22 noviembre 2011
Tres visiones femeninas (2006)
por JOAN PAU INAREJOS
UNO: LA JOVEN Y LA SERPIENTE
El licor me llevó a un
paisaje marítimo, amaneciendo en un pueblo de pescadores. En la playa había una chica prisionera de si misma. Créanme. Su cuerpo era una especie de malla, un
capullo de seda en el que la pobrecita se agitaba y se revolvía. No tenía
brazos, o bien los tenía cruelmente tejidos y ocultos dentro de aquel cuerpo de
red. Debo aclarar que no era un monstruo ni un gusano gigante. Al contrario. Pese
a todo, era una joven hermosa y, desde donde yo podía ver, lucía unos ojos
azules enormes y arrebatadores. La chica prisionera de si misma miraba hacia el
mar y el viento le dibujaba trenzas crepitantes. Escondido tras las rocas, me
atormentaba pensar que quizá era una sirena a medio hacer, desechada por un
Neptuno apresurado o vaya usted a saber por quién. Deseaba irme, pero no pude
reprimir una última mirada. La joven sin brazos abrió dos ojos como dos
ventanas e intentó con desespero huir a rastras por la arena: una serpiente,
larga y escamosa, se paseaba a su vera y la rodeaba sigilosamente. Lancé un
grito de horror. La serpiente levantó su cuello. Se volvió hacia mí. Su cabeza
era un cráneo desnudo, coronado con cuernos de macho cabrío.
DOS: LA GIGANTA
Jadeando aún por el
sobresalto, corriendo a toda prisa, el paisaje se me volvió a transformar y
aparecí, diminuto como un insecto, en la habitación de una mujer. Mi anfitriona
salía del baño. Se secó el cabello con una toalla y se tumbó desnuda en la cama.
Me asusté al verla, pero enseguida pensé en todas las fábulas sobre los hombres
invisibles y eso me dio un gozo tranquilo, como el que se siente ante un gran
acuario. Trepé por su pierna, seguí por el brazo y vi que estaba tomando una
copa. El licor era denso y dorado. Bajé de su mano de un salto, anduve por la
mesita de noche, aparté esforzadamente un despertador y entonces vi una botella
esbelta que guardaba algo dentro del líquido. Me pareció ver una mitra y, en
efecto, medio tapado por la etiqueta había un obispo, algo más grande que yo,
perfectamente embotellado y algo arrugado por la humedad.
Miré a la giganta y
pensé en lo irreverente de sus gustos. Me sonrojé, lo reconozco. Puede que el
burbujeo del licor me hubiera llegado a la nariz, o quizá la pequeñez súbita
hacía estragos en mi cerebro, pero al mirar hacia arriba, hacia el rostro de la
joven impúdica, vi que sus ojos se multiplicaban, se borraban de la cara y
volaban hacia el cabello, y ella se agitaba graciosamente como si le hicieran
cosquillas. Me fui brincando hacia su vientre y le pisé el ombligo, pero no
pareció molestarle. Quién sabe si ya me había descubierto, y me observaba como
a un nuevo juguete.
Joan Pau INAREJOS,
2006 / dibujos: Joan Pau Inarejos, 2004
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