19 junio 2015
La familia de Pascual Duarte
Camilo
José Cela
La familia de Pascual Duarte (1942)
para qué correr
Para nada nos vale el apretar el
paso al vernos sorprendidos en el medio de la llanura por la tormenta. Nos
mojamos lo mismo y nos fatigamos mucho más.
las vueltas del mundo
-¿Te acordaste siempre de mí?
-Siempre, ¿por qué crees que he
vuelto?
Mi mujer volvía a estar otro rato
silenciosa.
-Dos años es mucho tiempo…
-Mucho.
-Y en dos años el mundo da muchas
vueltas…
-Dos; me lo dijo un marinero de La
Coruña.
los olfatos del alma
Hay ocasiones en las que más vale
borrarse como un muerto, desaparecer de repente como tragado por la tierra,
deshilarse en el aire como el copo de humo. Ocasiones que no se consiguen, pero
que de conseguirse nos transformarían en ángeles, evitarían el que siguiéramos
enfangados en el crimen y el pecado, nos liberarían de este lastre de carne
contaminada del que, se lo aseguro, no volveríamos a acordarnos para nada -tal
horror le tomamos- de no ser que constantemente alguien se encarga de que no
nos olvidemos de él, alguien se preocupa de aventar sus escorias para herirnos
los olfatos del alma. ¡Nada hiede tanto ni tan mal como la lepra que lo malo
pasado deja por la conciencia, como el dolor de no salir del mal pudriéndonos
ese osario de esperanzas muertas, al poco de nacer, que -¡desde hace tanto
tiempo ya!-nuestra triste vida es!
la plaza de vidrios
La idea de la muerte llega siempre
con paso de lobo, con andares de culebra, como todas las peores imaginaciones.
Nunca de repente llegan las ideas que nos trastornan; lo repentino ahoga unos
momentos, pero nos deja, al marchar, largos años de vida por delante. Los
pensamientos que nos enloquecen con la peor de las locuras, la de la tristeza,
siempre llegan poco a poco y como sin sentir, como sin sentir invade la niebla
los campos, o la tisis los pechos. Avanza, fatal, incansable, pero lenta,
despaciosa, regular como el pulso. Hoy no la notamos; a lo mejor mañana
tampoco, ni pasado mañana, ni en un mes entero. Pero pasa ese mes y empezamos a
sentir amarga la comida, como doloroso el recordar; ya estamos picados. Al
correr de los días y las noches nos vamos volviendo huraños, solitarios; en
nuestra cabeza se cuecen las ideas, las ideas que han de ocasionar el que nos
corten la cabeza donde se cocieron, quién sabe si para que no siga trabajando
tan atrozmente. (…) El enemigo nota nuestro anhelo, pero está confiado; el
instinto no miente. La desgracia es alegre, acogedora, y el más tierno sentir
gozamos en hacerlo arrastrar sobre la plaza inmensa de vidrios que va siendo ya
nuestra alma.
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