29 junio 2004

El rostro

 EDMOND BARBOTIN
"El rostro es de la persona misma; aceptar una fisonomía es acoger a otro, introducirlo en nuestro mundo personal"

Como la palabra y la mano, pero en medida privilegiada, el rostro es de la persona misma. Aceptar una fisonomía es acoger a otro, introducirlo en nuestro mundo personal, ratificarlo, darle nuestra aceptación, ponernos a su disposición. Rechazar un rostro es rehusar a una persona en nuestra comunión; en el caso límite se intentará abolirla por medio de la muerte.

En defecto de este último extremo, la bofetada en la cara, el puñetazo, constituyen el insulto por excelencia: hiero a la persona en su manifestación más obvia. Con mayor razón, la desfiguración de un hombre a golpes es una de las conductas más injuriosas para la persona. Al degradar su 'figura' natural se tortura al otro en su subjetividad, se afirma y niega a la vez su dignidad de sujeto.

No se trata sólo de imponer una máscara bajo la cual el rostro nativo permanezca intacto: se degrada, se afea éste. El accidente, la enfermedad, producen también en ocasiones el mismo efecto de insulto y degradación: entonces el hombre 'ya no tiene figura humana' —prueba de ello es el desgraciado Job y el silencio horrorizado de sus tres amigos—. El observador llega a dudar de la identidad de la víctima, llega a imaginar no sé qué mutación ontológica: aquel a quien conocía, estimaba y amaba, he aquí que ya no lo reconoce.

La conciencia de mi apariencia está indisolublemente ligada a la de mi identidad, es uno de sus fundamentos más estables, incluso dirige su evolución, especialmente a lo largo del crecimiento. La mirada de mis semejantes es para mí un espejo: tal como me aparezco a los demás, así me veo, en eso me convierto poco a poco.

Edmond Barbotin, El lenguaje del cuerpo, 145-150

1 comentario:

Judith dijo...

¿Marcel? ¿¿No era Edmund?? A ver si va a resultar que adorábamos un dios antropológico bicéfalo...