por JOAN PAU INAREJOS
La cinta posee una potencia visual fuera de toda duda: desde el plano de un carruaje despeñándose y el rostro desencajado de un niño moribundo hasta el retrato de un hogar mísero y un campo pese a todo plagado de luz y lirismo, toda la historia se beneficia de una atmósfera detallista y francamente cuidada, donde no falta ni sobra nada.
A ello hay que añadirle una pareja púber en estado de gracia: Francesc Colomer encarna perfectamente la inocencia e incluso cierta bondad primigenia asociada a la infancia (que hoy hemos olvidado ante la generación de niños hiperinformados y vacilones) mientras Marina Comas borda de igual forma su papel de catalizadora rebelde y resabiada, removiendo las aguas de este mundo candoroso con terribles heridas: la mano mutilada convertida en juguete y una sexualidad tristemente precoz, por culpa de unos adultos sin escrúpulos.
Descollante en los apartados visual, simbólico e interpretativo, sin embargo 'Pa negre' naufraga en su propósito de fresco realista, cayendo en la tentación del exceso de diálogos y la teatralización de la pobreza. La historia del padre mártir y de la familia humilde perseguida por un poder anónimo y sanguinario no consigue romper los moldes del estereotipo, y remite a demasiados quilómetros de celuloide de la ficción catalana y española moderna. Lo que Villaronga consigue con su bella fotografía, llena de sosiego y de matices, no lo logra con el guión, absorbido en su tramo final por un tubo de escape maniqueísta y emocionalmente tramposo.
Es una lástima, pero la verborrea acaba haciendo que aborrezcamos lo que podía haber sido una buena película, y obliga a evocar aquel proverbio árabe que los directores deberían grabarse en sus mesas de montaje: "Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, mejor cállate".
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