16 octubre 2004

Mi aurora, mi tormenta


Si nos perdemos en la contemplación de la inconmensurable grandeza del mundo en el espacio y en el tiempo, si meditamos en la infinidad de los siglos pasados y venideros, o si, mirando al cielo estrellado, consideramos la infinidad de los mundos y la extensión inacabable del espacio, nos sentimos pequeños y nos perdemos como gota de agua en el océano.

Pero a la vez, contra este fantasma de nuestra propia nada, contra tan engañosa posibilidad, se yergue en nosotros el convencimiento íntimo de que todos esos mundos no existen más que en nuestra representación y no son más que modificaciones del sujeto eterno de conocimiento puro así que olvidamos nuestra personalidad.

La inmensidad inquientante del mundo depende ahora de nosotros, ya no dependemos nosotros de ella. Se nos revela un sentimiento consciente de que somos una misma cosa con el mundo, y lejos de sentirnos rebajados con su grandeza, nuestro valor crece ante ella.

Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, 167

1 comentario:

MORGAR dijo...

Cuando veo la jeringuilla, pienso en lo inconmensurable del mundo, y veo lo pequeño que soy, y la insignificancia que supone para el devenir del universo la aguja. Pero luego, efectivamente, hay un convencimiento íntimo de que todo eso es representación y dibujo, y que lo único que de verdad importa soy yo. Y la aguja. Entonces hago lo único que puedo hacer: considerar la cosa importante, y luchar contra el desplome, de forma fisiológica y no racional, ya que si fuera racional estaría muerto de aprensión.