02 julio 2013

‘Trance’: el robobo del gogoya

per JOAN PAU INAREJOS
Nota: 6,5

Que nos perdone Danny Boyle, pero qué mejor que el humor cañí y español para abordar una película donde Goya importa tanto o menos que la dichosa joya de los Martes y Trece. El modesto y fascinante 'Vuelo de brujas' del genio aragonés (43,5 x 30,5 cm) apenas es el pretexto de arranque para un thriller que juega poco a la historia del arte y mucho a la confusión videoclipera entre realidad e hipnosis.

Apartemos, pues, al father of modern art (la película dixit) de esta encerrona de ladrones de arte y mujeres fatales, donde la bella sátira brujil cobijada en el Prado cumple a la perfección y sin complejos el papel de mero catalizador o MacGuffin, como lo llamaba Hitchock (recuerden: no importa lo que persiga Indiana Jones, importa su arrojo y sus peripecias). En este sentido, hay que agradecer a Boyle que no se ande por los cerros de Dan Brown y vaya al grano.

¿Hay vuelo más allá de Goya? A ratos. Aunque 'Trance' atrapa rápidamente con un prólogo limpio y resuelto -subasta, robo, sorpresa- enseguida se le cala el motor para entrar en un circuito de constantes altibajos. Simon, el joven protagonista interpretado por un sosainas James McAvoy, tiene en su cabeza todas las respuestas de la misteriosa desaparición del cuadro, pero los métodos expeditivos de la cuadrilla mafiosa (poco aprovechado el gran Vincent Cassel), apenas servirán. Deberá entrar en escena una terapeuta tan atractiva como nulamente creíble, la intrigante Elizabeth (Rosario Dawson), que por supuesto sabe mucho más de lo que dice, etcétera.

Donde el director de 'Trainspotting' se lleva la palma es en el montaje, en la forma de contar, demostrando que es un maestro en el dominio del ritmo y la creación de filigranas audiovisuales. Véanse, sobre todo, las magníficas secuencias en las que Simon reconstruye confusamente sus recuerdos, y donde los oyentes de la historia entran y salen de ella en un interesante juego narrativo. Torbellinos, más que secuencias, montajes flotantes de imagen y sonido que permiten imaginar la utopía de un cine-río sin saltos ni cortes. Adónde desemboque este río, y si nos creemos todo el tinglado y sus personajes -con moscas incluidas-, eso ya es otra historia.


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