El vanguardista quiere despojar el arte de sus ataduras morales, temáticas, canónicas y lograr la piedra filosofal; "Te quiero pura", dice Salinas
Durante mucho tiempo creímos que el clasicismo era la manera céntrica de mirar la realidad. Pero repasando el árbol genealógico hemos caído en la cuenta de que la perspectiva, la figuración, el viejo ‘arte imitativo’ no es una norma universal, sino una construcción estética. Un fruto de su tiempo, madurado con genes holandeses e italianos.
Ante este descubrimiento caben dos actitudes. Por una parte, la autoconciencia del arte debe llevar a su purificación. Eliminemos todo lo superfluo, lo convencional, lo clásico, y daremos con el corazón del arte. Por ahí van los tiros de la abstracción, desde Klee a Mondrian pasando por Miró y Kandinsky. Es curioso observar que muchos de estos personajes escribieron profundos manifiestos espiritualistas.
He aquí, en efecto, el ánimo dominante de las vanguardias: despojar el arte de sus ataduras morales, temáticas, canónicas y lograr, como si de alquimia se tratase, la piedra filosofal. "Te quiero pura", dice Salinas. Al descubrir que el arte no es una forma de comunicación universal sino un trastero de lenguajes, el vanguardista opta por la destilación. El vanguardista aún cree en la esencia del arte.
Pero hay una segunda actitud estética que marca nuestra época con tanta o más fuerza que el ascetismo vanguardista. El arte es un lenguaje: de acuerdo, pues a trabajar. En vez de pasar el cánon por la licuadora, hagamos una apuesta estilística y juguemos, sabiendo que no estamos manejando las esferas de Platón. Los frívolos han generado menos literatura, no están organizados y carecen de 'manifiestos'. La frivolidad se llama Dalí o Warhol, pero sobre todo la encontramos omnipresente y diseminada en la publicidad, en el cine, en el diseño, en la llamada cultura de masas.
La vanguardia emprendió un camino, el de la purificación, y era un camino necesario. Pero nadie pudo evitar el camino de vuelta, el de la reconstrucción estética. Así, la herencia de Walt Disney se mide con la de Kandinsky y hoy, por lugares insospechados, hemos vuelto a la figuración: los videojuegos, las superproducciones del nuevo Hollywood, los parques temáticos. Barroco cibernético, materia impura que pide a gritos nuevos alquimistas.
JOAN PAU INAREJOS
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