He aquí, pues, un tipo de error producido, no por las formas concretas que aparecen en la pantalla -nadie podía tener miedo de una locomotora en 1895-, sino por las propiedades intrínsecas del medio en cuestión, por la inteligente utilización de la profundidad de campo, que provocaba un suspense genuino, sin precedentes en el resto de las artes figurativas.
De la misma maera, la propia sintaxis cinematográfica, sobre todo a partir de Griffith, plantea enigmas irresolubles en lo referente al terror provocado en ciertos espectadores. Se dice que los integrantes de algunas tribus africanas con formas de vida aún primitivas sentían un pánico irrefrenable al contemplar un primer plano de una cabeza o de cualquier otro miembro del cuerpo humano: para ellos, se trataba de una verdadera mutilación, o, en el peor de los casos, de un acontecimiento sobrenatural. El primer plano en sí mismo supone algo así como una apoteosis del despedazamiento, que sólo podemos asimilar gracias a nuestra espontánea comprensión de las reglas técnicas y narrativas del llamado cinematógrafo.
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