18 diciembre 2008

Grecia, del mito a la amargura

Primero los griegos creían en las ninfas y los sátiros, pero vino Platón a descubrirles la muerte y el ansia de pervivir. La alegre Hélade naciente, de la mitología soleada, desemboca en el amargo estuario de los filósofos y las barbas blancas.

Así pues, los helenos terminan su civilización preguntándose qué será de su alma. Pero incluso en Israel es éste un anhelo tardío: los hebreos empiezan creyendo en un Yahvé guerrero, en liza con los ídolos, y poco a poco se transforma en un Dios más íntimo "y más universal por lo tanto", garante de mi eternidad. Escuchemos a Unamuno.


MIGUEL DE UNAMUNO


"El dios judaico, revelado entre el fragor del Sinaí", "se hizo más íntimo e individual, y más universal por lo tanto"


Ese Yavé, el dios judaico, empezó siendo un dios entre otros muchos, el dios del pueblo de Israel, revelado entre el fragor de la tormenta en el monte Sinaí. Pero era tan celoso, que exigía se le rindiese culto a él solo, y fue por el monocultismo como los judíos llegaron al monoteísmo. Era adorado como fuerza viva, no como entidad metafísica, y era el dios de las batallas.


Pero este dios, de origen social y guerrero, sobre cuya génesis hemos de volver, se hizo más íntimo y personal en los profetas, y al hacerse más íntimo y personal, más individual y más universal, por lo tanto. Es Yavé, que ama a Israel no por ser hijo suyo, sino que le toma por hijo porque le ama (Oseas XI, 1). Y la fe en el Dios personal, en el Padre de los hombres, lleva consigo la fe en la eternización del hombre individual, ya que en el fariseísmo alborea, aun antes de Cristo.


Pfleiderer: "Ningún pueblo vino a la tierra tan sereno y soleado como el griego... pero ningún pueblo cambió tan por completo"


La cultura helénica, por su parte, acabó descubriendo la muerte, y descubrir la muerte es descubrir el hambre de inmortalidad. No aparece este anhelo en los poemas homéricos que no son algo inicial, sino final: no el arranque, sino el término de una civilización. Ellos marcan el paso de la vieja religión de la Naturaleza, la de Zeus, a la religión más espiritual de Apolo, la de la redención (...).


Recordad el Fedón platónico y las elucubraciones neoplatónicas. Allí se ve ya el ansia de inmortalidad personal, ansia que, no satisfecha del todo por la razón, produjo el pesimismo helénico.


El ansia insatisfecha de inmortalidad produce el pesimismo helénico y las especulaciones del neopitagorismo y el neoplatonismo


Porque como hace muy bien notar Pfleiderer (Religionsphilosophie auf geschichtlicher Grundlage, 3, Berlín, 1896), «ningún pueblo vino a la tierra tan sereno y soleado como el griego en los días juveniles de su existencia histórica..., pero ningún pueblo cambió tan por completo su noción del valor de la vida. La grecidad que acaba en las especulaciones religiosas del neopitagorismo y el neoplatonismo, consideraba a este mundo, que tan alegre y luminoso se le apareció en un tiempo, cual morada de tinieblas y de errores, y la existencia terrena como un período de prueba que nunca se pasaba demasiado deprisa». El nirvana es una noción helénica.


Así, cada uno por su lado, judíos y griegos, llegaron al verdadero descubrimiento de la muerte, que es el que hace entrar a los pueblos, como a los hombres, en la pubertad espiritual, la del sentimiento trágico de la vida,que es cuando engendra la humanidad al Dios vivo.


MIGUEL DE UNAMUNO, ‘DEL SENTIMIENTO TRÁGICO DE LA VIDA’ (1913)


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