30 mayo 2011

'Midnight in Paris': sueños de un americano decadente en Eurolandia

LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
por JOAN PAU INAREJOS

Nota: 4
Es una buena metáfora: cuando Woody Allen ya no tiene nada que decir, se dedica a viajar al pasado. Sí, sí, Woody Allen y no Owen Wilson, porque, como suele ocurrir de un tiempo a esta parte, bajo las facciones de los "nuevos" fichajes actorales (Larry David, Jason Biggs, Kenneth Branagh, Sean Penn...) no late más que su cansino y sempiterno personaje de neurótico-narcisista-judío-genialoide-hipocondríaco. Cierto que en este caso Owen Wilson da más el pego, con su mirada excéntrica, sus rizos rubios y su alleniana nariz de patata, pero no pasa de ser otro eficaz Macario en manos de Woody Luis Moreno.

Poco se podía esperar del otoño creativo del neoyorquino, que, después del bodrio de Vicky Cristina Barcelona se vuelve a reír en las narices de una Europa que le baila el agua de sus ironías seudointelectuales. El resultado no llega a los niveles catastróficos del film catalán, pero poco le queda; en este caso, las postales de la Barcelona pija y soleada dan paso a la sobadísima iconografía de la Ciudad de las Luces (ya visitada en Todos dicen I love you), con un prólogo tan bonito e inofensivo como una cuña del Canal Viajar, una Torre Eiffel omnipresente hasta la náusea, un cameo desperdiciadísimo de madame Carla Bruni y, por supuesto, una encantadora musa gabacha interpretada por Marion Cotillard (ejerciendo de francesa oficial con menos suerte que Penélope en su papel de española ardiente), todo adornado con una ¿sugestiva? teoría psicoanalítica acerca del complejo de la Edad de Oro.

Se dirá que Midnight in Paris despliega una idea ingeniosa (un americano desencantado que viaja por las noches al París de los años 20), pero eso es lo mínimo que cabe exigir a alguien que quiere seguir haciendo cine después de Desmontando a Harry, Delitos y faltas, Cassandra's Dream, Annie Hall, Zelig, Match Point y tantas otras que no cito por no revolcar más el ídolo por tierra. Lo que podía haber sido una sabrosa fábula sobre la Vieja Europa se convierte en una parodia decepcionante (ese Dalí freaky y superficial encarnado por Adrien Brody, por mucho que su breve aparición arranque la carcajada), apenas salvada por el carisma de un Hemingway sanguíneo y taciturno (interpretado por Corey Stoll) o de una grandísima Kathy Bates en el papel de Gertrude Stein, madrina literaria de las vanguardias, y por algún gag brillante que nos recuerda al Woody de otras épocas (véase cierta persecución por los pasillos del París monárquico, con ecos de La última noche de Boris Grushenko).

Por lo demás, Allen-Wilson (o Woody-Owen) traslada la peor sensación posible: que no tiene ganas de hacer nada, más allá de solazarse con ese pase de diapositivas de tono decadente y castrado. No faltan algunas notas  supuestamente ácidas, contra los republicanos, contra la vida burguesa, contra los pedantes, contra la familia... Estertores de un genio que se apaga (ojalá me equivoque) y que solo sueña con dos cosas: ganar dinero y cruzarse por los puentes de París con una doble de Brigitte Bardot que le haga olvidar su edad. 

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