19 mayo 2014

Un cafè amb gotes

Magí Camps
La Vanguardia, 19/5/2014

“Sí, escriure en català demana un plus de dedicació: darrere d’un text espontani sempre hi ha moltes hores de feina”

El novel·lista vol explicar que un home gran baixa cada dia al bar a fer un carajillo i llegir el diari. Al nostre escriptor, però, no li agrada el mot carajillo. Després de rumiar-hi un temps i descartar el rebentat i el cigaló –perquè no les considera paraules fresques–, li ve al cap el cafè amb gotes, una expressió en recessió però encara viva, i que el lector que la desconegui entén bé. La frase queda impecable: “L’avi baixa al bar i demana un cafè amb gotes mentre fulleja el diari”. Sí, escriure en català demana un plus de dedicació: darrere d’un text espontani sempre hi ha moltes hores de feina.
El cafè amb gotes m’ha vingut al cap arran de la polèmica que el filòleg Narcís Garolera ha encetat amb l’article “El català que ara es parla. La degradació de la llengua als mitjans de comunicació” ( Els Marges). Garolera carrega contra els periodistes, els publicitaris, els polítics i els tertulians perquè considera que fan servir “un català que cada vegada és més un calc del castellà”.

“A les persones que es guanyen les garrofes amb una eina tan important com és la llengua, no els hem de permetre tanta màniga ampla”

L’endemà, l’editor Oriol Ponsatí Murlà li va tirar la cavalleria per sobre amb “El català que ara Garolera ens vol fer parlar” (Núvol.com), desmuntant algun dels exemples que el catedràtic comentava. A continuació, Pau Vidal i altres veus autoritzades han desmuntat els arguments de Ponsatí, no perquè no tingui raó en algun cas, sinó perquè el missatge de Garolera no admet matisos. No es tracta de discernir si a pesar de o plànyer són més adequats que malgrat i compadir, es tracta que el català que es fa servir en públic (oral i escrit) és pobre, és deficient i té molt de catanyol. Aquest és el missatge de Garolera: un crit d’alarma perquè els responsables de fer servir la nostra llengua en públic no ho fan amb prou genuïnitat; perquè les persones que serveixen d’exemple als catalanoparlants menyspreen la pròpia llengua.
A un nouparlant se li perdona tot, però a les persones que es guanyen les garrofes amb una eina tan important com és la llengua, no els hem de permetre (no ens hem de permetre) tanta màniga ampla. Fa més de trenta anys que hi ha immersió lingüística, prou temps per començar a defensar la qualitat més enllà de la quantitat, sobretot en els altaveus públics (públics i privats). I no matem el missatger, sisplau.
Garolera em va suspendre un examen d’Història de la Llengua a la facultat de Filologia perquè, a banda de fer servir un català refistolat, hi havia un doncs causal. El contingut era bo, la llengua, no. En aquell moment em va tocar molt els nassos, però mai no l’hi he agraït prou.

Gràcies, mestre.

17 mayo 2014

'Malditos vecinos': no es una distracción

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7

¿Quién es más ridículo: los ninis que exudan calimocho por los poros o los treintañeros supuestamente maduros que viven para hacer books temáticos de sus bebés? Nicholas Stoller se atreve a plantear esta duda gamberra, riéndose de unos y de otros en una comedia menos previsible de lo que parece.

El director angloamericano y sus avispados guionistas toman como referencia las clásicas películas de vecino contra vecino, pero la dosis de libertad y mala leche que emplean hace que otros títulos del género empalidezcan automáticamente y les acerca más bien a la histeria televisiva de 'Padre de familia'. Groseramente ofensivos e incorrectos, no dejan miembro con látex, perdón, títere con cabeza.

Seth Rogen y Zac Efron se autoparodian estupendamente, uno como como papá inmaduro recién llegado al barrio y el otro como chulito tableta-de-chocolate con ínfulas de líder social. El arranque de la película es impagable, con los problemas de la pareja para tener sexo ante su retoñito mirón y mofletudo -¡qué pequeña y qué gran robaplanos!-, y después con la llegada de la hermandad adolescente, con la que deberán negociar condiciones decibélicas.

Jóvenes juerguistas y papás en apuros, dos mundos que pocas veces se habían visto las caras en este tipo de películas y cuya guerra sin cuartel, con camuflajes, sabotajes y tejemanejes por doquier, hace saltar chispas y gozosas carcajadas. Aunque el tramo central pierde algo de fuelle, a lo largo de la historia se van sucediendo algunos gags brillantes y preñados de ingenio a pesar de su aspecto festivalero y ceporrón.

Hay momentos más que pasados de vueltas: el bebé que chupa un preservativo suscitando un chiste negro sobre el sida, la mujer ordeñada y su tufo misógino o cierto plano tremendamente gore tras una caída insensata por las escaleras (antológico el amigo tonto proclamando ante el villano "¡No soy una distracción!"). Los hay llenos de ironía sobre las imposturas de crecer y madurar, como el macro-dispositivo que se monta el dúo pureta para salir de fiesta con carrito y canastilla hasta que caen rendidos en el intento.

Y hay unas cuantas perlas de parodia cinéfila, como la fiesta donde los miembros del clan adolescente van disfrazados de personajes de Robert De Niro y cruzan temerariamente diálogos y películas mal aprendidas. Stoller reserva no pocos sablazos a esta generación perdida de jóvenes abismados en su madriguera de porros y narcisismo, peterpanes hormonales que observan con una mueca torcida a la gente que estudia y trabaja.

'Malditos vecinos', con toda su hipérbole, es inquietantemente contemporánea, y así lo remacha su estilo visual, nervioso y a ritmo de clic, con pantallas de móvil y ordenador que aparecen invadiendo la pantalla. Un estilo a veces literalmente emborrachado, cuando sigue los pasos de un Zac Efron cabreado en su fiesta babilónica. Con delirante batalla final incluida, Stoller y compañía refrescan y reinventan el género y nos hacen cómplices de su gran burrada inteligente.

‘MALDITOS VECINOS’, 
DE NICHOLAS STOLLER
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Goethe y la felicidad

Zygmunt Bauman
Entrevistado por Núria Escur en La Vanguardia 17/5/2014

¿Cuál fue el peor momento de su vida y cómo consiguió recuperarse?

Al final, la vida no es una liga de fútbol donde puedas decir “mira, aquel partido fue el peor”. Pero le contestaré con una anécdota que puede parecer evasiva pero no lo es. Una vez, al gran poeta Goethe –cuando tenía casi mi edad- le entrevistó Eckermann. “Dígame, ¿usted ha vivido una vida feliz?”, le preguntó. Y Goethe contestó “Pues mire, sí, he tenido una vida feliz. Ahora bien, no me pregunte usted si tuve una sola semana feliz”.

¿Entonces la felicidad no es la suma de momentos de felicidad, como dicen algunos?

No, la felicidad es el gozo que da haber superado los momentos de infelicidad. Haber logrado transformar tus conflictos, porque sin conflictos nuestras vidas, mi vida, hubieran sido un verdadero aburrimiento.

14 mayo 2014

Resurrección discreta

'Cristo y María Magdalena', de Rembrandt (1638)
Gabriel Maghalhâes
La Vanguardia, 12/5/2014


La resurrección fue el gesto más humilde de Jesús: incluso más que su nacimiento. Como buen menestral que era, después de haber descansado tres días (la labor de la semana anterior había sido dura), se levantó y siguió con su artesanía de eternidades. Sin que nadie lo viera, porque así se levantan los obreros de este mundo.

12 mayo 2014

Nefelocoquigia

Joan Pau Inarejos

¿Quién no ha observado las nubes alguna vez buscando formas imaginarias? Antes de que el cloud computing impusiera su ley, lo de “estar en las nubes” era un estado maravillosamente enajenado y creador. El templo perfecto de la subjetividad. Me asomo al balcón y veo un ángel maldito arrastrando sus alas de algodón mientras se gira para devolverme la mirada. Pasa un minuto y la cabeza del ángel expresionista se ha borrado. Ahora es una sepia surcando el cielo, o una enorme seta de tallo afilado.

Hace poco descubrí que este ejercicio cotidiano tiene nombre, y desde entonces ando como un niño con un juguete nuevo entre las manos. Al parecer, la búsqueda recreativa de formas inteligibles en las nubes se denomina nefelocoquigia, y mi teclado acaba de resoplar estupefacto tras esta coalición de letras tan esperpéntica y desafiante. Nefelocoquigia. Según cuentan, su origen se halla en la comedia de Aristófanes ‘Los pájaros’, cuyos protagonistas alados empleaban toda su vida en construir una ciudad en el aire sin llegar nunca a conseguirlo. De nephele, “nube” y  kokkyx, “cuco”, se obtiene nefelocoquigia, “ciudad de los cucos en las nubes”.

Admitámoslo: no es una palabra hermosa, como puedan serlo lapislázuli o azucena, palabras que llevan impregnadas las formas y los perfumes exactos de las cosas que designan. No. Nefelocoquigia es más bien un vocablo punk y antisistema, un palabro metálico y estridente que parece rebelarse contra su melifluo referente. Suena como un diagnóstico aguafiestas: usted no está en las nubes, usted padece nefelocoquigia. Y esos cucos laboriosos, ¿qué pintan ahí? Se dirían emparentados con la sonrisa esquizofrénica de Jack Nicholson... 

Por otra parte, sabemos bien que inventar palabras raras para cosas sencillas es un pésimo negocio para el lenguaje, que basa sus grandes éxitos en la economía y el dardo certero. No es este un neologismo surgido al calor del pueblo, sino un cultismo antipático en toda regla. 

Sin embargo, debo confesar que me he encariñado de esta nefelocoquigia como se encariña uno de una mascota fea o de esos hombres de Pío Baroja que iban por la calle hablando como los personajes del Siglo de Oro. Pasado este rato, la seta se ha convertido en una cabeza de elefante, y empiezo a pensar que soy un nefelocoquígico reincidente.

"En llatí, mestre és el que més val,
i ministre és el que menys"

Película 'La clase' (2008)
Virgilio Ortega
La Contra, La Vanguardia, 12/5/2014

"Mestre ve del llatí magister, paraula relacionada amb magis, més, perquè és el que més val: serveix per ser cap i per ser mestre. En canvi, a Roma, al servidor o criat se li deia minister, de minus, menys, perquè és el que menys val (...) però el ministre, l’últim dels criats, ha anat pujant i el mestre ha anat baixant, això ens dóna molta informació del que prioritzem en la nostra societat".

10 mayo 2014

Sóc un home nou

Joan Pau Inarejos

He descobert que si no miro la previsió meteorològica fa més bon temps. I no em prengueu per supersticiós: ho tinc comprovat. La meteorologia es comporta com la felicitat o les hamburgueses de tofu: si intentes aferrar-la, se’t gira en contra. Esmunyedissa de mena, és la típica matèria que has de tractar amb una prudència delicada i sense expressar en veu alta les teves opinions i expectatives. Dit d'una altra manera, el sol surt per tothom, cert, però no li agrada que el controlin.

Així que aquesta setmana he ignorat olímpicament els telenotícies i els mapes del temps de tal manera que la deessa Gaia m’ha obsequiat amb una corrua de matins radiants i tardes daurades d’aquelles que sembla que no s’acabarien mai si no fos per prescripció astronòmica. Sempre, sense excepció, he donat per fet que l’endemà seria igual, i l’anticicló ha somrigut amb la meva beneita ingenuïtat.

Si les vaques agreugen el forat de la capa d’ozó amb els seus rots, tinc motius fonamentats per pensar que els humans col·laborem psicològicament en la conformació de les casuístiques meteorològiques. Quan algú comença a tenir por que canviarà el temps, els núvols negres es congrien en algun racó remot del firmament. Com més preguen i s'agenollen els portadors d’imatges de les processons, més trona el sarcasme de Déu.

L'única solució és fer-se el ximple o provar amb els fets consumats. Si et poses màniga curta i surts convençut que "ja s'ha acabat el fred" o altres pressuposicions completament irracionals, la meteorologia no et penalitza tant com si et tanques a casa i comences a mirar pronòstics i estadístiques anuals. Avui he sortit disposat a agafar una castanya de vitamina D i obtenir un bronzejat irresistible. Cap home del temps em deturarà.

I no em preocupa que Goethe consideri insuportable una successió ininterrompuda de dies bonics. He deixat de llegir filòsofs i altres pessimistes professionals amb la carrera de Física. Per què hem de copiar les pors dels nostres avantpassats? Ells vivien amb l'ànsia permanent que el cel els cauria al damunt. Jo, si voleu, reivindico la superstició més infundada de totes: creure que demà farà un bon dia.

08 mayo 2014

'Philomena': actriz grande, película pequeña

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 4

Hay actores que tienen que hacer de Sísifo: arrastrar pesadamente la piedra de una película mediocre y elevarla hasta lo más alto posible. Con un poco de suerte, el pedrusco no vuelve a rodar hacia abajo, y entonces los actores son héroes. O simplemente tienen la genética para hacerlo una y otra vez, como Judi Dench.

Porque ella y sólo ella dignifica este telefilme disfrazado de película, que dilapida clamorosamente un tema de tanta enjundia dramática y social como el de los niños robados. El escándalo de Irlanda y de otros tantos países merecía entrar en el séptimo arte por la puerta grande, como lo hizo el sida en 'Philadelphia' o las sombras del sistema penitenciario en 'Cadena perpetua'. Quizá era mucho pedir una obra maestra sobre el robo de bebés auspiciado por las instituciones religiosas, pero al menos nos podían haber ofrecido una cálida y emotiva "historia de interés humano", como reza la película citando el argot del periodismo anglosajón.

Nada de eso hay en 'Philomena'. Chata y gris hasta decir basta, aborda el drama de los hijos arrancados de sus padres con un alarmante tono rutinario. El director Stephen Frears ('Te queen') quiere introducir flecos cómicos en el relato pero acaba chapoteando en la frivolización más burda. La escena en la que la anciana es informada sobre la vida sexual de su hijo es un insulto a la inteligencia: vende la coherencia del guion por un plato de lentejas supuestamente humorísticas.

Poco se puede decir de Steve Coogan, que parece muy perdido y muy desganado acompañando a Philomena en la búsqueda de su hijo. También a nosotros se nos quitan las ganas a los pocos minutos. Judi lo intenta y lo intenta, pero le hacen decir y hacer muchas tonterías a lo largo del metraje. Suerte que en sus rostros y en sus ademanes hay una película infinitamente más interesante.

‘PHILOMENA’, DE STEPHEN FREARS
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07 mayo 2014

‘La grande bellezza’: quan la bellesa embafa

per JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7

‘La grande bellezza’ arrenca amb una escena desconcertant: una multitud es posa a ballar entregadament el Far l’amore de Raffaella Carrà remesclat per Bob Sinclair. Manera curiosa de començar una pel·lícula sobre la decadència exquisida de Roma i dels romans.

Després d’aquest pròleg txumba-txumba, meravellosament grotesc i ben filmat, Paolo Sorrentino ens fa conèixer Jep Gambardella, un periodista carregat d’anys que es mira la seva ciutat amb estupefacció. Aquí no hi ha Anita Ekberg xipollejant a la Fontana di Trevi, però el resultat, tal com s'ha dit, és el més semblant a una versió onírica i en color de La dolce vita

Color i llum. Llum mediterrània i dels neons nocturns. La plàstica de Sorrentino enlluerna, igual que aquesta Roma hiperbarroca i curulla de moments de realisme màgic. Les vistes al pati d'un col·legi de monges propicien un instant misteriosament poètic. El mar apareix de cop i volta al sostre de l'habitació, portant antics records, i la trobada d'una beata i un estol de flamencs al terrat (!) desafia la capacitat de l'espectador per discernir el sublim i el ridícul. 'La grande bellezza' es mou permanentment en aquesta perillosa ambigüitat.

No cal dir que la Città Eterna, amb el seu declivi físic, brinda a Sorrentino la metàfora perfecta per fer inventari de la ruïna moral i vital dels seus habitants, i per extensió de la vella i burgesa Europa (per si en queda cap dubte, hi ha un moment en què Gambardella contempla el Costa Concordia bolcat a les aigües del Tirrè, aquesta persistent icona del naufragi convertida en reclam turístic).

Amb fredor distesa, amb una amargor palmària i un punt cítric d'ironia, l'autor fa desfilar davant la càmera els variats especímens d'aquesta fauna romana podrida de diners. Hi ha un jove avantguardista que es pinta de roig i es despulla davant de sa mare. Hi ha una escriptora que necessita menysprear en veu alta la vida dels seus interlocutors. Hi ha una nena que fa action painting mentre el públic mira la seva expulsió de ràbia com si fos un animal de circ. Hi ha una aristòcrata arruïnada que escolta les seves pròpies penúries a l'audioguia d'un museu...

Parsimoniós i grandiloqüent, de to profundament desesperançat, el director compta amb la garantia telegènica de Roma i amb el somriure sardònic de l'actor Toni Servillo, que sempre eleva la pel·lícula gairebé sense badar boca. Fora d'això, i sense discutir-ne la perfecció visual, fa l'efecte que el cineasta napolità exagera i dilata excessivament el seu plany decadentista els crèdits finals no són aptes per a impacients—. Tampoc acabem d'entendre, i que ens perdonin els gurus de Cannes, per què transita del realisme urbà a les caricatures de terror sense encomanar-se a ningú aquesta beata amb més arrugues que Matusalem necessita una aparició urgent a 'Scarie movie'. Rere l'esplèndida carcassa hi ha poca entranya. Un glop de dry Martini sense alegria.

‘LA GRANDE BELLEZZA’, DE PAOLO SORRENTINO
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06 mayo 2014

'Aprendiz de gigoló': entre el prostíbulo y la sinagoga

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5

A punto de cumplir los 80, a Woody Allen aún le tienta saltar de un lado al otro de la cámara. Le rejuvenece. García Márquez dijo que escribía para que le quisieran. Intuimos que le ocurre algo parecido al de Manhattan: no quiere salir de los focos porque el público, a pesar de los pesares, sigue amando a este hombrecillo que se repite más que el ajo.

Da igual que encarne a un detective trasnochado, a un realizador ciego o a un proxeneta, como en esta comedia dirigida por su amigo, el actor y director John Turturro. Da igual, artísticamente hablando, que su vida privada sea más que turbia. Sabemos que Allen jamás interpreta, siempre se interpreta, con toda la dosis de realidad y ficción que ello conlleva. Así lo compramos en la tienda, así nos ha funcionado siempre y así nos sigue arrancando la carcajada. 

Además, Turturro toma una decisión sabia: dosifica las muecas del abuelete y le deja en un eficaz segundo plano mientras deja que se desenvuelva una película mucho menos boba de lo que podría parecer. Ciertamente, el argumento se podría prestar a la brocha gorda: un viejo librero convence a su amigo, un manitas polivalente, para que se meta a prostituto y ambos se repartan los beneficios. Y lo harán -temblad, menorás- en un barrio de judíos ortodoxos.

He aquí el pretexto sexual para una comedia descabellada y con trenzas, que dispara momentos gozosos e irreverentes, como el juicio sumarísimo de los rabinos en el sótano o la emboscada a un escurridizo Allen en plena calle ("Deben de equivocarse, yo ya me circuncidé"). Sharon Stone y Sofia Vergara ejercen de explosivas y autoparódicas clientas. Y —oh, sorpresa—, entre carcajada y carcajada, la película nos reserva una tierna historia que conviene no desvelar —sí, tierna—, un atípico encuentro entre personas que hallan en el tálamo de pago un inopinado lugar de eclosión de sus sentimientos y rarezas. Además de orgasmos, hay película; de hecho, aquéllos no son más que un ardid muy secundario.

Aderezada con una banda sonora maravillosa, dirigida con elegancia y con cierto aire sesentero, 'Aprendiz de gigoló' definitivamente no es la astracanada chusca que se podría esperar, ni tampoco la enésima ligereza autoplagiada a la que nos tiene acostumbrados últimamente el autor de 'Annie Hall'. Turturro es ligero, pero no superficial, y su modesta parábola romántica es como una matización del universo alleniano, aquí más sutil y humanista que de costumbre, pero tan inteligente y desmitificador como en sus mejores ocasiones. ¿Habrá woodismo sin Woody?

‘FADING GIGOLÓ’, DE JOHN TURTURRO
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA

03 mayo 2014

‘Ocho apellidos vascos’: el misterioso RH del éxito

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5

El expresidente del PNV Xabier Arzalluz provocó un considerable revuelo cuando defendió que la identidad vasca tenía elementos raciales. Lo dijo allá por el año 2000, y argüía que la mayoría de sus conciudadanos poseían un RH negativo en la sangre. Aunque el león de Azkoitia esgrimía estudios de “prestigiosos genetistas”, el presunto RH vasco resultaba escurridizo y muy difícilmente objetivable. Algo parecido le ocurre al fenómeno cinematográfico del momento. Se supone que tiene el gen del éxito, pero no se lo vemos por ninguna parte.

Solamente los azares de la industria y el persistente boca-oreja pueden explicar que una comedia tópica, normalita y a ratos graciosa se haya convertido en la película más vista de la historia del cine español, ese podio inquietante donde las superproducciones de Amenábar y Bayona se codean con las sucesivas entregas de 'Torrente'. Que necesitamos reírnos de nosotros mismos, que la tensión plurinacional precisaba una vía de escape, que nos merecemos una alegría después de los años de plomo de ETA, de acuerdo. ¿Pero el mero factor distensor podía generar una respuesta así? ¿Alguien podía preverlo?

Sociólogos, delineantes de tendencias y sabiondos varios del séptimo arte deben batirse en retirada ante el peso descarado de la realidad: la gente se ríe a mandíbula batiente con la confrontación más burda entre estereotipos regionales. Ayuda la bonhomía de Dani Rovira: el nuevo Luisma del orbe catódico se mimetiza sin problemas con ese joven sevillano de pocas luces y metido en apuros por culpa del amor. Ayuda la presencia de Carmen Machi, todoterreno de la comedia televisiva guste más o menos (Mediaset, con su bombardeo de marketing antes, durante y después, ayuda también mucho). Y cumplen correctamente Clara Lago y Karra Elejalde en sus respectivas tareas: hacer de vasca sin ser vasca y parecer mucho más vasco de lo que es.

Hay gags felices ("Salió con un chico del sur?", "Sí, de Vitoria"; "¿Clemente no es vasco? Pues qué disgusto se llevará la familia cuando se entere) y momentos que arrancan la sonrisa, pese a ser previsibles, como la manifestación de la izquierda abertzale donde el inspirado andaluz, en un golpe al estilo Forrest Gump entre los hippies, agarra el megáfono y se pone a corear "Euskadi tiene un color especial". A alguien le chirriará algún que otro chiste desafortunado sobre los secuestros. Pero el tono amable predomina: no hay voluntad subversiva.

Afortunadamente, 'Ocho apellidos vascos' carece de pretensiones y traza toda su peripecia cómico-romántica con un simpático rotulador grueso sin que apenas le tiemble el pulso. Quien quiera ver una apología de la España plural en su happy end está en su derecho, pero tendrá poco donde rascar. Lo auténticamente llamativo es que una película sin aparente ambición se haya visto agigantada por los espectadores. Los caminos del AVE son inescrutables.

‘OCHO APELLIDOS VASCOS’, DE EMILIO MARTÍNEZ-LÁZARO
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA

‘Pompeya’: ¡bim! ¡bam! ¡bum! créditos

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5

Que al cine le gustan las catástrofes no es ninguna novedad. Y la historia de la humanidad brinda muchas y muy jugosas, por tierra, mar y aire. Asistir a ellas desde la butaca es como ser un dios caprichoso, contemplando las penalidades de su prole, o un Nerón con gafas 3D que ve arder su ciudad virtual con indisimulado placer.

Entre los cataclismos volcánicos, Pompeya ocupa sin duda un lugar de honor, y además su lejanía en el tiempo —año 79— permite incumplir todo tipo de compromisos con el rigor. No es casualidad que los esputos ígneos del Vesubio parezcan fuegos artificiales: la pirotecnia es el santo y seña de esta producción germano-canadiense orquestada por Paul William Scott Anderson.

El argumento se obtiene a partir de una mezcolanza manoseada entre ‘Titanic’ (1997) y ‘Gladiator’ (2000), es decir, los títulos que marcaron, respectivamente, el renacimiento del género de catástrofes y el péplum o cine de romanos. Véase: Milo es un esclavo de origen celta que lucha por el amor de Casia, una joven patricia, y para ello deberá batirse con las fuerzas vivas del senador Corvo, quintaesencia de la corrupción y la arrogancia romanas. Como telón de fondo, los rugidos del volcán, presto a despertar en cualquier instante.

En el reparto no hay grandes alegrías (el protagonista es un guapete indolente que imaginarías en cualquier sitio menos en la arena del circo) así que, definitivamente, la odisea pompeyana tiene sus únicas bazas en el apartado visual. Bazas, por otra parte, nada despreciables. La recreación de la ciudad no por otras veces vista nos parece menos impresionante. La batalla de los gladiadores tiene un ritmo casi hilarante y las escenas destructivas no se dejan nada por machacar con frenesí constante de efectos especiales. Soberbio el momento del maremoto que arrastra un barco gigantesco entre las calles de la ciudad, provocando el pánico del personal.

Si de eso se trataba, Los últimos días de Pompeya versión siglo XXI demuestra sobradamente la musculatura de la tecnología digital a la hora de acometer estos retos. Sospecho que a veces se ríe de sí misma o roza la autoparodia, ya sea en clave de dibujos animados esa esclava que ve caer el suelo a sus pies como en un episodio del Correcaminos— o abiertamente kitsch en algunas de las caracterizaciones —la joven damisela, luciendo pierna entre las ruinas con una faz calculadamente sucia—. La escena de los amantes sobre el caballo, oteando la ciudad con la luna en el horizonte resulta entrañablemente hortera. Y sí, es previsible hasta el último fotograma.

‘POMPEYA’, DE PAUL W.S. ANDERSON
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA