15 octubre 2010

'Buried': una hora y media en el limbo

ATENCIÓN: La crítica contiene algún pequeño detalle de la trama
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
por JOAN PAU INAREJOS 

Nota: 7,5 
Debe de haber pocas pesadillas tan universales como la de ser enterrado en vida. El director Rodrigo Cortés no regatea angustia y terror en este invento malvado llamado 'Buried', pero, con tremenda habilidad, enseguida nos desvía hacía los senderos de un thriller electrizante. Y eso sin sacar jamás la cámara del interior de un ataúd.

Vaya por delante nuestro aplauso por la audacia de la película, virtud que debería abundar en las terminales creativas del celuloide, pero que tantas veces se añora en el reino de las fórmulas conservadoras y complacientes. No es fácil para el espectador ni (sobre todo) para el director que toda la acción se desarrolle en un espacio tan cerrado, pero 'Buried' pasa el examen con nota. Gracias al manejo de unos cuantos objetos catalizadores -un teléfono móvil, un mechero y un lápiz-, la cinta convierte al desgraciado Paul Conroy (Ryan Reynolds), contratista secuestrado en Irak, en un frenético activista de su propia supervivencia.

El hilo telefónico, con sus mosaico de voces, va desplegando un mapa sonoro sobre Paul y su circunstancia: su vida sentimental, la situación de sus padres, su penoso trabajo en el país mesopotámico. Y por encima de todo, el renqueante teléfono móvil, con la batería agonizante (vaya por Dios), deja en evidencia a unos poderes administrativos más preocupados por la geoestrategia y el cálculo de beneficios que por la vida de un ser humano aislado en las entrañas de la tierra. Buen dardo.

Sin un emplazamiento cierto, sin unas circunstancias claras, el entierro del contratista Conroy se presenta como un fibroso relato existencialista: el hombre frente a su propia respiración, frente a su propia mortalidad, luchando consigo mismo para no caer en la locura ni en la desesperación. Y he aquí que en un cuadro tan extremo, Cortés logra hacernos sonreír con broches de humor negrísimo: la telefonista deja en espera al enterrado, éste monta en cólera y prorrumpe en insultos, y, para mayor gloria de Indiana Jones, ¡hasta una serpiente! se mete en la caja para empeorar con sus amenazadoras fauces lo que parecía peor imposible.

Aun con algún tramo tedioso, Cortés mantiene una tensión de hierro a lo largo de su relato claustrofóbico, y preserva hasta el final un gozoso suspense, como corresponde a los alumnos aventajados de Hitchcock. Todas las piezas acaban encajando en esta fábula compacta e indiscutiblemente contemporánea. Tan agobiante y trapacera como diabólicamente entretenida.
 

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