11 diciembre 2012

Animales en persona


Joan Pau Inarejos
En la Fira de la Puríssima de Sant Boi de Llobregat, una muchacha comentaba a su amiga que nunca había visto una vaca “en persona”. Excitada frente a la exposición ganadera de la plaza de la iglesia –Sant Baldiri, qué bello telón de fondo para los navideños festejos, con su imperturbable elegancia barroca-, la adolescente enseguida se percató de su error, porque quería decir “en vivo” o “de carne y hueso”. Sin embargo, Freud recomendaba tomarnos en muy serio los lapsus linguae, y, en el bovino caso presente, no está de más rastrear ciertas transiciones inconscientes entre el mundo animal y el humano. 

De entrada, se permite decir que una persona es “muy animal”, pero no a la inversa (un animal nunca puede ser “muy persona”, aunque no pocos humanos los prefieran como compañeros de vida). Por otra parte, parece que el lenguaje puede, por decirlo así, medir o calibrar nuestro grado de adscripción a la especie: de pequeño ya me dejaban perplejo eslóganes moralizantes como “lo importante es ser persona” o fulano “es un ser muy humano”, como si los demás tuviéramos trazas alienígenas. A la vez, rebajamos nuestra condición cuando decimos que “es humano” errar o desfallecer: Nietzsche abominaba de lo "humano, demasiado humano" frente a lo perfecto del superhombre, a veces denominado en sus escritos "la bestia rubia" (?). Como diría el portavoz de un gobierno, tenemos un problema de comunicación.

Huelga decir que Darwin contribuyó mucho a este confusionismo agropecuario, quebrando nuestra cerca exclusiva de seres hechos a imagen y semejanza de Dios para hacernos presuntos vástagos evolucionados de los monos. Más tarde, ‘El planeta de los simios’ especuló con lo que ocurriría si se cambiasen las tornas y los animales se vengasen de algo tan humano como la bestialidad. La vaca de la feria, en su gigantona indolencia, ¿preferiría ser uno de nosotros? Animalmente, no lo sé.

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