21 octubre 2004

Josep al desert

Joan Pau Inarejos, desembre 2003

Abans pensava que l’enemic vivia sota el llit, o en un altre món sota el món, o al corredor solitari. Però ara que tinc vint anys ja no em fa por res del que hi ha a fora, sinó tot el que hi ha a dins.

La lluita de l’home, incansable i diària, esgotadora i gegant, no és contra el mal, és contra l’absurd. És contra l’amenaça constant del desànim, de llançar la tovallola i rendir-se a l’apatia del no-res, del prou, del marxem que aquí no hi fem res. Però això deia algú que la humanitat sencera s’enretira quan veu un home que sap on va, perquè és un home tocat per la gràcia.

Aquesta és l’esperança: que dins de la foscor de l’univers s’hi encengui una bombeta, que dins de l’oceà esvalotat s’hi faci la vida, que la molsa del pessebre, abstracta i primitiva, s’ompli de figures que caminen sobre farina de galeta, però sempre endavant. I el poble que camina a les fosques vegi una gran llum…

Però amb tot el fang del món costa molt seure a amassar figures. Com podem omplir de sentit tant de fang? Ho hem d’inventar tot, o només ho hem de descobrir? Podem viure amb aquest dubte d’arrel? La bombeta il·luminarà tot un cosmos? Els pastors arribaran enlloc? Tot s’ha de fer, no sabem res. És massa missió per a tanta solitud.

De vegades penso en tu, Josep, pobre home, perdut i despistat dins la profecia. Ningú t’ha explicat res, i tu d’aquí cap allà perquè pots fer i desfer, però mai et pots aturar, sempre te l’has d’empescar tant si tens un cavall com si tens un ase per fugir d’Egipte o per tornar a Natzaret. Pobre home petit i lúcid, sense sostre, nedant a contracorrent, sempre creant, i creant, sense saber que tota la música s’esfuma abans d’arribar als núvols, sense saber si algú t’escolta quan parles sense paraules.


20 octubre 2004

En alta mar la perdí

Joan Pau Inarejos, agosto 2005

El toro se zambulló al ver que la joven ya no estaba sobre su lomo, y con toda la gruesa piel jadeando bajó a las profundidades mediterráneas. Los pulpos se erizaban y los bancos de peces se desparramaban al descubrir la cornamenta buceante, cortando el agua como un relámpago submarino. El animal rastreó campos de algas y cuevas burbujeantes pero aunque cualquier pestaña de luz podía confundirse con ella, no apareció.

No debí correr tanto, no la sujeté bien, fue mi culpa, la asusté, así gemía y se maldecía el instinto del toro casi ahogado, bajo la mirada perpleja de las medusas. Con los cuernos rojos de dolor y de reventar corales se engañó a sí mismo y fabuló que Europa no había muerto sino que estaba en brazos de un dios más rápido y escamoso.


16 octubre 2004

Mi aurora, mi tormenta


Si nos perdemos en la contemplación de la inconmensurable grandeza del mundo en el espacio y en el tiempo, si meditamos en la infinidad de los siglos pasados y venideros, o si, mirando al cielo estrellado, consideramos la infinidad de los mundos y la extensión inacabable del espacio, nos sentimos pequeños y nos perdemos como gota de agua en el océano.

Pero a la vez, contra este fantasma de nuestra propia nada, contra tan engañosa posibilidad, se yergue en nosotros el convencimiento íntimo de que todos esos mundos no existen más que en nuestra representación y no son más que modificaciones del sujeto eterno de conocimiento puro así que olvidamos nuestra personalidad.

La inmensidad inquientante del mundo depende ahora de nosotros, ya no dependemos nosotros de ella. Se nos revela un sentimiento consciente de que somos una misma cosa con el mundo, y lejos de sentirnos rebajados con su grandeza, nuestro valor crece ante ella.

Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, 167

13 octubre 2004

Sólo sé que tengo que volver


Durante sus veinte años de ausencia, los ítacos conservaron muchos recuerdos de Ulises, pero no le añoraban, mientras que Ulises sí sentía el dolor de la añoranza, aunque no se acordara de nada.Cuanto más fuerte es su añoranza, más se vacían de recuerdos. Cuanto más languidecía Ulises, más olvidaba.

Porque la añoranza no intensifica la actividad de la memoria, no suscita recuerdos, se basta a sí misma, a su propia emoción, absorbida como está por su propio sufrimiento. Él sólo esperaba una cosa, que le dijeran por fin: "¡Cuenta!". Pero es lo único que nunca le dijeron.

Durante veinte años no había pensado en otra cosa que en regresar. Pero, una vez de vuelta, comprendió sorprendido que su vida, la esencia misma de su vida, su centro, su tesoro, se encontraba fuera de Ítaca, en sus veinte años de vueltas por el mundo. Había perdido ese tesoro, y sólo contándolo hubiera podido reecontrarlo.

A un desconocido se le pregunta: "¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¡Cuenta!". En Ítaca, sin embargo, no era un extraño, era uno de ellos y por eso a nadie se le ocurría decirle: "¡Cuenta!".

Milan Kundera, La ignorancia, cap. 9

08 octubre 2004

Para ti, desconocido


Vemos en la naturaleza una preocupación por lo venidero, propiamente independiente del tiempo, un afanarse por lo que ha de venir. Y así el pájaro construye el nido para sus crías que aún no conoce. El castor levanta un edificio cuya finalidad ignora. La hormiga, el turón, la abeja, reúnen provisiones para el invierno desconocido para ellos. La araña, la hormiga-león arman, como si estuviesen dotadas de reflexión y astucia, trampas para una presa que nunca han visto. Los insectos ponen sus huevos allí donde la futura larva encontrará su alimento. Toda obra de la naturaleza parece hecha con arreglo a un plan al cual es totalmente ajena.

Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, 135

La desvergüenza de las flores


La planta revela todo su ser a primera ojeada con perfecta inocencia, Y su inocencia no se ofende de que los órganos genitales, que en todos los animales están situados en la parte más oculta del cuepro, ostenten en su cima. Esta inocencia de las plantas está basada en su falta de conocimiento: la culpa no está en el querer, sino en el querer consciente. Cada planta nos habla, ante todo, de su patria, del clima de ésta y de la naturaleza en que crece. Cada planta expresa la voluntad especial del género a que pertenece y dice algo que no puede expresarse en ninguna otra lengua.

Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, 132

07 octubre 2004

Soñar es hojear


La vida y los ensueños son hojas de un mismo libro. Su lectura de conjunto se llama vida real. Pero cuando las horas de lectura habitual (el día) terminan y las de descanso han llegado, nos dedicamos a hojear sin orden aquí y allá. A menudo tropezamos con una página ya leída otras veces, con una desconocida, pero siempre del mismo libro. Claro que una hoja leída aisladamente no puede ofrecer una lectura congruente. Sin embargo, esto no ha de sorprender si se tiene en cuenta que también nuestra vida es una hoja suelta en el libro del universo.

Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, 29

Carcasa estoica


El sabio estoico carece de vida y de verdad poética interior y es siempre una figura rígida de palo, con la cual no se puede hacer nada. El sabio estoico no sabe qué hacer con su sabiduría y su perfecta calma, su suficiencia, su felicidad. ¡Cuán distintos parecen al lado suyo los victoriosos y libres penitentes que nos pinta la sabiduría védica o el Salvador del cristianismo, aquella magnífica figura llena de vida, de tan grande verdad poética y tan profunda significación, que, a pesar de su perfecta virtud, santidad y sublimidad, se presenta ante nosotros flagelada por todos los dolores de la pasión!

Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, 84

Muerte en el escenario


El hombre puede retraerse a la reflexión. En esto se parece a un comediante que ha desempeñado su papel y mientras tiene que volver a salir a escena se confunde con los espectadores y contempla tranquilamente lo que pasa en el escenario, así fuera la preparación de su muerte (en el drama), hasta que por fin vuelve a representar su papel y obra y sufre conforme debe hacerlo.

De esta doble vida procede aquella tranquilidad del hombre, tan diferente de la inconciencia de los animales, por la cual éste, después de haber tomado fríamente una resolución o de haber reconocido la fatalidad, soporta con admirable sangre fría los más terribles golpes o realiza las más heroicas acciones contra las cuales su naturaleza animal se rebelaría.

Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, 80

02 octubre 2004

El arte y los puros

El vanguardista quiere despojar el arte de sus ataduras morales, temáticas, canónicas y lograr la piedra filosofal; "Te quiero pura", dice Salinas

Durante mucho tiempo creímos que el clasicismo era la manera céntrica de mirar la realidad. Pero repasando el árbol genealógico hemos caído en la cuenta de que la perspectiva, la figuración, el viejo ‘arte imitativo’ no es una norma universal, sino una construcción estética. Un fruto de su tiempo, madurado con genes holandeses e italianos.


Ante este descubrimiento caben dos actitudes. Por una parte, la autoconciencia del arte debe llevar a su purificación. Eliminemos todo lo superfluo, lo convencional, lo clásico, y daremos con el corazón del arte. Por ahí van los tiros de la abstracción, desde Klee a Mondrian pasando por Miró y Kandinsky. Es curioso observar que muchos de estos personajes escribieron profundos manifiestos espiritualistas.


He aquí, en efecto, el ánimo dominante de las vanguardias: despojar el arte de sus ataduras morales, temáticas, canónicas y lograr, como si de alquimia se tratase, la piedra filosofal. "Te quiero pura", dice Salinas. Al descubrir que el arte no es una forma de comunicación universal sino un trastero de lenguajes, el vanguardista opta por la destilación. El vanguardista aún cree en la esencia del arte.


Pero hay una segunda actitud estética que marca nuestra época con tanta o más fuerza que el ascetismo vanguardista. El arte es un lenguaje: de acuerdo, pues a trabajar. En vez de pasar el cánon por la licuadora, hagamos una apuesta estilística y juguemos, sabiendo que no estamos manejando las esferas de Platón. Los frívolos han generado menos literatura, no están organizados y carecen de 'manifiestos'. La frivolidad se llama Dalí o Warhol, pero sobre todo la encontramos omnipresente y diseminada en la publicidad, en el cine, en el diseño, en la llamada cultura de masas.

La vanguardia emprendió un camino, el de la purificación, y era un camino necesario. Pero nadie pudo evitar el camino de vuelta, el de la reconstrucción estética. Así, la herencia de Walt Disney se mide con la de Kandinsky y hoy, por lugares insospechados, hemos vuelto a la figuración: los videojuegos, las superproducciones del nuevo Hollywood, los parques temáticos. Barroco cibernético, materia impura que pide a gritos nuevos alquimistas.

JOAN PAU INAREJOS