El precioso y eficaz anuncio de cerveza Damm reinterpreta la arcadia hippy balear y setentera y la adapta a una verosimilitud bucólica que actúa como anzuelo turístico. Anteriormente, nuestros gurús de la publicidad ya habían exprimido, por tierra, mar y aire, el Mediterráneo y sus referencias.
En los tiempos de Verano azul, cualquier anuncio de atún en lata, detergente en polvo o zumo vitamínico recurría a pueblos blancos con niños abducidos por un sospechoso marinero de secano. En los tiempos del Sónar, en cambio, con una Barcelona que presume de su autocomplaciente papel de capital de lo cool para un segmento determinado de la juventud (una ciudad donde la disidencia se subvenciona con furor recaudatorio contra el resto de sus habitantes, reducidos a la condición de robóticos contribuyentes), la Damm propone una seductora alternativa de segunda residencia, insular, salvaje, con tríos erótico-sexuales de chicas guapísimas (monzonianas "noies del mehari"), siestas gloriosas, sonrisas de pendiente y tatuaje, chanclas calculadamente sucias y ese punto de buen rollo y sonrisas permanentes que uno no sabe si atribuir a los efectos de ciertas sustancias o a un pa-lo-que-me-queda-en-el-convento previo a un apocalíptico rebrote de la crisis o de la gripe A.
En lugar de resucitar la profanada sombra de Chanquete, nuestros publicistas evolucionan. Con astucia y talento, reinterpretan escenas de Lucía y el sexo, abundan en el colegueo playero con grupo acústico y cantante andrógino que oficia ceremonias de libertad, hoguera, peta y birra y, en una lectura más profunda, equiparan el fugaz e indestructible esplendor de la juventud con la perdurable y destructible belleza del paisaje de Formentera.
Luego, como suele ocurrir con el turismo y su propaganda, la realidad desmiente la publicidad. Resulta que no se pueden conducir motos sin llevar casco, ni dormir a la intemperie y que el universo guai también tiene su lado oscuro: espeluznantes escenas de aglomeración, traumáticas vomitonas y desalentadoras precariedades hoteleras o de infraestructuras.
En cuanto al lema del anuncio, es, como buen aforismo cervecero, una media verdad. "Lo bueno nunca acaba si hay algo que te lo recuerda", dice en su brillante y circular desenlace.
Pero, viendo la cara (y el estómago) que ponen muchos turistas al regresar de sus viajes (teóricamente bucólicos) también se podría añadir: "Lo malo tampoco".
SERGI PÀMIES, artículo en ‘La Vanguardia’, 25/07/2009
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