27 noviembre 2013
La fumata profética de Moretti
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
Laica, y sin embargo
profética. Vista hoy, la comedia vaticana Habemus Papam (2011)
parece una clarividente anticipación de los hechos acaecidos estos últimos años
entre los muros de la Santa Sede. Aunque le acusaron de frío e irregular, está
claro que Nanni Moretti no vendía humo.
Con una ironía quizá
demasiado seria, demasiado autocontrolada, el director ofrece su personal
relato de los intríngulis y subtextos de un conclave. Para goce del espectador
y su infinita curiosidad, Moretti bucea en el lugar del hermetismo por
excelencia, esa Capilla Sixtina magníficamente recreada donde los ancianos
cardenales eligen al sucesor de San Pedro sin micrófono ni tweet que
siquiera roce las jambas de sus puertas. El Gran Secreto.
A su favor, el
director italiano se apunta una puesta en escena perfectamente inmaculada
–valga el epíteto mariano–, una elección de intérpretes y escenarios tan
sumamente creíble que jamás tienes la más mínima duda de hallarte en ningún
otro lugar que no sea la ciudad pontificia. Telón de fondo que se llena con un
planteamiento ingenioso: el nuevo papa tiene pánico escénico y requiere los
servicios de un psicoanalista.
A pesar de un
argumento tan goloso, Moretti rehuye sabiamente las tentaciones de la
brocha gorda o la transgresión gratuita. Su comedia es fría pero no ácida.
Irónica, cierto, pero nunca nihilista; más bien tierna y con una mirada
sanamente terrenal hacia sus envaradas santidades. Hoy podemos decir que su ojo
tiene mucho más de franciscano –Bergoglio– que de propiamente papal
–Ratzinger–.
En contraste con el
ego analítico y un poco fallido de Moretti –que se interpreta a sí mismo con
poca suerte–, contamos con la inmensa calidez de su actor protagonista, un
entrañable Michel Piccoli que se antoja un cruce feliz entre la sonrisa de Juan
Pablo II y la de nuestro abuelo. Sólo él y su semblante vulnerable, su errática
pérdida de identidad, sus repentinas nostalgias literatas, su aventura por las
calles mundanas y sus meandros faranduleros, merecerían nuestra peregrinación cinéfila a
la sala oscura.
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