29 junio 2004

¿Somos el último mono?


La evolución no nos ha hecho más fuertes, sino más débiles. Arnold Gehlen, uno de los padres de la antropología filosófica, habla del ser humano como un 'ser carencial', sin instintos programados y sin órganos de defensa. Para este ser, la cultura no es un lujo, sino la única forma de sobrevivir en un mundo de colmillos y garras. Leámoslo.

"Morfológicamente, el hombre, en contraposición a los mamíferos superiores, está determinado por la 'carencia' que en cada caso hay que explicar en su sentido biológico exacto como no-adaptación, no-especialización, primitivismo, es decir: no-evolucionado. De otra manera, esencialmente negativo.

Falta el revestimiento de pelo y por tanto la protección natural contra la intemperie; faltan los órganos naturales de ataque pero también una formación corporal apropiada para la huida; el hombre es superado por la mayoría de los animales en la agudeza de los sentidos; tiene una carencia, mortalmente peligrosa para su vida, de auténticos instintos y durante toda su época de lactancia y niñez está sometido a una necesidad de protección incomparablemente prolongada.

Con otras palabras: dentro de las condiciones 'naturales', originales y primitivas, hace ya mucho tiempo que se hubiera extinguido, puesto que vive en el suelo en medio de los animales huidizos ligerísimos y las peligrosas fieras depredadoras".

Arnold Gehlen, El hombre, 37

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