El toro se zambulló al ver que la joven ya no estaba sobre su lomo, y con toda la gruesa piel jadeando bajó a las profundidades mediterráneas. Los pulpos se erizaban y los bancos de peces se desparramaban al descubrir la cornamenta buceante, cortando el agua como un relámpago submarino. El animal rastreó campos de algas y cuevas burbujeantes pero aunque cualquier pestaña de luz podía confundirse con ella, no apareció.
20 octubre 2004
En alta mar la perdí
Joan Pau Inarejos, agosto 2005
El toro se zambulló al ver que la joven ya no estaba sobre su lomo, y con toda la gruesa piel jadeando bajó a las profundidades mediterráneas. Los pulpos se erizaban y los bancos de peces se desparramaban al descubrir la cornamenta buceante, cortando el agua como un relámpago submarino. El animal rastreó campos de algas y cuevas burbujeantes pero aunque cualquier pestaña de luz podía confundirse con ella, no apareció.
No debí correr tanto, no la sujeté bien, fue mi culpa,
la asusté, así gemía y se maldecía el instinto del toro casi ahogado, bajo la
mirada perpleja de las medusas. Con los cuernos rojos de dolor y de reventar
corales se engañó a sí mismo y fabuló que Europa no había muerto sino que
estaba en brazos de un dios más rápido y escamoso.
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