17 mayo 2011

Ante la muerte de Bin Laden


ANTONI PUIGVERD
“Nuestra obsesiva tendencia a exigir la bondad moral de la política responde a la irrelevancia de nuestra opinión en el concierto de las naciones; nuestras condenas morales salen, por consiguiente, gratis. Moralidad sin riesgo. Sin costes”

El fallecimiento de Bin Laden ha suscitado graves interrogantes de tipo ético. ¿Es lícito comportarse de manera bárbara para eliminar la barbarie? (…) [pero] ¿qué decir de la celebración del bombazo etarra a Carrero Blanco? Muchos de los que ahora se rasgan las vestiduras por la acción de Obama brindaron entonces con Delapierre. Otras muchas preguntas quedan en el aire. Por ejemplo: ¿no triunfó la revolución francesa, una de las dos matrices de la democracia, gracias a la guillotina y al Terror?

¿A qué responde nuestra obsesiva tendencia a exigir la bondad moral de la política? Por una parte, a la irrelevancia de nuestra opinión: apenas contamos en el concierto de las naciones: casi nadie nos escucha. Nuestras condenas morales salen, por consiguiente, gratis. Moralidad sin riesgo. Sin costes. Por otro lado: ¿no refleja el moralismo político cierto déficit espiritual? Eliminada de nuestra vida social toda forma de trascendencia religiosa, quedaría la nostalgia del absoluto. Quizás la obsesiva exigencia de perfección moral de la política procede de este vacío.

“Ojalá el mito de Bin Laden tome el camino del Che Guevara. El de un icono comercializable junto a los discos de Michael Jackson, junto a la foto de las torneadas piernas de Marilyn, pero ideológicamente infértil”

Se dice que el asesinato de Bin Laden lo convertirá en un mito para los islamistas. Un mito capaz de subyugar a otros sectores musulmanes, de propagar su escuela de odio. Veremos. La desaparición de Bin Laden recuerda la del Che Guevara. Desde que aquel mitificado guerrillero murió, su fama no ha hecho más que crecer en todo el mundo. Una fama que coincidió con la eclosión de la posmodernidad y la apoteosis del consumo. La fama del Che resiste el paso de las generaciones. Es un verdadero icono. Perfectos consumidores compran todavía camisetas y gadgets estampados con su decorativo rostro. Y, sin embargo, nada hay más alejado de la ideología del Che que la cultura pop. Ojalá el mito de Bin Laden tome este camino. El de un icono comercializable junto a los discos de Michael Jackson, junto a la foto de las torneadas piernas de Marilyn, pero ideológicamente infértil. Desactivado su mensaje de sangre gracias a la trivialidad de una fama decorativa.

ANTONI PUIGVERD, LA VANGUARDIA
ARTÍCULO ‘LA CAMISETA DE BIN LADEN’, 9 MAYO 2011

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