. Los inmigrantes llegaban en masa y había codazos para
recoger la fruta en Lleida. Los homosexuales aún no se podían casar, pero ya
oían campanas. Se hablaba de “altas tasas de fecundidad” gracias a las
extranjeras. Todo el mundo quería trabajar y copular aquí.
Los Príncipes de Asturias se veían con el Papa.
El anciano Wojtyla les animaba a ser “referencia para las familias”. Aún no
había abdicado ningún Papa, ni el Rey de España. Aún no había una reina
divorciada y “de clase media”(=plebeya).
El Fòrum de les Cultures resonaba en las
calles de Barcelona con aspiraciones publicitarias de cambiar el mundo. Manu
Chao sonreía en las páginas de cultura. Michael Moore se erigía en sátiro de
los neocons y los ponía a 9/11 grados Fahrenheit.
Ludovic Giuly se comprometía a aprender catalán. Faltaban diez años para que se hiciera edil en un pueblo de Lyon, pasando de centrocampista internacional a centrista de provincias. Jugaban la Eurocopa en
Portugal. La Roja aún perdía siempre y todavía no tenía este sobrenombre
pasionario.
El mismo día que pasaba todo esto, el 29 de
junio de 2004, empezaba a escribir este blog persuadido por mis amigos de la universidad (porque
tú escribes mucho y ya verás como le sacas partido).
25 junio 2014
Foguera de Sant Joan
Joan Pau Inarejos
He tornat a veure el mar. Una ratlla de color blau fosc, tremolant a
l’horitzó. Era de nit, d'acord, però no oblideu que la meva mirada de llum ho
sap reconèixer tot. Una onada m'ha tocat i, per un
instant, he sentit una tristesa de sal: una petita mort des dels fonaments.
He vist una noia de pantalons minúsculs que s’arrambava a mi per no passar
fred. I un jove que em saltava pel damunt amb un desfici estrany. Primer em donaven fusta i
m'enfilava ufanós. Després em llençaven restes de plàstic —quin
mal— i em feien expulsar indefectiblement el meu eructe fètid. Algú s'alliberava per sempre la samarreta i em deixava un regust de colònia i suor.
Un any més he vist pupil·les admirades reflectint el meu ball volube i
d'altres que m'observaven de lluny, com un enemic mortal. A la platja
tothom em venera, però a dalt de la muntanya sempre hi ha destacaments
d'homes uniformats que m'esperen amb canons de plàstic. Què deuen voler de mi?
Abans d'extingir-me, entre perfums d'alcohol i pólvora, he tingut temps de
sentir dos adolescents que es feien confidències. S'havien quedat sols i
assajaven la posició horitzontal abans que sortís el sol. Allò que es deien l'un a l'altre no ho
puc reproduir amb la llengua de les flames.
Ara sí. S'ha acabat la revetlla. Tot s'apaga: mormolejos i brases es van
fonent a la vegada. A partir d'aquest moment ningú sap on sóc, ni on tornaré a aparèixer.
Ningú sap que jo tampoc ho sé.
21 junio 2014
Elogio de la lejanía
Joan Pau Inarejos
El privilegio de los barrios pobres es que tienen
mejores vistas. Recuerdo un fotograma de mi infancia: la morada de Aladdín de Disney apenas era una choza sin techo, pero desde allí se veía el fastuoso palacio de
Agrabah. Durante siglos, nadie ha admirado la magnificencia de Sevilla como los
habitantes de la humilde Triana, al otro lado del río. Alejarse para ver. Irse
para contemplar.
Pessoa decía que disfrutaba del cielo porque lo veía
desde un cuarto piso de una calle de la Baixa, en su amada Lisboa. Las rendijas y los cerrojos alimentan
esta fantasía poseedora o aspiracional,
que dirían los psicólogos de la publicidad. Si el sol asoma por nuestro balcón,
parece que es un poco nuestro. Todos queremos tener vistas al mar pero nos
produciría una angustia indescriptible vernos en medio de él. Irse para ver.
Del mismo modo, las mejores fotografías surgen cuando a
uno le da por hacer un alto en el camino y mirar lo que queda a sus espaldas.
La madurez debe de ser algo parecido. Volver la vista atrás sin nostalgia,
alejarse lo suficiente para poder decir: qué bello es cuanto he gozado y sufrido.
apuntes
"Nuestra
biografía se convierte en nuestra biología”. Ana María Oliva.
“La
neurología es la única ciencia optimista, porque cada vez que nos dice algo,
nos dice que somos mejores de lo que creíamos”. José Antonio Marina.
17 junio 2014
Pasajeros del mundo
Joan Pau Inarejos
Allí nos espera, como cada día, ese
joven que se momifica con la chaqueta para echar una siesta efímera. O esa universitaria
que a veces entra por los pelos pero no importa porque siempre hay un conductor
sensible a las carantoñas de alguien con dieciocho primaveras y del sexo
opuesto. El hombre robusto con aspecto de albañil turco ha vuelto a meter la
tarjeta unas diez veces en el lector. El aparato la rechaza una y otra vez, pero
nuestro hombre insiste como si albergase la esperanza de ser aceptado por el
sistema en algún momento.
Hoy, como cada día,
subirá esa señora de pelo corto y pendientes largos, escudriñará el pasaje con
mirada inquieta y, a la misma hora de ayer, estampará un beso sonoro sobre la
mejilla de un hombre más joven que ella que la está esperando. Bastante más joven.
Él parece resignado y quizá no lleva muy bien lo de interrumpir su playlist para cumplir con el ritual
consuetudinario de los labios. Un beso preceptivo sin estatuto claro:
¿compañeros, parientes, amantes? Un beso algo forzado. Siente su chasquido pero
no su calor, como la viuda de Cinco horas con Mario. Igual que mañana.
De nuevo se formará
esa tertulia de profesores veteranos y nunca, nunca sabremos de qué hablan con
ese tono susurrante como de reunión del KGB. Sí, parecen algo nórdicos, un
poco eslavos sí que son, y por supuesto no olvidan mirar con cierto desdén a los
pasajeros vulgares que entran gritando con el móvil o hacen partícipe a toda la
tripulación de sus cuitas con un niño pequeño que se ha puesto rebelde.
Jonathan trepa por las barras como Tarzán y, tras un silencio tenso, enseguida se oye esa amenaza tan
sádica, tan redundantemente cruel: “como te caigas, te pego”.
El albañil turco
está pendiente de la suerte de un cochecito mal atado y será el único que se
levante, raudo y veloz, en caso de que una mala curva lo haga tumbar. Todos los demás, mamá
incluida, parecen demasiado ensimismados en sus pantallas. Tampoco se enterará un corrillo de veinteañeros sudorosos y espatarrados, que ventilan una retahíla de chanzas hormonalmente incorrectas desde su estratégica ubicación en el fondo sur. Descompresión
después de Derecho Romano. Mochilas derramadas. El hombre momia sigue
durmiendo.
Finalmente llego a
mi parada y ocurre otra vez. Como siempre a la misma hora, justo un segundo antes de
olvidarme, alguien pensará para sus adentros que repito los mismos
gestos y el mismo paso al emprender mi rumbo hacia el resto del día.
15 junio 2014
'Viva la libertà': Europa, ese gran manicomio
Nota: 8,5
¿La política ha llegado a ser tan disparatada que si
pusieran a un loco no notaríamos la diferencia? O al contrario, ¿hay que estar
un poco chalado para vivir y transmitir el idealismo del que nuestros
gobernantes parecen haber dimitido desde hace siglos? Cualquiera de las dos conclusiones (y hasta tres, cuatro o
cuantas se quieran) caben esta maravillosa sátira, italiana de origen pero europea de vocación, enteramente magnetizada por el carisma de Toni Servillo.
Después de arrollar con su sola presencia en 'La grande bellezza' y de resultar genialmente repulsivo en 'Gomorra', el de Afragola (Nápoles) ya ha esculpido su sonrisa ladina en el Monte Rushmore del séptimo arte. Estamos ante uno de los mejores actores del mundo y parece que la cosa no vaya con él, siempre con esa pinta de haberse fumado un puro melancólico hace un minuto. De vuelta de todo.
Ahora el grande Servillo se enfunda el traje de político —como ya hizo en 'Il divo', donde encarnaba a Andreotti— y se ofrece como rostro cinematográfico de la vieja socialdemocracia en crisis. Aunque la película no lo especifica, deducimos que da vida al líder del Partido Democrático, la principal fuerza de la oposición durante los años de plomo de la tecnocracia postberlusconiana (de los Mario Monti y Enrico Letta). Su negociado es un centroizquierda que no logra ilusionar, que no consigue soltar lastre del pasado ni conectar con la calle. ¿Les suena?
La política italiana es en sí misma un subgénero de la comedia, con su sucesión vertiginosa de gobiernos, sus crisis permanentes y la extraña tendencia de este país a fabricar dirigentes con aptitudes de payaso —pongamos que hablo del rey del bunga-bunga o de un telepredicador muy gritón que se hace llamar Pepito Grillo—. Desde luego la patria de Garibaldi parece el telón de fondo ideal para una cáustica disección de las miserias del poder como la que nos propone 'Viva la libertá'. Pero atención, no se trata de una parodia nacional, ni de un mero guiño endogámico. Sus focos iluminan un escenario mucho mayor.
Basándose en su propia novela 'El trono vacío', el director Roberto Andò nos regala una película con corazón y bonhomía, con una finísima y sonriente ironía a pesar del sinfín de sonoros tortazos que propina al sistema político en general, a la crisis de líderes de la Unión Europea y a las mil y una traiciones de la izquierda del establishment a su sufrido electorado. Sátira política en toda regla que avanza en paralelo a la historia personal del protagonista, de la que poco podemos escribir sin desvelar sus geniales ases en la manga. Digamos que se trata de un político profesional a la fuga, personaje que, por cierto, guarda más de un paralelismo con aquel pontífice de Nanni Moretti superado por el miedo escénico (en la profética 'Habemus papam').
Bella, inteligente, sutil, 'Viva la libertà' rebosa de simbolismos y de múltiples lecturas. Allende los muros de la polis, nos mete de cabeza en una sugestiva reflexión sobre la identidad y, más aún, sobre el poder transformador de las actitudes. Si Benigni nos enseñaba que la vita è bella a pesar del horror, Servillo y Andò constatan que el mundo no es el mismo si lo tomamos como un pedregal o como una pista de baile.
07 junio 2014
'Ida': temps era temps, quan vam sortir de l'ou
per JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
Polònia, any 1960. Un país en blanc i negre. La primera
nació escaldada per la barbàrie nazi ha sortit del foc per caure a les brases
de la dictadura socialista: pensament uniforme i control ofegador de l'Estat. Les bombes s'han aturat per deixar pas a la pau dels cementiris i dels convents.
Petita, silenciosa i extraordinàriament econòmica en recursos, l'obra de Pawel Pawilkowsky aclamada a diferents festivals és tan modesta com impecable i ho fia gairebé tot a la mirada innocent i taciturna de la seva protagonista. Anna, la jove novícia interpretada per Agata Trzebuchowska, es disposa a fer els seus vots canònics quan el passat, tossut, truca a la porta.
La cerca dels orígens familiars obligarà la jove a deixar les parets protectores de l'abadia per endinsar-se en el soroll i l'afany mundà de la ciutat. El moment de l'arribada amb el tren copsa gràficament aquesta topada dels ulls novells amb el tràfec desconegut dels carrers. Un món que s'ha tornat hostil i indiferent: la seva tieta (Agata Kulesza) no sembla alegrar-se gens amb l'inesperat encontre. Se la mira per damunt de l'espatlla amb indissimulat menysteniment.
Neboda i tieta, impel·lides per les circumstàncies a emprendre un viatge plegades, són dos pols oposats. Dues manifestacions contràries de la profunda ferida històrica infligida sobre el país. La jove, despersonalitzada per la seva clausura primerenca, és una nadiua del convent que amb prou feines ha sortit de l'ou. La tieta, en canvi, és una jutgessa embrutida pel règim a desgrat seu i malcasada amb la societat que li ha tocat viure. Les dues alienades, les dues tan diferents.
Les dues Àgates, perfectament fusionades amb els seus papers, contribueixen a dotar la pel·lícula d'una credibilitat aspra i parsimoniosa. La fotografia, jugant amb el buit i el fora de pla, abunda en aquesta sensació de recolliment esporgat de sentiments. Alguns enquadraments recorden l'art elegant de Vermeer, i d'altres ens transmeten una freda gravetat metafísica, com el pla zenital sobre les restes òssies. Una calavera apareix fugisserament, amb la discreció d'un bodegó, això que els pintors anomenen natura morta i que aquí pren tot el sentit.
El viatge de la novícia al món exterior tindrà també les seves temptacions. Els ressons d'un guateque juvenil arriben a l'habitació de la futura monja i remouen la seva consciència virginal. L'escena de la seva aparició a la festa, com un peix fora de l'aigua, està resolta amb encert i delicadesa. Pawilkowsky juga acuradament la carta de l'el·lipsi i les mirades eloqüents i ens duu de la mà fins a una conclusió antiutòpica i amarga. És com el mantra de Judy Garland a 'El mag d'Oz', quan deia que no s'està enlloc com a casa, però amb tota la tristesa possible que s'enclou en aquesta frase.
‘IDA’, DE PAWEL PAWILKOWSKY
04 junio 2014
Rio: la Ciudad de Dios se pone de largo
Joan Pau Inarejos
¿Disparar o dejarse
disparar? La brillante secuencia que abre ‘Ciudad de Dios’ revela a las claras
lo heroico y a la vez necesariamente caprichoso que entraña la profesión de
periodista con una cámara al cuello. Un ser que, pudiendo actuar, retrata. Que pudiendo
huir, se pone en el disparadero.
Rio se prepara para
los fastos mundialistas y olímpicos, pero, recordando la obra maestra de 2002,
uno se pregunta si no sería escenario más apropiado para los Juegos del Hambre
que imagina la escritora Suzanne Collins: los pobres de las favelas, candidatos
a reality show para escapar de la
indigencia y de paso complacer a los espectadores opulentos del Centro.
Ahora que los
flashes de medio mundo se posarán sobre la ciudad del Cristo Redentor, y ahora
que la euforia desarrollista barnizará muchas cosas, es de justicia revisitar
el homenaje triste y a la vez lleno de bonhomía que Fernando Meirelles dedicó a
los bajos fondos de la megalópolis. Aunque el director proviene de una familia
blanca de clase media, su mirada es como la de algunos niños crecidos en la
miseria: extrañamente alegre, pese a todo.
Distanciado del
drama pero también de toda idealización, el autor nos hace ver el Rio carcomido
por la violencia y la corrupción con los ojos inquietos de Buscapé, un
jovencito tímido cuya mayor ambición en la vida es hacerse con una máquina
fotográfica. Nuestro hombre no es el Che Guevara, ni sabe aún que su pasión
infinitamente curiosa y desprejuiciada se llama fotoperiodismo.
Con una banda sonora
preñada de ritmos brasileños -samba, bossanova, funk carioca-, Meirelles coloca
efectivamente el ojo de Dios sobre su ciudad incorregible, y el ojo volador
escudriña todos los rincones de esa favela cualquiera, un micromundo coloreado de tonalidades terrosas. Los estupendos planos cenitales captan un trajín
constante de persecuciones, tiros, vidas truncadas y revanchas sucias, como si
el Cristo de hormigón, desde lo alto, suspirase con paternalismo: "no se les puede dejar solos".
La que fue
merecedora de cuatro nominaciones a los Oscar rompe convenciones lineales para
contarnos el mosaico humano de la favela con abundantes hallazgos visuales y
narrativos: el pollo que corretea por las calles, quién le perseguirá. El niño
humillado por los mayores de la pandilla, en quién se convertirá. Una voz en
off va poniendo sabio orden y concierto en toda esta marabunta de planos
hiperrealistas y montajes vibrantes. Arte = verdad + ritmo.
Lo mejor de esta
ciudad poco divina sigue siendo su enfoque irónico y periférico. Esa
sensación difusa de que la situación es catastrófica pero no es seria, como
decían los austriacos en la I Guerra Mundial. Ese narrador humilde que a veces
casi parece desvanecerse, como el entrañable Nick Carraway de 'El gran Gatsby'
(curiosamente una historia de ricos). Y sin embargo, pocas veces un relator en
off ha estado tan justificado, con la virtud dosificadora y clarificadora del
mejor novelista.
Asistimos cautivados
a los vaivenes violentos del suburbio, tan irracionales, a la crueldad de unos
matones aburridos de sí mismos que le disparan a un niño al pie, mientras el
que está al lado pasa temblando sus últimos segundos de vida. Comprobamos en
carne viva cómo el modus vivendi criminal se traspasa ya no de una generación a
otra, sino de los hermanos mayores a los pequeños. Reinos sangrientos que duran
una tarde. Sueños de hombretón caldeados al sol. Aires amorales de la
'Gomorra' de Roberto Saviano adaptada por Matteo Garrone, pero con una
misteriosa ternura.
Y mientras tanto,
Buscapé hace su vida. Parece que encuentra el amor, o que pasa rozando. Su
presencia resulta desapercibida entre las luchas de titanes del barrio y
gracias a esta discreción ecuménica ascenderá a privilegiado documentalista de
los acontecimientos. Sus instantáneas llegan a las mesas de redacción y hasta
se codea con periodistas de verdad que hubieran matado por conseguirlas (o
quizá no: esos plumillas progres observan su arrojo con una mezcla de
admiración y desdén).
La escena de la
fiesta, con Buscapé pinchando discos y el drama de los clanes estallando
definitivamente en la pista de baile, condensa toda la maestría de la película.
La chica o la cámara. El amigo o la libertad. Disparar o que no te
disparen. Ser un buen periodista entre rejas o seguir haciendo fotos. No,
no se puede tener todo. Assim é a vida.
‘CIUDAD DE DIOS' (2002), DE FERNANDO MEIRELLES
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02 junio 2014
'Maléfica': revolución imperfecta
Atención: la reseña contiene pequeños detalles del argumento
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
¿Por qué Maléfica
llegó a ser maléfica? Siguiendo la línea revisionista de algunos títulos recientes, y acudiendo a esa gallina de los huevos de oro que se llama nostalgia,
Disney se pregunta por la génesis de una de sus villanas más perfectas y
fascinantes. Y el resultado es lo más subversivo que ha salido en muchos años
de la factoría del viejo Walt.
Angelina Jolie,
sobria y magnética, se enfunda el traje de aquella hechicera que irrumpía
apoteósicamente en el castillo del rey Estéfano para echarle una maldición a la
pequeña princesa Aurora. Recuerden: antes de los dieciséis años se pinchará el
dedo con el huso de una rueca y morirá... si no lo remedia algún beso
providencial. La Bella Durmiente, 1959.
Pues bien, Robert
Stromberg y sus sagaces guionistas no sólo inventan un pasado ingenioso para explicar en clave dramática la maldad de Maléfica —el primer tramo, quizá el mejor—, sino que
reescriben todo el cuento de hadas desde el punto de vista de la presunta malvada, pisoteando con ello cuantos dogmas disneyanos encuentran por el
camino. Sorprendente: Disney se autoenmienda frontalmente; alguien diría que incluso se falta el respeto.
No estamos ante
ninguna obra maestra, y de hecho sus formas son harto conocidas: cuento de hadas
de nueva generación, pasado por el tamiz gótico de Tim Burton y la
estética avatariana de vuelos, montajes mareantes y brillos irisados
por doquier. Quien haya visto las recientes revisitaciones de 'Alicia en el país de la maravillas' o 'El mago de Oz' encontrará aquí más de lo
mismo —no en vano comparten autor—: muy espectacular y muy hueco. Aunque la voz en off proclame
petulante que ésta es "la verdadera historia", la obra maestra
seguirá siendo 'La bella durmiente', con todo su perfume rancio, y no este
efímero ejercicio de estilo, por interesante y renovador que resulte. No perdamos el norte.
'Maléfica' es un gran guion en una película mediocre, su idea es muy superior a sus estentóreos ropajes digitales, aunque —para ser justos en la balanza— en su conjunto por lo general kitch y excesivo es imposible no admitir la
elegancia retro de Angelina rodeada de fulgores verdes, la hechizante versión tenebrosa de 'El príncipe azul' que nos regala Lana del Rey o algunos hermosos
hallazgos visuales, como esos cuerpos flotando en el aire. Por contraste, otros apartados como las hadas
benefactoras están clamorosamente mal resueltos y rozan la vergüenza ajena (las
maravillosas Flora, Fauna y Primavera, ¿merecían esta humillación?).
Y a pesar de los muchos defectos de la cinta, a pesar de sus momentos de humor fallido, de sus constantes concesiones comerciales, a pesar de sus serias lagunas de credibilidad o de la ceremonia relamida y confusa que cierra la función, todo ello acaba pesando menos que la fenomenal audacia con la que Stromberg y compañía han osado poner patas arriba el relato canónico —o mejor, cabeza abajo, como quería hacer Marx con el idealismo alemán—.
El halo monárquico, el orden social y el mito del amor romántico que imperaban en el clásico de 1959 sucumben ante una lectura cuasi revolucionaria, diríamos sin exagerar que en los terrenos del feminismo radical y militante. El amor no existe, la villana es una víctima de la violencia de género y los lazos consanguíneos fracasan ante la eficacia afectiva de los nuevos modelos de familia. Nada menos.
Lo que en 'Brave' o 'Frozen' eran apuntes cosméticos aquí adquieren una fuerza propulsora de cambio de reglas, y los matices anecdóticos se convierten en verdaderas complejidades adultas. Quedan en la retina imágenes de una brutal fuerza iconográfica, como el hombre derrotado ante la sombra de unas alas de mujer. Por cierto, puestos a buscar signos de los nuevos tiempos, y mirando hacia los reinos ibéricos, en la
película hay un tal príncipe Felipe que no llega a reinar...
01 junio 2014
Godzilla: las vacaciones le han sentado bien
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5
En marzo de 2011 un
violento tsunami sacudía la central de Fukushima. La pesadilla nuclear,
que parecía enterrada con la guerra fría, regresaba con violentas embestidas. El eterno retorno de la nube fungiforme.
Si el Godzilla
de los años cincuenta remitía al pánico de la bomba atómica, la nueva versión de Gareth
Edwards condensa otros temores, más actuales. El descontrol de la tecnología. El colapso de
las sociedades avanzadas. La teoría del caos. Ahora los riesgos bélicos dan paso a un pesimismo oscuro y sin rostro: algo hemos hecho mal, no sabemos el qué.
¿Demasiada filosofía para una de monstruos? Lo cierto es que este Godzilla piensa y siente mucho más que otros. Pongamos que hablo de la cinta de Roland Emmerich, allá por 1998, cuya historia era deudora rutinaria de los dinosaurios de 'Jurassic Park' y carecía de esa carga alegórica-mítica que dieron los japoneses a su criatura marina, mezcla de gorila y ballena.
No, el Leviatán del siglo XXI no se limita a machacar rascacielos, ni la película se conforma con la pirotecnia destructiva, que la hay y a borbollones. En realidad, el monstruo es el resultado paciente y apoteósico de una serie de sucesos históricos y familiares que Edwards va narrando con una insólita combinación de emoción y suspense.
En este sentido, el prólogo debería considerarse una brillante operación de distracción. Creíamos que estábamos viendo una de monstruos y de pronto nos hallamos envueltos en uno de los momentos dramáticos más tremendos que se han rodado en el cine comercial de los últimos años. Sí, no exagero. Juliette Binoche sabe algo de esto.
Edwards despierta nuestra atención amarrando el punto de vista del film en una familia concreta, cuyos traumas y hallazgos revisten, como iremos comprobando, un misterioso carácter universal. Además, la vedette gigantesca no se presenta a las primeras de cambio, sólo cuando las explicaciones cósmico-científicas justifican su aparición triunfal, y después de una larga —quizá demasiado— operación militar de caza y captura.
Como ya hiciera con la interesante 'Monsters' (2011), el director dota a sus criaturas de elegantes lecturas simbólicas, esta vez con un mensaje profundamente ecologista que conviene no desvelar. Por fin el monstruo es un verdadero personaje, y no un mero telón de fondo o pretexto para virguerías épicas y apocalípticas, por cierto excelentemente filmadas. Aunque va de más a menos, y aunque quizá nunca esté a la altura de su gran arranque emocional, aceptamos a Su Alteza Escamosa como dignísimo animal de compañía.
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