03 mayo 2014

‘Pompeya’: ¡bim! ¡bam! ¡bum! créditos

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5

Que al cine le gustan las catástrofes no es ninguna novedad. Y la historia de la humanidad brinda muchas y muy jugosas, por tierra, mar y aire. Asistir a ellas desde la butaca es como ser un dios caprichoso, contemplando las penalidades de su prole, o un Nerón con gafas 3D que ve arder su ciudad virtual con indisimulado placer.

Entre los cataclismos volcánicos, Pompeya ocupa sin duda un lugar de honor, y además su lejanía en el tiempo —año 79— permite incumplir todo tipo de compromisos con el rigor. No es casualidad que los esputos ígneos del Vesubio parezcan fuegos artificiales: la pirotecnia es el santo y seña de esta producción germano-canadiense orquestada por Paul William Scott Anderson.

El argumento se obtiene a partir de una mezcolanza manoseada entre ‘Titanic’ (1997) y ‘Gladiator’ (2000), es decir, los títulos que marcaron, respectivamente, el renacimiento del género de catástrofes y el péplum o cine de romanos. Véase: Milo es un esclavo de origen celta que lucha por el amor de Casia, una joven patricia, y para ello deberá batirse con las fuerzas vivas del senador Corvo, quintaesencia de la corrupción y la arrogancia romanas. Como telón de fondo, los rugidos del volcán, presto a despertar en cualquier instante.

En el reparto no hay grandes alegrías (el protagonista es un guapete indolente que imaginarías en cualquier sitio menos en la arena del circo) así que, definitivamente, la odisea pompeyana tiene sus únicas bazas en el apartado visual. Bazas, por otra parte, nada despreciables. La recreación de la ciudad no por otras veces vista nos parece menos impresionante. La batalla de los gladiadores tiene un ritmo casi hilarante y las escenas destructivas no se dejan nada por machacar con frenesí constante de efectos especiales. Soberbio el momento del maremoto que arrastra un barco gigantesco entre las calles de la ciudad, provocando el pánico del personal.

Si de eso se trataba, Los últimos días de Pompeya versión siglo XXI demuestra sobradamente la musculatura de la tecnología digital a la hora de acometer estos retos. Sospecho que a veces se ríe de sí misma o roza la autoparodia, ya sea en clave de dibujos animados esa esclava que ve caer el suelo a sus pies como en un episodio del Correcaminos— o abiertamente kitsch en algunas de las caracterizaciones —la joven damisela, luciendo pierna entre las ruinas con una faz calculadamente sucia—. La escena de los amantes sobre el caballo, oteando la ciudad con la luna en el horizonte resulta entrañablemente hortera. Y sí, es previsible hasta el último fotograma.

‘POMPEYA’, DE PAUL W.S. ANDERSON
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA

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