28 noviembre 2012
Angustia, la epidemia silenciosa
Antoni
Vicens
¿Y si la angustia no
fuera una de las caras del mal? (…) ¿Y si la angustia fuera la puerta hacia la
invención de algo nuevo en la vida, el paso estrecho hacia una oportunidad que
puede ser seguida? Difícil, porque nadie quiere vivir en la angustia. El miedo es diferente: la literatura y el
cine de terror satisfacen una demanda de miedo estético. La angustia, en
cambio, no aparece ni en pinturas, ni en películas. La angustia aparece sin
nada que la acompañe. Es angustia, y nada más; pero cada cual sabe qué es. Es
una experiencia de separación, y de separación precisamente de aquello que
permitiría hacerla hablar.
Vicente
Palomeras
(…) En el caso que nos
presenta Lacan, el hombre no sabe qué mascara lleva pero desde luego que si
llevase puesta la máscara del macho de la mantis tendría muchas razones para
sentir angustia. Ve aquí el límite en el que empieza a surgir la angustia, que
siempre está relacionada con una x desconocida, pero justamente no esta x la que produce la angustia sino
el objeto que nosotros podríamos ser, sin saberlo (…). La angustia está ligada
la incertidumbre respecto a la identidad, a no saber qué Objeto se es para el
Otro. Imaginemos ahora, por un instante, que ese hombre de la danza ve reflejada
en el globo ocular de esa mantis hembra su imagen con la máscara del macho,
entonces el nivel de angustia sería desbordante (…). Por otro lado [hay] una
angustia constituyente, es decir, una angustia productiva (…) que llevó a
Romain Gary a decir que “sin angustia no habría creación”, es más “sin angustia
no habría hombre” (‘Pseudo’, 1976)(…) habremos hecho un buen uso de la angustia
(…) cuando se limite a ser sólo una señal de lo más vivo que habita en uno
mismo.
Miquel
Bassols
“Ya no tengo tanto miedo
a volar en un avión –me decía una joven que había utilizado uno de dichos
métodos-, pero ahora siento un vacío tremendo cada vez que debo separarme de mi
madre”. “Es una espada invisible que me atraviesa el pecho”, me decía un
hombre, y era, en efecto, una espada de sinsentido que hendía cada momento de
su vida cotidiana. Constatamos entonces este hecho: cuantos más efectos terapéuticos se intentan producir directamente
sobre los signos manifiestos de la epidemia, más esta retorna con signos nuevos
(…) como un alien que siempre sabe
esconderse en algún lado de la nave vital del sujeto para reaparecer, poco
después, allí donde menos se lo esperaba (…). La experencia subjetiva de la
angustia permanece en el silencio más íntimo del sujeto como algo
indescriptible, sin concepto, no se deja
atrapar por gimnasia mental alguna, por ninguna sugestión más o menos
coercitiva ante el objeto que la causa. Más allá de los signos en los que se
expande la epidemia silenciosa, el
silencio de la angustia es, el mismo, un signo fundamental que recibe el sujeto
desde su fuero más íntimo con estas preguntas: ¿qué quieres? ¿qué eres?(…) esta
pregunta había quedado enterrada bajo su excesivo ruido. La angustia se
manifiesta entonces como el signo de un exceso, de un demasiado lleno en el que vive el sujeto de nuestro tiempo,
inundado por una serie de objetos propuestos a su deseo. Es el signo de que hace falta un poco de vacío, de que hace falta la falta, como decía hace
tiempo el psicoanalista Jacques Lacan. La angustia, inevitable, hay que saber
atravesarla tomándola como signo de la pregunta radical del deseo de cada
sujeto sobre el sentido más ignorado de su vida. Pero para responder esa
pregunta, primero hay que saber dar la
palabra al silencio de la angustia.
Textos de tres psicoanalistas publicados en:
Cultura/s, La Vanguardia,
28/11/2012
Imagen: fotomontaje Joan Pau Inarejos
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