Calipso, abandonada por Ulises, quedó desolada en su inmortalidad. La triste y bella imagen de la diosa demuestra cuán gravosa puede llegar a ser en la mente humana la idea de vivir para siempre. Nos dirá Manrique que "los ríos van a dar a la mar", pero se pregunta Unamuno si elegiría el arroyo volver atrás antes que ser absorbido por el gran mar salino...
MIGUEL DE UNAMUNO
Y aun imaginada una inmortalidad personal, ¿no cabe que la sintamos como algo tan terrible como su negación? «Calipso no podía consolarse de la marcha de Ulises; en su dolor, hallábase desolada de ser inmortal», nos dice el dulce Fenelón, el místico, al comienzo de su Telémaco. ¿No llegó a ser la condena de los antiguos dioses, como la de los demonios, el que no les era dado suicidarse?
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¿No es un gozo sentirse absorbido como el río? Sin embargo el alma no anhela quietud, sino eterno acercarse sin llegar nunca
Y henos aquí en lo más alto de la tragedia, en su nudo, en la perspectiva de este supremo sacrificio religioso: el de la propia conciencia individual en aras de la conciencia humana perfecta, de la Conciencia Divina.
Pero ¿hay tal tragedia? (...) El arroyico que entra en el mar y siente en la dulzura de sus aguas el amargor de la sal oceánica, ¿retrocedería hacia su fuente?, ¿querría volver a la nube que nació de mar?, ¿no es un gozo sentirse absorbido? Y, sin embargo...
Sí, a pesar de todo, la tragedia culmina aquí. Y el alma, mi alma al menos, anhela otra cosa, no absorción, no quietud, no paz, no apagamiento, sino eterno acercarse sin llegar nunca, inacabable anhelo, eterna esperanza que eternamente se renueva sin acabarse del todo nunca.
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