03 diciembre 2012
‘La vida de Pi’ o la doctrina Chenoa
per JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
Chenoa decía que ya estaba cansada de cuerpos duros y mentes blandas. Algo
parecido nos ocurre a algunos con el cine actual, donde el consumo
irresponsable de sustancias digitales (llamémosle tecnorexia) acaba provocando no pocos éxtasis sin alma. Cuerpos
duros y mentes blandas que no saben de amor. El efecto todavía es más
chirriante cuando lo que se propone es una gran fábula filosófica, un bello
cuento sobre Dios, la amistad y el autoconocimiento, como es, con el guion en la
mano, esta ‘vida de Pi’ del escritor franco-canadiense Yann Martel.
Antes que nada, a Ang Lee lo que es de Ang Lee. El director de ‘Brokeback
Mountain’ da una soberbia lección de técnica visual y jalona de imágenes
maravillosas la historia de este joven indio que naufraga con la inopinada compañía de un tigre de
Bengala. Los planos reflectantes entre el cielo y el océano, la plétora de
animales a medio camino del Edén y el arca de Noé, los juegos de transparencias
y luminiscencias, la luna y las nubes cenicientas, esos paisajes encendidos, la
barca con su blancura onírica, la soledad del tigre y su mirada absorta… Imposible
inventariar tan copioso espectáculo de una naturaleza animista y palpitante, en
permanente promiscuidad con la retina.
Sin embargo, como ocurre en los grandes festivales pirotécnicos, la
emoción se apaga con el último cohete. ‘La vida de Pi’ se deshace como polvo de
estrellas porque, en el afán de elevar las cotas de la imaginación, apenas se
acuerda de los cimientos humanos de la historia. Sus pretensiones
espiritualistas, su embriagado politeísmo estético, ahogan toda posibilidad de
empatía, de feeling dramático con
este personaje que pierde a su familia y emprende la soledad del náufrago. Demasiada
verborrea de religión a la carta
silencia los momentos más esenciales y hermosos de la historia: la tensión
entre el hombre y la bestia; el temor como acicate de supervivencia; el tigre
adentrándose en la selva con solemne indiferencia por el trémulo compañero de
fatigas; el misterio del otro y la experiencia del milagro; la vida como lucha
sin cuartel contra uno mismo….
Una lástima que este más allá de
la pantalla se vislumbre poco entre tantos colores saturados, entre tanta belleza emborrachante. Ang Lee y sus cansinos narradores quieren que creamos en
Dios y no se dan cuenta que su homilía nos hace un poco más agnósticos. Lo dice el padre del protagonista: "Si crees en todo, acabarás por no creer en nada".
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1 comentario:
lo suscribo. se queda en una cascarilla vacía del tamaño de la barca que transporta el zoologico ambulante.
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