Erich Fromm
El miedo a la libertad (1941)
egoísmo versus amor propio
El egoísmo no es idéntico al amor a sí mismo, sino a su
opuesto. El egoísmo es una forma de codicia. Como toda codicia, es insaciable
y, por consiguiente, nunca puede alcanzar una satisfacción real. Es un pozo sin
fondo que agota al individuo en un esfuerzo interminable para satisfacer la
necesidad sin alcanzar nunca la satisfacción. (…) Y si observamos aún más de
cerca este proceso, especialmente su dinámica inconsciente, hallaremos que el
egoísta, en esencia, no se quiere a sí mismo sino que se tiene una profunda
aversión. El enigma de este aparente contrasentido es de fácil solución.
El egoísmo se halla arraigado justamente en esa aversión hacia sí mismo. El
individuo que se desprecia, que no está satisfecho de sí, se halla en una
angustia constante con respecto a su propio yo. No posee aquella seguridad
interior que puede darse tan sólo sobre la base del cariño genuino y de la
autoafirmación. Debe preocuparse de sí mismo, debe ser codicioso y quererlo
todo para sí, puesto que, fundamentalmente, carece de seguridad y de la
capacidad de alcanzar la satisfacción. Lo mismo ocurre con el llamado
narcisista, que no se preocupa tanto por obtener cosas para sí, corno de
admirarse a sí mismo. Mientras en la superficie parece que tales personas se
quieren mucho, en realidad se tienen aversión, y su narcisismo —como el
egoísmo— constituye la sobrecompensación de la carencia básica de amor hacia sí
mismos. Freud ha señalado que el narcisista ha retirado su amor a los otros
dirigiéndolo hacia su persona: si bien lo primero es cierto, la segunda parte
de esta afirmación no lo es. En realidad, no quiere ni a los otros ni a sí
mismo.
potencia versus dominación
El término "poder" puede significar cada una de
estas dos cosas: dominación o potencia. (…) Lejos de ser idénticas, las dos
cualidades son mutuamente excluyentes: la impotencia tiene como consecuencia el
impulso sádico hacia la dominación; en la medida en que un individuo es
potente, es decir, capaz de actualizar sus potencialidades sobre la base de la
libertad y la integridad del yo, no necesita dominar y se halla exento del
apetito de poder. El poder, en el sentido de dominación, es la perversión de la
potencia.
el fascismo ignora el
milagro de la creación
El carácter autoritario adora el pasado. Lo que ha sido una
vez, lo será eternamente. Desear algo que no ha existido antes o trabajar para
ello, constituye un crimen y una locura. El milagro de la creación (…) está más
allá del alcance de su experiencia emocional.
adultos frente a un puzzle
roto
En nombre de la "libertad" la vida pierde toda
estructura, pues se la reduce a muchas piezas pequeñas, cada una separada de
las demás, y desprovista de cualquier sentido de totalidad. El individuo se ve
abandonado frente a tales piezas como un niño frente a un rompecabezas; con la
diferencia, sin embargo, de que mientras éste sabe lo que es una casa y, por
tanto, puede reconocer sus partes en las piezas del juego, el adulto no alcanza
a ver el significado del todo, cuyos fragmentos han llegado a sus manos. Se
halla perplejo y asustado y tan sólo acierta a seguir mirando sus pequeñas
piezas sin sentido.
el fantasma del éxito
Se concede importancia al valor del producto terminado en
lugar de atribuírsela a la satisfacción inherente a la actividad creadora. Por
ello el hombre malogra el único goce capaz de darle la felicidad verdadera —la
experiencia de la actividad del momento presente— y persigue en cambio un
fantasma que lo dejará defraudado apenas crea haberlo alcanzado: la felicidad
ilusoria que llamamos éxito.
la delgada línea entre el
loco y el genio
La posición del artista, sin embargo, es vulnerable, pues se
respeta tan solo la espontaneidad o individualidad del que logra el éxito; si
no alcanza a ‘vender’ su arte, es para los contemporáneos un desequilibrado, un
neurótico. Desde este punto de vista, el artista se halla en una posición
similar a la del revolucionario a través de la historia. El revolucionario
afortunado es un hombre de Estado; el que no alcanza el éxito, un criminal.
erich fromm “predice” la
sociedad cibernética
Si me buscan, entonces soy alguien, si no gozo de popularidad,
simplemente no soy nadie. El hecho de que la confianza en sí mismo dependa del
éxito de la propia “personalidad” constituye la causa por la cual la
popularidad cobra tamaña importancia para el hombre moderno. De ella depende no
solamente el progreso material, sino también la autoestimación; su falta
significa estar condenado a hundirse en el abismo de los sentimientos de
inferioridad. La personalidad alienada que se pone a la venta pierde gran parte
de su sentido de la dignidad, rasgo característico del hombre hasta en las
culturas más primitvas. [La frase final procede de la obra ‘La vida
auténtica’].
sin debilidad no hay
cultura
El hombre nace desprovisto del aparato necesario para obrar
adecuadamente, aparato que, en cambio, posee el animal; depende de sus padres
durante un tiempo más largo que cualquier otro animal y sus reacciones al medio
ambiente son menos rápidas y menos eficientes que las reacciones automáticamente
reguladas por el instinto. Tiene que enfrentar todos los peligros y temores
debido a esa carencia del aparato instintivo. Y, sin embargo, este mismo
desamparo constituye la fuente de la que brota el desarrollo humano; la
debilidad biológica del hombre es la condición de la cultura humana (…). Va
adquiriendo una oscura conciencia de sí mismo —o más bien de su grupo— como de
algo que no se identifica con la naturaleza. Cae en la cuenta de que le ha
tocado un destino trágico: ser parte de la naturaleza y sin embargo
trascenderla.
las nuevas cadenas
La consecuencia de esta desproporción entre la libertad de
todos los vínculos y la carencia de posibilidades para la realización positiva
de la libertad y de la individualidad, ha conducido, en Europa, a la huida
pánica de la libertad y a la adquisición, en su lugar, de nuevas cadenas o, por
lo menos, de una actitud de completa indiferencia (…). Tanto el desamparo
como la duda paralizan la vida, y de este modo el hombre, para vivir, trata de
esquivar la libertad que ha logrado: la libertad negativa. Se ve así arrastrado
hacia nuevos vínculos (…). Halla una nueva y frágil seguridad a expensas del
sacrificio de la integridad de su yo individual. Prefiere perder el yo porque
no puede soportar su soledad. Así, la libertad —como libertad negativa— conduce
hacia nuevas cadenas.
entregar el don incómodo
de la libertad
El individuo descubre que es «libre» en el sentido
negativo, es decir, que se halla solo con su yo frente a un mundo extraño y
hostil. En tal situación, para citar una descripción significativa, debida a
Dostoievsky en Los hermanos Karamazov, no tiene «necesidad más urgente que la
de hallar a alguien al cual pueda entregar, tan pronto como le sea posible, ese
don de la libertad con que él, pobre criatura, tuvo la desgracia de nacer». El
individuo aterrorizado busca algo o alguien a quien encadenar su yo; no puede
soportar más su propia libre personalidad, se esfuerza frenéticamente
porlibrarse de ella y volver a sentirse seguro una vez más, eliminando esa
carga: el yo.
la conciencia del tiempo y
las campanas de Nuremberg
Ciertos cambios significativos en la atmósfera psicológica,
acompañaron el desarrollo económico del capitalismo. Un espíritu de desasosiego
fue penetrando en la vida. Hacia fines de la Edad Media comenzó a desarrollarse
el concepto del tiempo en el sentido moderno. Los minutos empezaron a tener
valor; un síntoma de este nuevo sentido del tiempo es el hecho de que en
Nuremberg las campanas empezaron a tocar los cuartos de hora a partir del siglo
XVI. Un número demasiado grande de días feriados comenzó a parecer una
desgracia.
la nueva tiranía
protestante
Lutero, si bien libertaba al pueblo de la autoridad de la
Iglesia, lo obligaba a someterse a una autoridad mucho más tiránica, la de un
Dios que exigía como condición esencial de salvación la completa sumisión del
hombre y el aniquilamiento de su personalidad individual. La "fe" de
Lutero consistía en la convicción de que sólo a condición de someterse uno
podía ser amado, solución ésta que tiene mucho de común con el principio de la
completa sumisión del individuo al Estado y al "líder" (…). Al hacer
sentir al individuo la conciencia de su insignificancia e inutilidad en lo
concerniente a sus méritos, al darle conciencia de su carácter de instrumento
pasivo en las manos de Dios, lo privó de la confianza en sí mismo y del
sentimiento de la dignidad humana, que es la premisa necesaria para toda
actitud firme hacia las opresoras autoridades seculares (…) estaba
psicológicamente preparado para perder aquel sentimiento característico del
pensamiento medieval, a saber, que el fin de la vida es el hombre, su salvación
y sus fines espirituales; estaba así preparado a aceptar un papel en el cual su
vida se transformaba en un medio para fines exteriores a él mismo, la
productividad económica y la acumulación del capital (…)
el protestantismo y el
resentimiento de la clase media
Esta concepción de una divinidad despótica que exige un poder
ilimitado sobre los hombres, su sumisión y humillación [calvinismo], constituía
la proyección del odio y la envidia experimentados por la clase media. La
hostilidad y el resentimiento también se expresaban en el tipo de relaciones
con los demás. La forma principal que ellos asumían era la de indignación
moral, característica de la baja clase media desde los tiempos de Lutero hasta
los de Hitler. Esta clase, que en realidad era envidiosa de los que poseían
riqueza y poder y disfrutaban de la vida, racionalizaba su resentimiento y
envidia del buen vivir por medio de la indignación moral y de la convicción de
que esos grupos, socialmente superiores, serían castigados por el sufrimiento eterno.
(…) Calvino desconfiaba de la riqueza y, al mismo tiempo, experimentaba poca
piedad hacia la pobreza.
el calvinismo y la evasión
“frenética”
Un camino posible para escapar a este insoportable estado de
incertidumbre es justamente ese rasgo que llegó a ser tan prominente en el
calvinismo: el desarrollo de una actividad frenética y la tendencia impulsiva a
hacer algo. La actividad en este caso asume un carácter compulsivo: el
individuo debe estar activo para poder superar su sentimiento de duda y de impotencia.
Este tipo de esfuerzo y de actividad no es el resultado de una fuerza íntima y
de la confianza en sí mismo; es por el contrario, una manera desesperada de
evadirse de la angustia (…).
el trabajo compulsivo:
función evasiva y función supersticiosa
La irracionalidad de tal esfuerzo compulsivo está en que la
actividad no se dirige a crear un fin deseado, sino que sirve para indicar si
ocurrirá o no algo que ha sido predeterminado con independencia de la propia
actividad o fiscalización. Este mecanismo es una característica bien conocida
de los neuróticos obsesivos. Tales personas cuando temen el resultado de algún
importante asunto, mientras tanto aguardan la respuesta pueden dedicarse a
contar las ventanas de las casas o los árboles de la calle: si su número es par
creerán que todo irá bien, y lo contrario si es impar. (…) En el calvinismo
este significado del esfuerzo formaba parte de la doctrina religiosa.
Originariamente se refería esencialmente al esfuerzo moral, pero más tarde se
atribuyó cada vez más importancia al esfuerzo dedicado a la propia ocupación y
a sus resultados, es decir, al éxito o al fracaso en los negocios. El éxito
llegó a ser el signo de la gracia divina; el fracaso, el de la condenación. (…)
El esfuerzo y el trabajo asumían en este sentido un carácter totalmente
irracional. (…) Servían únicamente como medio de predicción de un destino
determinado de antemano, y, al mismo tiempo, esa frenética actividad constituía
una renovada defensa contra aquel sentimiento de impotencia, que de otro modo
hubiera sido insoportable.
la conciencia moral, un
“negrero”
El sentimiento del "deber", tal como lo vemos
impregnar la vida del hombre moderno, desde el período de la Reforma hasta el
presente, en las racionalizaciones religiosas o seculares, se halla
intensamente coloreado por la hostilidad contra el yo. La
"conciencia" es un negrero que el hombre se ha colocado dentro de sí
mismo y que lo obliga a obrar de acuerdo con los deseos y fines que él cree
suyos propios, mientras que en realidad no son otra cosa que las exigencias
sociales externas que se han hecho internas. Lo manda con crueldad y rigor,
prohibiéndole el placer y la felicidad, y haciendo de toda su vida la expiación
de algún pecado misterioso. Es también la base de aquel "ascetismo mundano
interior" tan característico del calvinismo primitivo y del puritanismo
ulterior. (…) Una humildad y un sentimiento del deber genuinos no hubieran
podido hacerlo; pero la conciencia que se niega y se humilla a sí misma es tan
sólo un lado de la hostilidad; en el otro están el odio y el desprecio para con
los demás.
Erich Fromm
El miedo a la libertad (1941)
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