29 agosto 2013
'El último concierto': no aplaudan aún
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 9
Las películas grandes achican lo que se pueda decir sobre
ellas. Sobre las mediocres se pueden extraer carretadas de observaciones
irónicas y conclusiones sociológicas, porque forman parte de nuestro telón de
fondo del mismo modo que la telebasura o las radiofórmulas musicales. En
cambio, ante una obra magistral caben pocas palabras; apenas el silencio. El
que se precisa para gozar de un buen concierto de cámara.
Chesterton lo expresaba del siguiente modo: la buena
literatura habla de sus
personajes, mientras que la mala literatura habla del autor y de los lectores.
En este sentido, la mala novela es mejor documento público: grandes colectivos
quedan retratados por sus resquicios y defectos. Como una fotografía tarada donde
acaba apareciendo el fotógrafo, con ella podemos conocer lo que interesa, lo
que mueve, por qué fiebres o fobias se ha visto sacudida una sociedad en cierto
momento histórico. En cambio, la buena novela tiene un campo mucho más
restringido; no habla de muchos hombres reales, sino de unos pocos ficticios.
Cuatro personas concretas y cuatro personas universales. Posibles en cualquier lugar y época. De eso, ni más ni menos, habla 'El último concierto' (A late quartet), el sensacional debut en la ficción de Yaron Zilberman tras su trayectoria como documentalista. El devenir de un cuarteto de cuerda de Nueva York es el eje de este drama perfecto, hilvanado como un recital en sus movimientos y su redonda conclusión. Zilberman lleva la batuta de un modo impecable, pero vive Beethoven que le ayudan cuatro intérpretes mayúsculos.
Cristopher Walken (violoncello) es el carismático patriarca del cuarteto, cuyo primer violín recae en Mark Ivanir, actor israelí que borda su papel de músico obseso y puntilloso. El segundo violín lo lleva la gran cabeza plateada de Hollywood, Philip Seymour Hofmann, de quien jamás puede decirse nada mínimamente negativo. Y tocando la viola, como grave y fiel alma femenina, una maravillosa Catherine Keener enfrentada al conflicto de egos varoniles.
El narcisismo masculino frente a lo desprendido de la mujer, los hijos contra los padres, la espontaneidad frente a las normas, el arte y la vida con sus dispares prioridades. Todo un concierto de conflictos y contrapuntos cabe en esta película excelentemente tejida, humanamente adictiva, con secundarios que catalizan las pasiones de los protagonistas como la joven y certera Imogen Poots. Como en los grandes dramas-comedias de Woody Allen, Zilberman nos mete en una noria de celos, pasiones e infidelidades que se concatenan como engranajes infalibles y acaban provocando una silenciosa hilaridad. Podrían comentarse muchas de sus escenas maestras, pero no lo haremos: pasean, vean y, entonces sí, aplaudan.
EL ÚLTIMO CONCIERTO (A LATE QUARTET), DE YARON ZILBERMAN
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