Luis Cernuda
Antología poética (1924-1962)
A un poeta muerto
(F.G.L.)
(…)
La muerte se diría
más viva que la vida
porque tú estás con ella
(…)
Porque este ansia
divina, perdida aquí en la tierra,
tras de tanto dolor y dejamiento,
con su propia grandeza nos advierte
de alguna mente creadora inmensa,
que concibe al poeta cual lengua de su gloria
y luego le consuela a través de la muerte.
‘Las nubes’ (1937-1940)
Vereda del cuco
(…)
Que si el cuerpo de un
día
Es ceniza de siempre,
Sin ceniza no hay llama,
Ni sin muerte es el
cuerpo
Testigo del amor, fe del
amor eterno,
Razón del mundo que rige
las estrellas.
(…)
‘Como quien espera el alba’ (1941-1944)
La visita de Dios
(…)
Como el labrador al ver
su trabajo perdido
vuelve los ojos
esperando la lluvia,
también quiero esperar
en esta hora confusa
unas lágrimas divinas
que aviven mi cosecha.
‘Las nubes’ (1937-1940)
Río vespertino
(…)
Del hombre aprende el
hombre la palabra,
mas el silencio sólo en
Dios lo aprende.
En la paz vespertina,
más humilde
Que el júbilo animal de
la mañana,
Lo renunciado es poseído
ahora,
Cuando la luz su espada
ya depuso
(…)
‘Como quien espera el alba’ (1941-1944)
Las ruinas
Oh Dios. Tú que nos has hecho
Para morir, ¿por qué nos infundiste
La sed de eternidad, que hace al poeta?
¿Puedes dejar así, siglo tras siglo,
Caer como vilanos que deshace un soplo
Los hijos de la luz en la tiniebla avara?
Mas tú no existes. Eres tan sólo el nombre
Que da el hombre a su miedo y su impotencia,
Y la vida sin ti es esto que parecen
Estas mismas ruinas bellas en su
abandono:
Delirio de la luz ya sereno a la
noche,
Delirio acaso hermoso cuando es corto
y es leve.
(…)
Tu vida, lo mismo que la flor, ¿es
menos bella acaso
Porque crezca y se abra en brazos de
la muerte?
(…)
‘Como quien espera
el alba’ (1941-1944)
Poemas para un cuerpo
(…)
Morir parece fácil,
la vida es lo difícil:
ya no sé sino usarla
En ti, con este inútil
trabajo de quererte,
que tú no necesitas.
(…)
Eso basta.
Tú y mi amor, mientras miro
Dormir tu cuerpo cuando
Amanece. Así mira
Un dios lo que ha creado.
Mas mi amor nada puede
Sin que tu cuerpo acceda:
Él sólo informa un mito
En tu hermosa materia.
‘Con las horas
contadas’ (1950-1956)
Luis de Baviera esucha ‘Lohengrin’
(…)
Contemplar lo hermoso, ¿no es
respuesta bastante?
(…)
‘Desolación de la quimera’ (1956-1962)
La familia
(…)
Te dieron todo, sí: vida
que no pedías,
Y con ella la muerte de
dura compañera.
(…)
‘Como quien espera el alba’ (1941-1944)
Cuatro poemas a una
sombra
(…)
“Sigue por las regiones del aspirar
oscuro,
No buscando sosiego a tu deseo,
Confiado en lo inestable,
Enamorado en lo enemigo”.
Contra el tiempo, en el tiempo,
Así el presagio loco: “espera,e spera”.
(…)
‘Vivir sin estar
viviendo’ (1944-1949)
El ruiseñor sobre la
piedra
(…)
Tú, hermosa imagen
nuestra,
eres inútil, como el lirio
pero ¿cuáles ojos humanos
sabrían prescindir de una flor viva?
Junto a una sola hoja de hierba
¿Qué vale el horrible mundo práctico
y útil, pesadilla del norte,
vómito de la niebla y el fastido?
Lo hermoso es lo que pasa
negándose a servir. Lo hermoso, lo que amamos,
tú sabes que es un sueño y que por eso
es más hermoso aún para nosotros.
‘Las nubes’ (1937-1940)
Si el hombre pudiera
decir
Si el hombre pudiera
decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar
preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia
mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que
quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y
espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he
vivido.
‘Los placeres prohibidos’ (1931)
Como leve sonido
(…)
Como todo aquello que de cerca o de
lejos
me roza, me besa, me hiere,
tu presencia está conmigo fuera y dentro,
es mi vida misma y no es mi vida,
así como una hoja y otra hoja
son la apariencia del viento que las lleva.
(…)
‘Los placeres
prohibidos’ (1931)
Como una vela sobre el
mar
(…)
Sintiendo todavía los
pulsos de ese afán,
yo, el más enamorado,
en las orillas del amor,
sin que una luz me vea
definitivamente muerto o vivo,
contemplo sus olas y quisiera anegarme,
deseando perdidamente
descender, como los ángeles aquellos por la escala
de espuma,
hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha
visto.
‘Donde habite el olvido’ (1932-1933)
Te quiero
Te quiero.
Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena
o iracundo como órgano impetuoso;
Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;
Te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;
Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino;
Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.
‘Los placeres
prohibidos’ (1931)
La gloria del poeta
(…)
Es hora ya, es más que
tiempo
de que tus manos cedan a mi vida
el amargo puñal codiciado del poeta;
de que lo hundas, con sólo un golpe limpio,
en este pecho sonoro y vibrante, idéntico a un
laúd,
donde la muerte únicamente,
la muerte únicamente,
puede hacer resonar la melodía prometida.
‘Invocaciones (1934-1935)
Lázaro
(…)
Yo no recuerdo sino el frío
Extraño que brotaba
Desde la tierra honda, con angustia
De entresueño, y lento iba
A despertar el pecho,
Donde insistió con unos golpes leves,
Ávido de tornarse sangre tibia.
En mí cuerpo dolía
Un dolor vivo o un dolor soñado.
Era otra vez la vida.
Cuando abrí los ojos
Fue el alba pálida quien dijo
La verdad. Porque aquellos
Rostros ávidos, sobre mí estaban
mudos,
Mordiendo un sueño vano inferior al
milagro,
Como rebaño hosco
Que no a la voz sino a la piedra
atiende,
Y el sudor de sus frentes
Oí caer pesado entre la hierba.
(…)
Todos le rodearon en la mesa.
Encontré el pan amargo, sin sabor las
frutas,
El agua sin frescor, los cuerpos sin
deseo;
La palabra hermandad sonaba falsa,
Y de la imagen del amor quedaban
Sólo recuerdos vagos bajo el viento.
Él conocía que todo estaba muerto
En mí, que yo era un muerto
Andando entre los muertos.
Sentado a su derecha me veía
Como aquel que festejan al retorno.
La mano suya descansaba cerca
Y recliné la frente sobre ella
Con asco de mi cuerpo y de mi alma.
(…)
Así rogué, con lágrimas,
Fuerza de soportar mi ignorancia
resignado,
Trabajando, no por mi vida ni mi
espíritu,
Mas por una verdad en aquellos ojos
entrevista
Ahora. La hermosura es
paciencia.
Sé que el lirio del campo,
Tras de su humilde oscuridad en tantas
noches
Con larga espera bajo tierra,
Del tallo verde erguido a la corola
alba
Irrumpe un día en gloria triunfante.
‘Las nubes’ (1937-1940)
Luis Cernuda
Antología poética (1924-1962)
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