13 junio 2015
V de Varcelona y el casticismo travesti
Joan Pau Inarejos
Si creyéramos en la morfopsicología, la ciencia que estudia el carácter a
través de las facciones, podríamos extraer algunas conclusiones sobre las
nuevas dueñas de las varas de mando municipal en Barcelona y Madrid. Por
ejemplo, Manuela Carmena es asimétrica, pero no como Esperanza Aguirre; no es
una asimetría sospechosa y taimada, sino benevolente y hasta maternal. Almodovariana de bolso en mano, y a la vez con aires de dama de letras, simultáneamente desgarbada y elegante, la
cabeza de lista de Ahora Madrid vendría a ser, y usaré un plural mayestático
deliberadamente abusivo, como esas profesoras de latín que muchos tuvimos en el instituto: progres de físico cubista y corazón tierno. Todo pelo y gafas,
con coqueto pañuelo al cuello y encía al aire. Quizá inaugura un nuevo
casticismo, pero no de chulaponas, sino de alegres travestis y multitudes
hedonistas. Incluso hay quien quiere auparla a reina madre de una segunda
movida madrileña, y a los hits de Kika Lorace me remito (“Madrid ya tiene su
abuela, y es Manuela”).
Muy distintos son los modos y la prosodia de Ada Colau, en Barcelona. Su
efigie, clara y meridiana, recuerda más a la estética republicana de las
mujeres de rostro limpio y sin adorno, de puño cerrado y ligero perfume
andrógino. Un físico sin distracciones. En ella parece revivir el ideal austero
del noucentisme o incluso de la
estatuaria clásica (¿no hay algo griego en su fisonomía chata y bien dibujada?),
con ecos de heroína trágica (ya lo fue, incluso con antifaz, cuando comandaba V de Vivienda y sobrevolava las
tragedias inmobiliarias; por cierto, ¡qué malogrado y rupturista eslógan
hubiera sido V de Varcelona!).
Si Manuela patrocina la izquierda del arco iris, ese Madrid
desprejuiciado que abraza lo hortera y lo pop, Ada tiene las hechuras
rectilíneas de la Barcelona del disseny, que no diseni, bauhausiana y hasta cierto punto
racionalista. No oiréis en ella esos timbres un poco chillones de su colega
madrileña, sino una voz suave y voluntariosa, ordenada y muy temerosa. Una
timidez que se defiende con contundencia gramatical, un mundo discursivo donde
el contenido, granítico e iterativo, se mide con un continente flexible y coloquial, un
catalán felizmente natural y sin esa maldita autocensura que nos ha asolado durante años (cuando se creía que hablar bien en catalán consistía en decir assolir, tasca o tots plegats a costa de acribillar eses
sonoras y os abiertas). Una izquierda que dice buenu como lo diría nuestra tía y que apostilla buscando la
aprobación constante: ¿no?
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