27 junio 2015
El váter
Joan Pau Inarejos
Prometimos introducirnos en
la parte menos noble del lavabo, en el lado oscuro de la fuerza rectal, y aquí estamos. A diferencia de la ducha, que
ofrece una intimidad rápida y ligera, el ritual de sentarse sobre el retrete
es pura reflexión corporal, y, aunque les cueste creerlo, nos emparenta con el pensador de Rodin; su eterno recogimiento
sobre sí mismo. Al evacuar, estamos concentrados en una sola misión fisiológica,
mientras que la mente queda libre de toda tarea, de toda distracción. Defecar
es un culto al absoluto.
Aunque se quiera adornar
con porcelana y perfumes florales, el váter no deja de recordarnos nuestro principio
más primitivo e indecoroso -al igual que su vergonzante hermano menor, el bidet-, y a la vez es un extraño conducto hacia la pura conciencia.
En este lugar recoleto de la casa –algunos sinónimos, como retrete o excusado, abundan
en esta condición de rincón apartado y proscrito– se producen no pocas
iluminaciones geniales y expansiones internas, liberados como estamos de los consuetudinarios quehaceres del Homo faber.
La pura pasividad del
inodoro es, en efecto, una ocasión propicia para el examen de conciencia, la retrospección
o incluso los planes de futuro. Sin movimiento, sin atención visual, sin las
manos ocupadas, se dan las condiciones óptimas para la abstracción, para la
escapada de nuestras servidumbres espaciotemporales. Hay un secreto placer en la
lentitud de la excreción: nos mantiene amarrados a nosotros mismos, calibrando
pacientemente la materia, prolongando deleitosamente el estado de meditación
laxa.
El paso diario por la fosa elíptica nos permite resolver cosas con nosotros mismos para volver a la sociedad más concisos y desahogados. Es donde gestionamos el caos
para regresar al sistema, donde purgamos la vida de sus espolones y sus
derivaciones residuales. Aparentemente es un lapso incómodo, un paréntesis
indigno de los dietarios, y no digamos ya de la Historia, donde por definición
todo se hace de pie. Pensándolo bien, tirar de la cadena es un acto de orgullo regenerador: lo viejo huye mientras lo nuevo se yergue ufano.
Recorridos metafóricos por el hogar
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