JUSTO BARRANCO, REPORTAJE SOBRE JOHN GRAY, LA VANGUARDIA, 21 MARZO 2007
“La revolución de los ‘neocons’ es ‘la última revolución utópica’, con su fracasado proyecto para transformar Iraq en una democracia liberal”
La utopía ha sido históricamente un banderín de la izquierda. Sin embargo, desde hace un tiempo, afirma John Gray, también lo es de la derecha: ahí está la revolución de los ‘neocons’, “la última revolución utópica”, dice, con su fracasado proyecto para transformar Iraq en una democracia liberal. Para Gray (1948), no es extraño.
Profesor de la London School of Economics, antiguo asesor de Thatcher reconvertido primero a posiciones cercanas al nuevo laborismo y ahora el pensamiento ecológico de autores como Lovelock, firmante de libros como ‘Las dos caras del liberalismo’ y ‘Contra el progreso y otras ilusiones’ (Paidós), afirma que el marxismo y el neoliberalismo son encarnaciones seculares del cristianismo: han creído en la utopía, en construir un mundo sin conflicto, como el fin de la historia del que hablaba Fukuyama.
En ese sentido, Gray, que ofreció el lunes una conferencia en el CCCB, recuerda que obviamente hoy vivimos un gran progreso científico, pero que “el conocimiento no nos hará libres”. “Estamos mejor en muchos campos. Ya no hay dolor de muelas. Creo que por eso no soy posmdodernista o relativista radical. Pero cuando hablamos de política o ética no hay progreso acumulativo como en la ciencia o la tecnología. Hay ganancias y pérdidas. Uno de los logros de la Ilustración fue la prohibición de la tortura. Ahora ha vuelto a ser normalizada. Los males son recurrentes en política. El conocimiento aumenta, pero la sabiduría no tanto. Y es usado para propósitos buenos y malos. Tenemos que entender esa ambivalencia. Ya cuando se inventó la fotocopiadora se dijo que acabaría con las dictaduras. Y con el telégrafo, con la televisión, ahora con internet. Internet puede debilitar el control autoritario… y a la vez destruir nuestra privacidad”, remarca el filósofo británico.
Y recuerda el gran impulso utópico que recorre la cultura occidental desde el declinar del cristianismo, reconvirtiendo su promesa de salvación universal en la fe del progreso. “Siempre hubo utopías, imaginadas en el pasado o en lugares fuera del mapa, pero desde entonces se sitúan en nuestro futuro, tanto para anarquistas, comunistas, jacobinos o neoconservadores. Todos creen que se acabará el conflicto, que tendremos una sociedad feliz, ya sea socialista, anarquista u otra.
“Tras el colapso del comunismo el impulso utópico no se acabó. Se trasladó a la derecha, al neoliberalismo”
Para algunos, la utopía nos abre a nuevas posibilidades. Quizá en el pensamiento, porque históricamente ha derramado mucha sangre. Y su resultado es predecible. Ya lo fue la URSS para Bertrand Russell: cuando la visitó en 1920 dijo que habría hambre, dictadura y sangre. Igual con Iraq: era obvio que acabría en algún tipo de teocracia, no en una democracia liberal. Y eso tras décadas de violencia. Iraq es un producto del colonialismo. No existía antes. Así que una vez derrocado el régimen de Sadam, destruyeron el Estado de Iraq. Es crucial entender que el Estado de Iraq ya no existe. Los kurdos ya están separados de facto. La fantasía utópica ha destruido en meses algo que se tarda décadas en construir. Es el producto que se obtiene al sumar utopía e ignorancia de la historia”.
Para Gray, esto ha sucedido porque “tras el colapso del comunismo el impulso utópico no se acabó. Se trasladó a la derecha, al neoliberalismo. La vieja escéptica derecha que admiré dejó de existir. En parte, por el shock del triunfo. Los neoliberales decidieron perseguir objetivos imposibles como Iraq. Pero la historia no se había acabado: el 11-S mostró que vivimos en el mismo mundo del conflicto étnico y religioso, de guerras por los recursos que cada vez serán mayores, porque ningún Estado confía en que el mercado arregle la escasez de recursos. Quieren su control”.
Pero asegura, tras el fracaso neoliberal, “el colapso de la utopía secular es también peligroso, porque ha sido una gran narrativa para Occidente en el terreno colectivo y personal. Y una ilusión se cambia por otra, así que hay peligro de un ‘revival’ de la religión en sus formas más fundamentalistas”. Eso sí, para Gray los mitos de la religión que explicaban el mundo eran más verdad que muchos mitos seculares, como la idea de un mundo sin religión, y hoy “la exclusión de la religión de la vida pública, la idea de Estados radicalmente seculares, no es el camino, se necesita una base más pluralista en la que todas coexistan en paz”.