26 febrero 2010

'Shutter Island': soberbia paranoia


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA

por JOAN PAU INAREJOS

Nota: 9
El mayor placer de la narración, su goce atávico, es sentirse conducido a lugares desconocidos donde ocurrirán cosas imprevistas. Por eso una gran película y una gran novela son siempre superiores al mejor de los videojuegos; porque el espectador no es quien maneja los mandos, sino la dichosa víctima de un engaño formidable, de una aventura -como la vida misma- de porvenir ignoto.
Lo dice un inglés ilustre, Gilberth Keith Chesterton: "Si el hombre tuviera el control de todo, habría tanto héroe que no habría novela". Y otro insigne británico, Alfred Joseph Hitchcock, resucita milagrosamente en 'Shutter Island', una isla sombría que da nombre a este thriller deslumbrante ambientado en los conspiranoicos años cincuenta.
Martin Scorsese se ha lucido. En todas las categorías. Con un seductor arranque policíaco -unos agentes judiciales recalan en una isla para investigar una desaparición- el director de 'Taxi driver' va urdiendo una trama psicológica donde nada es lo que parece y donde la realidad detectivesca se va confundiendo con la ¿ficción? de un siniestro manicomio, un Show de Truman psiquiátrico donde el hombre lucha contra el decorado y busca las bambalinas de su propia película.
La intriga y los giros constantes del guión mantienen una tensión de hierro, sin arrugas ni paréntesis, y ello acontece con un reparto en estado de gracia divina: Ben Kingsley y Max Von Sydow arrollan como inquietantes doctores de almas, el joven Mark Ruffalo ejerce de perfecto compañero ambiguo y Patricia Clarkson saca virutas de oro a su breve papel de perturbada confidente. (En medio de todos ellos se yergue Leonardo di Caprio, con quien tengo algo personal, ya que incluso dejándose la piel y enloqueciendo admirablemente, no puedo evitar ver a un niño empollón muy voluntarioso).
Además, 'Shutter Island' viste sus dos horas largas con un diseño de producción sobrecogedor: la isla tormentosa, con sus oleajes barrocos y efectistas, está filmada con geniales claroscuros, por ella se concatenan desasosegantes tomas picadas y contrapicadas, primeros planos soberbios, con miradas angustiadas y pupilas dilatadas que nos retrotraen al cine clásico, alucinaciones rodadas con una abrupta estética surreal e interiores detallistas hasta el delirio, donde una envolvente música clásica espolea la incertidumbre y los fantasmas interiores: la culpa, el crimen, el luto.
Y por si fuera poco, Scorsese consigue algo parecido a una encarnación cinematográfica de la locura cuando nos sitúa físicamente en el "Pabellón C". Tan icónico y aterrador como la casa de Norman Bates ('Psicosis'), este módulo permite que nos adentramos en los oscurísimos laberintos de la demencia, con hombres desnudos que murmuran revelaciones sobre nuestra identidad y peleas cuerpo a cuerpo donde no se sabe quién es el perseguidor y quién el perseguido, quién el extraviado y quién el mensajero de la verdad. Han comparado el inconsciente con una caja negra o con un fondo lacustre, pero quién sabe si Freud (y Dostoyevski) hubieran celebrado el "Pabellón C" como su más acabada plasmación.
Por su virtuosismo narrativo, por su intensidad psicológica (turbulenta y polimorfa) y sobre todo por rescatarnos el cine de gigantes en plena Era Liliput, más que óscars, el viejo Scorsese merecería un profundo y sincero abrazo.

1 comentario:

elmarge dijo...

Y la banda sonora es espectacular.... temas de compositores del s. XX. Me recuerda al uso que hacía Kubrick de la música contemporánea en sus películas.
Felicidades por tu blog. Lo sigo y es mi guía a la hora de decidir que película veo...