01 marzo 2014
'Los Juegos del Hambre: en llamas'
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5
Se enciende el pebetero y los Juegos del Hambre
vuelven a desprender ese aroma entre cutre y grandilocuente. Porque de eso va
la saga: una mezcla accidentada entre fábula política y tebeo
adolescente, entre mitología y Gran Hermano, entre la antigua Roma y Candy
Crush.
La abanderada de estas olimpiadas con mensaje vuelve a ser
Jennifer Lawrence, Diana posmoderna que dispara flechas y mira a los hombres
con desprecio para mayor regocijo del feminismo con acné. Recuerden: la joven
mártir debe participar en un sádico juego televisado en el que sólo puede quedar uno si quiere salvar
a su familia. Los gladiadores son
extraídos cada año de los distritos del suburbio como divertimento para los
opulentos espectadores del Capitolio, según el interesante punto de partida futurista de la
escritora Suzanne Collins.
Cambia el director (Gary Ross por Francis Lawrence) pero la
partitura es la misma: un raro cóctel de referencias con defectuoso
sentido del ritmo, un artefacto que no sabemos si se toma en serio a si mismo o
más bien se burla de nosotros. Su seña de identidad es la irregularidad, la
disparidad. Las escenas largas y soporíferas se alternan con cápsulas de
acción vibrantes, como el ataque de los monos (¡la película dura dos horas y media y la historia empieza casi al
final!). La estética telefílmica –casi siempre– se trenza con los momentos
de destello –a veces–, y la mediocridad general se coteja con el carisma
intenso y taciturno de Jennifer Lawrence, esa actriz de físico equívoco que se
podría antojar una Barbie olvidable pero que a veces parece la nueva Liz
Taylor.
La dureza del planteamiento –todos contra todos, matar
al otro para vivir– le viene muy grande
a este show adolescente que, en realidad, jamás se atreve a mirar de
frente su propio argumento. Más bien se pierde en un circo dilatorio sin rumbo ni concierto,
un metraje exageradamente largo que se pasea por decorados soviéticos o incluso bíblicos –véase la gratuita flagelación de Cristo que sufre cierto galán de
ojos azules– y otros cercanos a
Ben-Hur especialmente convincentes –el desfile de los carros por el circo
futurista vuelve a ser brillante, igual que ese vestido en llamas de la joven
vestal televisiva– sin alcanzar nunca la más mínima profundidad.
Si salvamos de la quema estos Juegos kitsch es por la gran Jennifer Lawrence,
por esas notas de Horn of Plenty que nos levantan de la butaca, porque de tan mala es casi original, y
sobre todo porque en medio de esta fiesta de fin de curso seudorrevolucionaria están por
última vez la cara y la voz de Philip Seymour Hoffman. No sabemos muy bien qué
hace aquí, pero nos iríamos con él adonde fuera necesario para comandar la
Revolución.
‘LOS JUEGOS DEL HAMBRE: EN LLAMAS', DE FRANCIS LAWRENCE
LA PELÍCULA EN LA MEJOR
WEB DE CINE: LABUTACA
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario