12 enero 2014
'Lluvia de albóndigas 2': cuando Darwin encontró a McDonald's
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
La máquina de nombre impronunciable vuelve para dejarlo todo
perdido. Recordatorio para profanos en lluvias de albóndigas: la FLDSMDFR es un
cacharro que convierte la lluvia en comida, de tal suerte que, si uno dirige
los ojos al cielo, verá caer sándwhiches, pollos a l’ast, pastelitos y otros
muchos desafíos calóricos. En la primera entrega ya pudimos comprobar el
peligro prometeico que entrañaba el invento del joven Flint: el mundo,
convertido en una divertida disaster
movie alimenticia.
Tras el éxito de tamaña marcianada de la Sony, los creadores
retoman la historia en aquel punto y, tras algún prolegómeno innecesario y
mucho gag electrizado y bobalicón, vuelven a solazarnos con ese mundo sumido en
la catástrofe cachonda por causa de las hordas de comida. La vuelta de tuerca
es en clave darwiniana: las criaturas han evolucionado, y tenemos entre
nosotros a las burguerañas (Big Macs
que te persiguen cual tiranosaurios ávidos de ketchup), a los gambancés (chimpancés-gamba) o los tacodrilos (tacos-cocodrilos). Bienvenidos
a Comidalandia.
Los directores juegan sin tapujos la carta de parodiar ‘Jurassic
Park’, así como en la anterior entrega se mofaban a placer de las grandes
producciones de catástrofes. Además, nos regalan algún feliz fichaje, como ese
engendro balbuciente con cara de angelito Manga que es la fresa Fresi (la fruta
saltimbanqui entretiene lo suyo, a diferencia de otros muchos personajes de la
función, demasiado cargantes y subrayados, como la simia, el malo malísimo o
ese hombre-pollo que parece salido de una despedida de solteros y que ya agotó
su capacidad de sorpresa en la primera entrega).
En definitiva, otro atracón de alimentos de destrucción masiva,
donde lo mejor vuelve a ser la inventiva imparable a la hora de concebirlos y
diseñarlos. No alcanza el asombro y el talento de la primera, pero ese punto
surrealista nos sigue teniendo el corazón robado, y alcanza incluso algunos
momentos delirantes, como la subtrama de los pepinos-gremlins que se pirran por
comer anchoas (!). Si orillamos su ingenuidad, su falta de pretensiones y su
humor infantiloide, tenemos una nueva delicia pasajera y chispeante como los peta-zetas.
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