07 mayo 2011

Viaje a Valencia en tres estampas

por JOAN PAU INAREJOS
Viaje en marzo de 2011
Joan Pau, Laura, Jose y Sara

uno: las falleras
 falleras 
En los días previos a las Fallas, València ya huele a pólvora y a jolgorio. Incluso en algunos momentos uno puede verse rodeado de una humareda violácea y serpenteante, recorriendo las calles con un perfume de calor y de naranja psicodélica (y si vas colocado, hasta puedes ver falleras con cola de sirena volando alrededor del Micalet). Sirvan estos delirantes apuntes al aire libre para ilustrar la pasión folclórica, a medio camino de la mitología y lo kitsch, que vive esta ciudad ruidosa, donde las falleras son a la vez vestales romanas y misses televisivas; pueden aparecer en solemnes carruajes nocturnos, desfilando cual ejército de diosas a golpe de megáfono, o bien confundidas entre el gentío a pleno sol, alisándose el vestido o acabándose de colocar los zapatos. En medio de la multitud, una niña regordeta aguardaba impaciente mientras su madre le ajustaba el legendario moño negro y su enroscado atuendo de dama de Elche. Parecía que iba a salir disparada en cualquier momento.


dos: el fantasma de la Llotja

fantasma de la lonja
Lejos de la noche fallera, se puede confirmar aquí, una vez más, que algunos de los mejores tesoros de las ciudades están escondidos en carcasas discretas y anónimas, que apenas llaman la atención en su fachada pero que albergan en su interior pequeñas genialidades arquitectónicas. En el caso de València, al menos hay dos lugares de este tipo: la sorprendente Plaça Redona (un patio circular en medio del casco antiguo) y sobre todo la Llotja de la Seda (siglos XV-XVI). En este imponente vestigio de las glorias mercantiles del Medievo, 24 estilizadas columnas sostienen un firmamento bellísimo, en forma de bóvedas de crucería entrelazas como una gigantesca trabazón de mimbre, sobrevolando uno de los espacios más austeros y magníficos del gótico mediterráneo. Tras sus ventanales, uno imaginaría a un fantasma atolondrado, o a un Quasimodo valenciano hastiado por tanta amplitud donde hacer reverberar su soledad.

y tres: horizontes de metal

jurásico de metal 
La playa de València tiene quizá uno de los nombres más bellos de la toponimia ibérica: la Malvarrosa (de malvas rosáceas, plantas que antiguamente poblaban la zona) se extiende orgullosa en los confines del barrio homónimo, y, pese a sus dulces evocaciones florales, las protagonistas de su horizonte son las gigantescas jirafas de hierro del puerto, que en primavera ya ven acampar a los futuros bañistas, esos que suspiran por las aguas tibias del mes de julio. Por qué será que estas grúas tremendonas, también en Barcelona, siempre me hacen pensar en conexiones alienígenas o en La Guerra de los Mundos. Sin duda era mucho más tranquilizador llegar a puerto hace siglos, cuando la industria pesada ni estaba ni se le esperaba, y te aguardaba solamente la luz acogedora de un faro.


Joan Pau Inarejos, 7/5/2011
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