y al levantarme: “¿Cuándo se hará de noche?”
Me harto de pesadillas hasta el alba.
Me cubren la carne gusanos y costras,
la piel se me agrieta y supura.
Mis días corren más que la lanzadera,
se consumen sin nada de esperanza.
Recuerda: mi vida es sólo un soplo,
mis ojos ya no verán la dicha.
Seré invisible a cualquier mirada,
te fijarás en mi, pero no estaré.
¿Soy yo el Mar o el Dragón
para que me pongas un guardián?
Si pienso: “Mi lecho me consolará,
compartirá mi cama mi llanto”,
me aterras entonces con sueños,
me espantas después con visiones.
Quisisera morir asfixiado:
¡antes la muerte que mis dolores!
Me da igual, no he de vivir para siempre;
déjame en paz, mis días son un soplo.
¿Qué es el hombre para darle importancia,
para que pongas en él tu interés,
para que lo inspecciones cada mañana
y a cada instante lo pongas a prueba?
¿Dejarás alguna vez de mirarme?
¿me darás tiempo a tragar saliva?
Si he pecado, ¿en qué te afecta,
Centinela de los hombres?
¿Por qué convertirme en blanco?
¿Por qué te sirvo de carga?
¿Por qué no olvidas mi ofensa,
pasas por alto mi culpa
si pronto yaceré en tierra
y no estaré aunque me busques?
JOB 6, 4-21
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