12 noviembre 2014

'Interstellar': grandes horizontes sin magia

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5

La Tierra está en fase de colapso y la humanidad debe volver a formas de vida premodernas. Extrañas plagas y tormentas parecen castigar a la civilización por su arrogancia desarrollista. La cultura de los descubridores y exploradores da paso a la de los granjeros y terratenientes. "Antes mirábamos hacia el cielo y nos preguntábamos cuál sería nuestro lugar en las estrellas; ahora miramos hacia abajo angustiados por cuál será nuestro lugar entre el polvo". Este es el seductor arranque de ‘Interstellar’. Lo que viene después es otra película. O varias.

No en vano estamos ante un experto en muñecas rusas y trazados laberínticos como Cristopher Nolan. Varias películas dentro de la película. Los primeros minutos, quizá los mejores, rezuman lírica spielbergiana: la relación entre padre e hija, los visitantes del exterior. Ese encuentro fortuito con un dron a la deriva. Motas de polvo que dicen cosas. Soplos de realismo mágico. Se nota que el padre de E.T. y 'Encuentros en la tercera fase' acarició inicialmente el proyecto. 

Pero enseguida llega el resucitador de Batman, el creador de universos de culto en ‘Origen’ o ‘Memento’, para complicar las cosas y meterse en camisas de 11.000 varas como sólo él saber hacerlo. Su reto tiene de todo: cine postapocalíptico que transita hacia los viajes en el espacio, ciencia ficción futurista y búsqueda metafísica con ecos de '2001: Una Odisea del espacio'. Ahí es nada.

"No entres dócilmente en esa noche quieta. Rabia, rabia, contra la agonía de la luz". Las hermosas palabras del poeta inglés Dylan Thomas, esa rebelión ante la muerte declamada por Michael Caine (glups) da la medida de la grandilocuencia de Nolan. Su nueva película es una oda desorbitada 169 minutos— al pionero, al explorador, al indómito conocedor, al Prometeo que roba el fuego a los dioses, al que no se resigna a la muerte terrenal y sortea su destino rectilíneo echando mano del pensamiento lateral ese giro imprevisto del coche hacia los campos de maíz—. A muchos asombrará que, en un Hollyood metalizado y descreído, Nolan hable de espiritualidad tanto y tan alto.

No quisiera ser el aguafiestas de esta megapoesía sideral, pero a veces algo tan prosaico como la elección de un actor puede arruinarte las ilusiones. El casting es un arma de doble filo que puede producir una obra maestra o desgraciarla. Y aquí es donde, modestamente, pero firmemente, impugnamos la presencia de Matthew McConaughey. La película pedía a gritos un rostro más cálido, un padre doliente con quien confraternizar, alguien dotado de empatía telegénica. McConaughey es frío, arisco y hasta hostil (por no hablar de su desagradable color cenizo-amarillento, más de de villano que de héroe. Lo siento por los hepatíticos, tenía que decirlo).

La pequeña Mackenzie Foy, a sus treces años, es quien se adueña de los corazones en esta reunión de adultos demasiado ceñudos. Nolan construye un relato intelectualmente formidable, es cierto, con un giro final magistral, más cierto todavía, pero sin la chispa que podría hacerlo inolvidable. La escenografía es de traca. Tan pronto nos abruma con viajes a los agujeros espaciotemporales en base a las teorías del físico Kip Thorne como se recrea en los momentos de pura contemplación kubrickiana. Sin olvidar su querencia tan particular por la estética de los fractales, los mundos curvos y la infinita multiplicación de los espejos. La cámara encuentra en el cuarto de una niña un asombroso lugar de experimentación plástico-filosófica, casi como una versión hipermoderna de la Alicia de Lewis Carroll y sus viajes a través del cristal.

Será que en los últimos años hemos visto largometrajes del espacio tan originales como 'Moon' o tan magnéticos como 'Gravity', y esto nos suena a dejà vú estridente. Será que la película se pierde en un nudo interminable mientras anhelamos que Nolan ate los cabos de su acuciante drama familiar. Será que añoramos las motas de polvo parlanchinas mientras la Endurance se adentra en galaxias ignotas. ¿Por qué será que 'Interstellar' no emociona?

‘INTERSTELLAR’, DE CRISTOPHER NOLAN
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