JOAN PAU INAREJOS
El manual dice que la pintura y la escultura representan objetos, mientras que la música es abstracta. Pero, ¿y si las sinfonías no fueran sino imitaciones de nuestras palpitaciones, de nuestros biorritmos, o incluso de nuestros relatos fisiológicos, hilvanados en el sexo o la conversación? ¿Y si la música no fuera ninguna entelequia espiritual o evocadora, sino un continuo trazado sismográfico de nuestra vida interior? De ser cierto lo que exponen los teóricos de la estética Monroe C. Beardsley y John Hospers (Estética. Historia y fundamentos, 1976), las melodías se parecerían más a nosotros que nuestros propios retratos.
MONROE C. BEARDSLEY y JOHN HOSPERS
"Los esquemas de subidas y bajadas de la música tienen una considerable semejanza estructural con el ritmo del clímax sexual"
Según la teoría de la significación, las obras de arte son signos icónicos del proceso psicológico que tiene lugar en los hombres, y específicamente signos de los sentimientos humanos. La música es el ejemplo más claro, puesto que en ella está ausente el elemento representativo.
La música es esencialmente cinética; al ser un arte temporal, fluye con el tiempo: se agita, salta, se ondula, se vuelve impetuosa, se eleva, titubea, se mueve de continuo. Los esquemas rítmicos de la música se parecen a los de la vida: en otros términos, son icónicos como los de la vida (de los seres vivos, desde luego).
Así, por poner ejemplos evidentes, los esquemas de subidas y bajadas, crescendos y diminuendos, elevaciones graduales hasta un clímax para concluir luego, tienen una considerable semejanza estructural o isomorfismo con el ritmo del clímax sexual. El esquema del movimiento lento del Cuarteto número 16, Op. 135, de Beethoven es similar a la inflexión de la voz de una persona al formular preguntas y responderlas luego.
MONROE C. BEARDSLEY y JOHN HOSPERS, 'ESTÉTICA. HISTORIA Y FUNDAMENTOS' (1976)
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