Santiago de Compostela, viaje en agosto de 2008
Un Atlas de Piedra sostiene la bola del mundo en el centro de Santiago. Recorremos serpenteantes plazoletas, caminos de soportales y edificios como lóbulos agujereados, que parecen esperar el pendiente, hasta que aparece ante nosotros el enorme titán.
El templo maya
Presidiendo la alucinante explanada del Obradoiro, la catedral se alza como un tótem en la selva húmeda de los mayas.
Al entrar en la escalinata de la catedral nos reciben dos orondos bárbaros: uno sostiene un basto y el otro se cubre la cara, deslumbrado por el dios Sol. Unas obras nos ocultan el Pórtico de la Gloria, así que vamos directamente a la tumba del apóstol marinero. Sepulcrum Sancti Iacobi Gloriosum, reza la placa ribeteada de conchas, y sobre la silente cripta se levanta el palco de Santiago. Dentro de la penumbra dorada, parece que el apóstol aguarde nuestro abrazo como un rajá a lomos de elefante.
Paseando por las alturas
Subimos a la cubierta de la catedral y he aquí que podemos pasear tranquilamente por las alturas gracias al tejado escalonado. Según nos cuenta la guía, sobre este lomo piramidal los centinelas podían vigilar la ciudad santa sin resbalar. Desde aquí arriba podemos ver, al este, las bambalinas de la fachada y la poderosa silueta del apóstol recortada en el vacío. Y al oeste, la formidable torre del Reloj, verdadero megalito frutícola que parece ignorar todo dramatismo cristiano y se corona con un estallido de pulpas y hojas.
Misticismo cubista
Es Santiago ciudad de un misticismo cubista: lo vemos en el bosque de chimeneas macrocéfalas, inquietantes martillos abstractos que parecen perder el frágil equilibrio en cualquier momento. La geometría desnuda sigue en la plaza de Quintana, cuyo sobrio palacio está pixelado de minúsculas ventanas enrejadas y apenas florecidas, como si por allí respirase el alma aprisionada en el castillo interior de Santa Teresa.
Pero el misticismo cubista culmina sin duda en el convento de Santa Clara, rematado por un cilindro de piedra y con una breve fachada de piezas deconstruídas. En este caos geométrico vertical, el infierno no es la tortura y el castigo sino la pasmosa ausencia de sentido.
Conchas, caracoles y el fin del mundo
La plaza del Obradoiro reaparece a través de un caracol de hierro espinado, en la reja de la escalinata de la catedral. Santiago entero está recorrido por las curvas y los hondos olores de los moluscos y los crustáceos, desde las conchas sagradas de piedra hasta los acuarios vivos donde se desgarran los bogavantes. Cuenco, carcasa, caparazón, corteza sacra, la pechina, vestigio del nacimiento de Venus, también es el rastro fosilizado del paso del apóstol.
Joan Pau Inarejos, 18 octubre 2008 (viaje a Galicia en agosto de 2008) / FOTOS: Laura Solís y Joan Pau Inarejos