04 noviembre 2011

'Melancholia': ¡Que se besen! (los planetas)

LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8,5
Al Apocalipsis más mediático le van las multitudes. Desde Juan de Patmos hasta el Harmagedón hollywoodiense, el fin del mundo se ha venido narrando con el concurso de multitudes desquiciadas, ejércitos celestes y gran alboroto urbi et orbi. Pero ahí está Lars Von Trier, el danés más propenso a las provocaciones genialoides, para romper convenciones también en este género y ponerse a filmar el ocaso del universo en la intimidad cruda y desgarrada de una familia.

Dos mujeres enormes apuntalan esta osada película (si es que se puede llamar así a este experimento, lienzo u ópera onírica, ya me perdonarán, harto difícil de describir). Grabemos sus nombres en oro: Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg. La primera, la ex chica Spiderman, es Justine, una joven novia depresiva y soñadora, mientras que la segunda, la carismática Gainsbourg (que ya nos deslumbró en ‘Anticristo’) interpreta a Claire, su severa hermana mayor, muy resabiada anfitriona de los festejos nupciales en una lujosa mansión ajardinada. Ambas féminas se enseñorean respectivamente de la primera y la segunda mitad del largometraje, en realidad dos películas dentro de la película, dos actos de tonos dispares, que se antojarían perfectamente redondos por separado.

El primer acto tiene el color del hiperrealismo psicológico: es una soberbia radiografía humana alrededor de unas nupcias aparentemente idílicas pero irremediablemente decadentes por la profunda distancia, magistralmente filmada, que vamos percibiendo entre los novios. La personalidad absorta y rebelde de Justine aflora poco a poco, como una planta venenosa, y sus continuas huídas de la ceremonia conyugal nos dejan imágenes audaces: véase a la virginal doncella subiéndose las enaguas para hacer sus necesidades en medio del césped, o violando prácticamente a un joven empleado como pedestre recambio de un marido que se queda esperando en calzoncillos su merecida cita sexual.

En el segundo acto, el paisaje narrativo cambia por completo y Lars Von Trier nos mete de pleno en la angustiosa cuenta atrás de un fenómeno astronómico: el planeta Melancholia, tan bello como siniestro, avistado ya como oscuro presagio en la noche de bodas, se acerca peligrosamente a la Tierra con serio riesgo de colisión. Las riendas pasan entonces a Claire (Charlotte Gainsbourg), que eriza el vello con su papel de mujer asustada, poseída por la angustia y el miedo cerval frente a la enigmática serenidad de su hermana. Una se afana y le duele el mundo; la otra se sienta a esperar la catástrofe. Dos talantes frente al Apocalipsis.

La moraleja del amigo Von Trier vuelve a ser descorazonadora: estamos solos frente a una muerte inexorable, que llega con la indiferente y brutal puntualidad de los inviernos nórdicos. No hablamos ya de Dios: ni siquiera nos ampara el calor de otras vidas en el cosmos. Cierto que el autoapodado “mejor director del mundo” se vuelve a pasar varios pueblos de pretenciosidad, y más cierto todavía que vuelve a esculpir una galería de imágenes de una belleza surrealista y sobrecogedora, explícita deudora de la pintura simbolista y las visiones de Brueghel y El Bosco. El recital visual es impresionante, desde ese prólogo ralentizado con la novia arrastrada por la corriente o la doble sombra que proyectan la Luna y Melancholia hasta las inquietantes granizadas provocadas por el choque planetario, sin olvidar esa humilde cabaña de palos, refugio imposible de un ser humano que, como dice el Evangelio, a diferencia de las zorras y las aves no tiene donde recostar la cabeza.

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