29 octubre 2009

Biorritmos musicales


JOAN PAU INAREJOS

El manual dice que la pintura y la escultura representan objetos, mientras que la música es abstracta. Pero, ¿y si las sinfonías no fueran sino imitaciones de nuestras palpitaciones, de nuestros biorritmos, o incluso de nuestros relatos fisiológicos, hilvanados en el sexo o la conversación? ¿Y si la música no fuera ninguna entelequia espiritual o evocadora, sino un continuo trazado sismográfico de nuestra vida interior? De ser cierto lo que exponen los teóricos de la estética Monroe C. Beardsley y John Hospers (Estética. Historia y fundamentos, 1976), las melodías se parecerían más a nosotros que nuestros propios retratos.


MONROE C. BEARDSLEY y JOHN HOSPERS

"Los esquemas de subidas y bajadas de la música tienen una considerable semejanza estructural con el ritmo del clímax sexual"

Según la teoría de la significación, las obras de arte son signos icónicos del proceso psicológico que tiene lugar en los hombres, y específicamente signos de los sentimientos humanos. La música es el ejemplo más claro, puesto que en ella está ausente el elemento representativo.

La música es esencialmente cinética; al ser un arte temporal, fluye con el tiempo: se agita, salta, se ondula, se vuelve impetuosa, se eleva, titubea, se mueve de continuo. Los esquemas rítmicos de la música se parecen a los de la vida: en otros términos, son icónicos como los de la vida (de los seres vivos, desde luego).

Así, por poner ejemplos evidentes, los esquemas de subidas y bajadas, crescendos y diminuendos, elevaciones graduales hasta un clímax para concluir luego, tienen una considerable semejanza estructural o isomorfismo con el ritmo del clímax sexual. El esquema del movimiento lento del Cuarteto número 16, Op. 135, de Beethoven es similar a la inflexión de la voz de una persona al formular preguntas y responderlas luego.


MONROE C. BEARDSLEY y JOHN HOSPERS, 'ESTÉTICA. HISTORIA Y FUNDAMENTOS' (1976)


26 octubre 2009

'(500) días juntos': postalita melancólica


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
¿y tú qué opinas? ¿qué películas te han gustado últimamente?

por JOAN PAU INAREJOS

Nota: 5

"Chico conoce chica. Chico se enamora. Chica no". Desde buen comienzo, (500) días juntos coloca sus cartas boca arriba en lo que al argumento se refiere: un joven soñador (Tom) se cuela por una muchacha excéntrica (Summer) que no oculta en ningún momento ni su devoción por Ringo Starr ni su alergia al compromiso.

Lo mejor. Dado que esto es la crónica de un final infeliz anunciado, se trata básicamente de asistir a las cuitas de amor y desamor entre ambos donceles, en un agradable tono de ironía y cachondeo que no se estila demasiado en los relamidos pagos de la comedia romántica.

Así, uno no puede evitar que se le dibuje media sonrisa cuando ve a Tom protagonizando una imaginaria coreografía callejera en plena euforia amorosa, poco antes que el desengaño le lleve a proferir que su amada es una "zorra" indeseable. La película también tiene el acierto de no tomarse a sí misma demasiado en serio, al inserir imágenes en blanco y negro para ilustrar las vanas fantasías de sus protagonistas.

Lo peor. Pero más allá de sus amagos con la ironía y el (supuesto) pesimismo, finalmente (500) días juntos se quita la máscara para vender la baratija idealista y romántica que ha hecho malgastar tantos kilómetros de celuloide. Ya puede Tom gritar desgarradamente que el amor no existe, que por detrás le asoman las flechas de San Valentín chorreando sus indigestas mieles.

Por favor, señores. Pesimismo es Dostoievsky, no esta postalita perfumada para jóvenes sensibles.


24 octubre 2009

'El Imaginario del Doctor Parnassus': megachute anfetamínico


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
¿y tú qué opinas? ¿qué películas te han gustado últimamente?

por JOAN PAU INAREJOS

Nota: 8

A saber qué combinado de setas o anfetaminas se habrá cascado Terry Gilliam, el perturbado ex componente de Monty Python, porque sólo un cargado cóctel estupefaciente podría explicar la visión elefantiásica, surrealista, ultra-barroca, golfa y jocosa que nos propone su última obra, El Imaginario del Doctor Parnassus.

De qué va la película es algo que apenas se puede contestar aquí, porque tantos hilos podrían enmarañarnos. De entrada, Gilliam hace gala de un gusto morboso por las antigüedades iconográficas y arranca con un relato circense sobre el carromato del Doctor Parnassus, un extravagante anciano que lleva por doquier su espectáculo junto a su hija -Lily Cole-, un joven ayudante -Andrew Garfield- y un enano respondón -Verne Troyer-.

Entre los telones y poleas del circo ambulante, Parnassus se verá enredado por unos embarazosos pactos con el diablo, un ser maligno prodigiosamente encarnado por Tom Waits, quien interpreta a este recortado caballero de voz áspera y puros humeantes.

La partida de póker entre ambos próceres, Parnassus y el diablo, desatará un trepidante juego de espejos y de promiscuos viajes de ida y vuelta entre la realidad y la ficción, con brillantísimos diseños de producción que se presentan como verdaderos sueños filmados, en los que admiramos ríos de colores, escaleras infinitas, infiernos de El Bosco o pasarelas de cristales en el vacío.

De estos paisajes volubles emerge el joven Heath Ledger (Brokeback Mountain, El caballero oscuro) interpretando su último papel en el cine antes de morir prematuramente en el 2008, en pleno rodaje. Gilliam tiene la osadía y la genialidad de proseguir con el largometraje y resucitar el personaje de Ledger con los rostros de Collin Farrell, Jude Law y Johnny Depp. Si en alguna película se podía cometer tamaña transgresión, era sin duda en esta.

El Imaginario del Doctor Parnassus es inmensamente irregular y excesiva, pero pega auténticos puñetazos en el ojo y se atreve siempre a revolucionar el plano anterior: ved esa coreografía de culos de policías emergiendo de un paisaje gótico, esa nube de fotógrafos irrumpiendo en la orilla surrealista de un río donde llora una niña abandonada, o esa hilarante discusión entre Heath Ledger y un joven Andrew Garfield travestido como marujona sin peluca, por no hablar del absolutamente genial baile entre el diablo y la doncella.

Cierto que el mapa del tesoro de Parnassus es casi incomprensible y uno corre el riesgo de perderse por el camino, pero hay demasiadas perlas como para dejárselo perder.


19 octubre 2009

'Agora': frío portento


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
¿y tú qué opinas? ¿qué películas te han gustado últimamente?

por JOAN PAU INAREJOS

Nota: 7

Antes de decir nada, ante el hábil Alejandro Amenábar uno debe quitarse el sombrero para reconocerle su tremenda versatilidad: el autor de brillantes thrillers psicológicos -Abre los ojos-, de incursiones más que redondas en la casa del terror -Los otros- y de dramas tan logrados como Mar Adentro, ahora monta otro portento artesanal a cuenta del legendario género del péplum, o dicho en cristiano, del cine de romanos.

Noble propósito, el que exhibe aquí el niño prodigio del cine español: rodar un péplum que se aleje de la épica pura y dura para adentrarse en el siempre pantanoso terreno de la tesis y el relato ideológico. Para ser más precisos, Amenábar tiene la astucia de invertir los roles del cine de Semana Santa y poner el foco en la Alejandría del siglo IV, donde los cristianos son los verdugos y saqueadores de una sociedad pagana, amante de la paz y la libertad.

Lo mejor. La película entera gravita en torno a esta apología de la Antigüedad y de su heroína accidental, la célebre astrónoma Hipatia de Alejandría, interpretada por una Rachel Weisz en estado de gracia. La actriz británica borda el papel de esta filósofa audaz y solitaria, atípica y asexuada, casi convertida en una beata laica de la ciencia y el raciocinio. Más allá de la exactitud histórica, Agora descuella como un valiente, espectacular y documentado homenaje a una mujer defenestrada por el fanatismo.

Lo peor. Por desgracia, el tono de este homenaje es superficial y maniqueo: los judíos y cristianos aparecen como primitivos sectarios, oscuros y desdentados, poniendo contra las cuerdas a la venerable civilización alejandrina, de blancas túnicas e ilustres pergaminos. Incluso se diría que los invasores de la polis adoptan sospechosamente la iconografía del islamismo radical actual, con esos obispos y agitadores de largas barbas negras a lo Bin Laden. Nada nuevo: también Mel Gibson empleó este cromo facilón para dibujar a los pérfidos judíos que asesinaron a Jesucristo.

En sus más que sobrantes 126 minutos, Agora cae gozosamente en la tentación de la caricatura y el ensalzamiento, de la fábula moral para consumo contemporáneo. Se lo perdonaríamos si almenos nos llegara al corazón, pero este péplum, magníficamente esculpido y concluído, apenas hace cosquillas al intelecto.


15 octubre 2009

07 octubre 2009

"Conocemos más eslóganes que poemas"


JOAN PAU INAREJOS

Para un ciudadano medio quizá sería difícil recitar poemas de memoria, y sin embargo todos llevamos en nuestro disco duro las mil y una frases que se pronuncian y se declaman en los anuncios de la tele. Según los muy lúgubres autores del grupo Marcuse (De la miseria humana en el medio publicitario, 2004) ello demuestra que la publicidad ha colonizado nuestra alma, hasta el punto de que "conocemos más logos que tipos de flores".

Quién sabe cuándo hay que ubicar esa época en la que conocíamos flores y poemas, o si sólo es una licencia bucólica que ser permiten los neoprofetas del anticapitalismo, pero los autores de este librito demoledor se ponen de luto para anunciar una sociedad prisionera, que precisa constantemente ser excitada y sedada, saltar pendularmente del confort a la evasión, en un circuito cerrado dominado por las marcas y las luces de neón.

Dicen los sociólogos, filósofos y economistas del grupo Marcuse que la publicidad nos hace querer cosas que no queríamos: ahí están los clásicos cereales del desayuno, tan naturales y sanos, un producto que se inventó para dar salida a los excedentes de copos de avena a finales del siglo XIX. Pero la publicidad es más que una máquina de crear necesidades: es toda una ideología, una visión del mundo que nos dice "no hay nada afuera", que nos cierra los cielos como al pobre Truman Burbank (El show de Truman) y que nos impide salir de plató para imaginar que otra película es posible. Joan Pau Inarejos


GRUPO MARCUSE

"Reconocemos más logos que tipos de flores, más esloganes que poemas; Nestlé ha comprado la palabra felicidad, Pepsi el color azul..."

Todas estas contaminaciones energéticas y sensoriales [de la publicidad] son, a la par, contaminaciones mentales, y una degradación del contenido de nuestras mentes. Reconocemos más logos que tipos de flores, conocemos más eslóganes que poemas, etc. Una editorial italiana, propiedad de ese marketer universal que es Berlusconi, introdujo anuncios en el mismo centro de la novela Città e Dintorni, cuyo autor, Luigi Malerba, declaró que esperaba "que la publicidad se convierta en el alma de la literatura".

El dominio de las marcas no tiene límites. Nestlé ha comprado la palabra felicidad, Pepsi-Cola el color azul y, para aumentar su notoriedad, Benetton explota el sufrimiento en el mundo banalizándolo mediante shockvertising (contracción de shocking y advertising: publicidad de impacto). La publicidad recupera todos los valores para mejor devaluarlos y difundir su ideología consumista.

Dice el director de una TV francesa: "Lo que vendemos a Coca-Cola es tiempo de cerebro humano disponible"

Como muy bien dice el director general de la más poderosa cadena de televisión francesa [Patrick Le Lay]: "Básicamente el papel de TF1 es ayudar a Coca-Cola, por ejemplo, a vender su producto. Ahora bien, para que un mensaje publicitario sea percibido, el cerebro del telespectador debe estar disponible. Nuestras emisiones tienen por vocación hacerlo disponible: es decir, divertirlo, sosegarlo para prepararlo entre dos mensajes. Lo que vendemos a Coca-Cola es tiempo de cerebro humano disponible" (...).

"El patrocinio artístico invierte el mecenazgo: ahoras las marcas son las estrellas de los acontecimientos culturales"


Así pues, hay que prepararse para un boom permanente y para una penetración cada vez más insidiosa de la publicidad en la vida pública y privada (...). Mientras Francia aún está recubriendo con publicidad sus autobuses y vagones de metro, Naomi Klein nos cuenta cómo las marcas estadounidenses se apoderan de inmuebles que transforman en monumentales anuncios en tres dimensiones, e incluso de barrios y de ciudades en los que rebautizan las calles. El patrocinio artístico invierte el mecenazgo. Ahora las marcas son las estrellas de los acontecimientos culturales y los músicos se visten como muñecas de escaparate (...).

"A las marcas ya sólo les queda sacar beneficio del firmamento": Space Marketing quiere enormes anuncios "tan grandes y luminosos como la luna"

Las marcas ya son las estrellas de los centros comerciales: ya sólo les queda ocupar el lugar de las estrellas en elcielo. La idea de "sacar beneficio del firmamento", colmando su vacío improductivo con un espectáculo al mismo tiempo "magnífico e instructivo" ya debía volver locos a los anunciantes franceses del siglo XIX, pues Villiers de l'Isle-Adam le dedicó un Cuento cruel sublime, "La cartera celeste". Cierto que los aviones publicitarios ya arruinan el azul de nuestras vacaciones, pero Space Marketing Inc. pone el listón más alto. Su desafío: poner en órbita carteles de un kilómetro cuadradodonde los logos aparezcan tan grandes y luminosos como la lluna llena. Publicidad, absoluta, universal, a laque nadie podría ya escapar.

"A finales del siglo XIX había tantos excedentes de avena -comida para animales- que hubo que inventar un nuevo producto: los cereales para el desayuno"

[La publicidad tiene la necesidad de] Dar salida a los productos secundarios residuales surgidos de los nuevos procedimientos industriales, en primer lugar la fabricación continua. Tomemos el ejemplo de la producción de copos de avena en Estados Unidos. Alimento tradicionalmente reservado a los animales, las nuevas máquinas revolucionaron su producción a partir de 1880. Éstas permitieron, y de hecho exigieron, la transformación permanente de cantidades de avena tan importantes que se hizo necesario inventar de la nada un nuevo mercado para vender los excedentes y rentabilizar las inversiones. Así es como aparecieron los cereales para el desayuno, cuya difusión entre el gran público fue amparada por la publicidad y... las autoridades científicas, con cuyo apoyo las grandes empresas podrán contar casi siempre para contribuir a la "educación de las masas" con la excusa de la salud (...).

"El consumismo es una pasión triste (Spinoza): la excitación aumenta hasta pasar por caja y se desvanece tan rápido como había aparecido"


El consumismo es el mundo social de las apetencias y el rino momentáneo de los caprichos. Por eso no debe sorprender que no sea demasiado satisfactorio. El placer es proporcional a la intensidad del deseo, que crece con el tiempo de la privación. La apetencia es el grado cero del deseo. Ceder a ella no aporta más que un breve y limitado placer, como puede verse en los niños consentidos o con la "depresión post-clompra". La excitación aumenta hasta pasar por caja, y se desvanece tan rápido como había aparecido. Sobre todo, la apetencia es fundamentalmente una pasión triste (Spinoza). Cargada de resentimiento, sólo engendra frustración, porque siempre habrá alguien o algo que apetecer. Éste es precisamente el ardid del consumismo (...).

"El sistema publicitario propone la 'evasión', término que prueba el carácter carcelario de la vida moderna"

Todo el mundo sabe que la felicidad es un problema social antes que material, y que una vida que sea solamente confortable corre el riesgo de resultar aburrida. En compensación, el sistema publicitario propone entonces la "evasión", término que prueba el carácter carcelario de la vida ordinaria. Y para evadirse sin esfuerzo, ¿qué mejor que la mercancía novedosa y el entretenimiento mediático? El confort y la evasión, las dos ubres del consumismo, se completementan perfectamente.

"Las vallas publicitarias tapan el horizonte", como si lanzaran la consigna: "No hay nada afuera", sólo el desierto


Cadenas del nefasto-food, supermercados del chapuceo, del juguete de plástico y del mueble desechable. Sin sus colores chillones y sus luces de neón macilentas, estos templos de la mercancía correrían el riesgo de mostrarse con demasiada crudeza, como lo que realmente son: hangares en fila, prefabricados y lúgubres, enmarcados por una marea de hormigón. Al final, la publicidad acaba por animar y volver vagamente soportable este desierto, animándolo de manera artificial (...).

La publicidad (...) genera un ruido de fondo permanente que en el fondo siempre martillea la misma consigna: "No hay nada afuera". En Brazil, la película de Terry Gilliam, las vallas publicitarias ubicadas a lo lo largo de las carreteras impiden que los automovilistas dirijan su mirada más allá, hacia el paisaje no urbanizado y la naturaleza. Ocultan el horizonte de la conciencia sepultándolo bajo las mercancías. Pero esta película revela también una segunda función de la publicidad contemporánea: ese "afuera" es un desierto, el mismo que produce ese modo de vida cuya apología crean los publicistas.

Al imbuirnos continuamente de la certeza de que no es posible otro mundo, y ni siquiera deseable, al ocultar la envergadura del desastre, la publicidad desactiva todo lo que podría conducir a un rechazo del mundo industrial; es más, canaliza el descontento que éste suscita hacia los exutorios de mercado que favorecen su desarrollo (viajes al trópico, medicamentos, calmantes, gimnasios, juegos de azar, etc) y nos aleja de cualquier reflexión sobre la vida que estamos obligados a llevar. Terry Gilliam lo entendió: más allá de sus pretensiones comerciales, la publicidad es auténtica propaganda (...).

El prestigio de las zapatillas Nike compensa el desprecio social, como ocurría en el fascismo: "el uniforme procuraba un sentimiento de poderío a hombres castigados por la crisis"

Se puede comprender que, en los guetos, algunos lleguen al matonismo para procurarse unas buenas zapatillas de deporte, pues el prestigio que éstas confieren permite compensar el desprecio social que sufren.

Este mecanismo había contribuido a empujara las masas hacia el fascismo: el uniforme procuraba un sentimiento de poderío y de importancia a hombres castigados con saña por la crisis, económica a identitaria,del período de entreguerras. Hoy en día, este mecanismo psicológico sigue en funcionamiento, lo que explica que los amantes de los amantes de los uniformes de marca se transformen gratuitamente (¡incluso pagando!) en hombres anuncio, aquellos pobres diablos a los que se pagaba, en las ciudades de principios del siglo XX, por deambular emparedados entre pancartas. Como dice un marketer: "Esperamos crear un país de anuncios ambulantes". El éxito es total. Los "modernos" se han dejado someter con entuasiasmo.


GRUPO MARCUSE, 'DE LA MISERIA HUMANA EN EL MEDIO PUBLICITARIO' (2004)

IMÁGENES: 1) Eslogan de Obama; 2) Concierto Movistar, 3) Cereales Chocapic, 4) Escultura de Duane Hanson (retocada digitalmente), 5) Fotograma de 'El show de Truman', 6) Fotograma de 'La ola'


05 octubre 2009

'Si la cosa funciona': sermón del Padre Allen


ATENCIÓN: este artículo contiene pequeños detalles del argumento

LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
¿y tú qué opinas? ¿qué películas te han gustado últimamente?

por JOAN PAU INAREJOS

Nota: 6

El neurótico ha vuelto más verborreico que nunca: Boris, el maduro neyorquino que protagoniza Wathever works (Si la cosa funciona), se pasa 90 minutos perorando sobre todas las filias y fobias de Woody Allen: que si Dios, que si el sexo, que si la muerte, que si la hipocondría, que si la genialidad.

Lo mejor. Ah, pero era una comedia. Aunque parezca mentira, tras los cargantes monólogos de ese predicador con aires de Risto Mejide, intenta desarrollarse una sátira sobre la América facha y su grotesca progenie. Y ahí es donde el de Manhattan lanza sus tiros más certeros, dibujando a un republicanísimo matrimonio del sur profundo -of course- que protagoniza una improbable salida del armario hacia la promiscuidad y la vida chic neoyorquina. Patricia Clarkson y Ed Begley Jr., componiendo a este hilarante matrimonio converso, son sin duda lo mejor de la función.

Lo peor. Pero a pesar de los esbozos narrativos, Allen insiste machaconamente, como Mari Carmen y sus muñecos, en hacer repetir a su guiñol los más ocurrentes brochazos contra todo y contra todos, y ahí está el viejo Boris, dirigiéndose constantemente a la platea como una cansina y omnipresente voz en off.

El problema es que ni siquiera se trata de un pesimismo auténtico, sino más bien de boquilla, porque la presunta cinta destroyer, nihilista y desesperanzada, acaba desembocando en una moraleja efervescente y lenitiva, como una aspirina, que reza algo así como: Todos somos diferentes, pero todos podemos ser felices si sabemos aprovechar nuestros momentos de azar.

Metéoslo en la cabeza, todo es relativo, todo es azaroso, y aun así qué divertido es todo. Amén.


03 octubre 2009

'[REC] 2': Zombis con sobredosis de teología


ATENCIÓN: este artículo contiene pequeños detalles del argumento
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
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por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
Lo empeorado. Los zombis de la Rambla Catalunya han vuelto, pero esta vez con sobredosis de teología: donde en la primera entrega había torrentes de ironía, ambigüedad y suspense puro, aquí Paco Plaza y Jaume Balagueró se lanzan gozosamente a las ubres de El exorcista y sus sucedáneos basados en posesiones infernales y rituales de expulsión.
Sin el sobrecogedor efecto sorpresa de la primera parte, Balagueró y Plaza abren todos los cajones del género y convocan con gran talento las hechuras Linda Blair -insultando al clero mientras vomita, etc- y también saben importar con gran eficacia el terror japonés, con sus pálidos niños correteando por los techos.
El resultado es una película más cerrada, más convencional, donde el incremento de explicaciones demoníacas reseca nuestras reservas de adrenalina como un desengañante los Reyes son los padres.
Se echan de menos aquellos vecinos parlanchines, aquellos diálogos naturalistas y ese aire de terrible cotidianidad ibérica que se respiraba en [REC] 1; aquí el paisaje se ha americanizado, y la estética del España directo ha derivado hacia el videojuego pirotécnico, donde la Iglesia y el Ejército concurren en una misión trascendente.
Lo mejor. Con todo, [REC] 2 sigue siendo brillante y conserva sus momentos de genial ironía, marca de la casa: ved si no a la zombi Mari Carmen batiendo huevos mientras su marido vuelve de la farmacia, o ese paisaje post-infectado donde aún resuenan los Suspiros de España desde un vinilo encendido.
Tras los entremeses diabólicos, ¿sería mucho pedir otra película que nos dé tanto o más miedo que [REC] 1? Seguid intentándolo y grabadlo todo, por vuestra puta madre.

01 octubre 2009

Anorexia


JOAN PAU INAREJOS

Todos somos anoréxicos y todos somos bulímicos. Así de provocadora es la tesis de René Girard (La anorexia y el deseo mimético, 2008), el ya anciano antropólogo francés, que ve en estas patologías alimentarias la gran metáfora de nuestros deseos competitivos.
Descabalgadas las prohibiciones, desmantelados los rituales familiares de la comida, nos hemos hecho nuestros propios dioses, y éstos son fundamentalmente delgados, extremadamente estilizados, algo completamente ajeno -Girard dixit- a nuestra tradición cultural, que celebraba la carne y la materialidad.
Contra lo que dice el mito moderno, los individuos no se contentan con autorrealizarse, porque el yo insatisfecho es "inhabitable" y precisa siempre "copiar el vacío de los demás", en una espiral que nos acaba dejando -física y espiritualmente- en los huesos.

RENÉ GIRARD
La anorexia es una patología nítidamente moderna: "Nadie puede creer que las familias, el sistema de clases, el género masculino o la Iglesia Católica sean las responsables"
¿Cuál es la causa de estos trastornos [alimentarios]? Como ya he observado, no podemos seguir culpando a nuestros chivos expiatorios institucionales preferidos, que han sido apaleados hasta la muerte por los principales intelectuales de los últimos siglos. Todas estas bestias de carga se han venido abajo hace mucho tiempo, exactamente igual que el famoso caballo de Nietzsche en Turín.
Sin duda, podemos continar maltratando a caballos muertos durante unas cuantas décadas más, especialmente en los seminarios universitarios, pero incluso allí tendrá que acabarse algún día. Nadie puede creer realmente que las familias, el sistema de clases, el género masculino en general, la Iglesia Católica o incluso una administración universitaria represiva, sean las responsables de lo que está ocurriendo.
Tarde o temprano identificaremos al fiero y vivo obstáculo que las teorías modernas y posmodernas nunca anticipan, el huésped que llega sin ser invitado y sin que nadie lo espere: el rival mimético. Mientras se las respeta, las odiadas prohibiciones mantienen apartado de nuestra vista a este commendatore viviente: hacen más difícil, si no imposible, la rivalidad mimética (...).
Igual que algunos insectos que siguen construyendo sus nidos cuando ya no hay huevos, nuestros profesores modernos y posmodernos siguen culpando a las difuntas prohibiciones hasta el día del Juicio Final, pero algún día sus estudiantes acabarán cuestionando este dogma.
"Cuando los occidentales ya no pueden imitar a los héroes y a los santos, se ven arrastrados al círculo infernal de la futilidad mimética"
Hace unos años, una fórmula popular de nuestro individualismo contemporáneo era: looking out for number one [en busca del número uno]. Si uno está satisfecho de sí mismo ya no necesita prestar atención a nada, ya no tiene que estar siempre pendiente de lo que ocurre a su alrededor. Pero cuando miramos a nuestro alrededor la mayoría de nosotros descubre que, lejos de ser el número uno, se confunde en la multitud.
En cualquiera de los aspectos que consideramos importantes siempre hay alguien que nos parece superior: en aspecto físico, inteligencia, en salud y -lo que resulta más horrible en la actualidad- en delgadez. Ni siquiera un cambio radical de los desconstruccionistas por los místicos orientales nos dará la paz que anhelamos.
Los occidentales se sienten impelidos a actuar en cualquier caso, de modo que cuando ya no pueden imitar a los héroes y a los santos, se ven arrastrados al círculo infernal de la futilidad mimética. Incluso en este nivel -especialmente en este nivel- el estatus del número uno sólo puede alcanzarse mediante una esforzada y feroz competición.
"Una mujer americana cabal e independiente va al baño a vomitar los espaguetis: cumple a la vez el papel del señor y el esclavo, de modo eficaz y natural"
Quienes sufren trastornos alimentarios no son las personas especialmente religiosas, tradicionalistas y fundamentalistas, sino las más "liberadas". Recuerdo uno de los capítulos de Seinfeld en la cadena televisiva NBC que captaba de un modo brillante la "normalidad" de la bulimia nerviosa en nuestro mundo. Al final de una comida en un restaurante de Nueva York una joven iba al baño a vomitar el abundante plato de espaguetis que acababa de comerse. Le anunciaba la cosa a su colega, otra mujer, con el mismo tono tranquilo y natural con el que antaño podía haber dicho: "Voy a pintarme los labios".
Esta joven se comporta como aquellos romanos decadentes cuyos relatos me horrorizaban en mi juventud, aunque ella no necesita esclavos que le metan los dedos en la garganta.
Una mujer americana cabal e independiente puede ocuparse ella sola de todo. Ésta en particular cumple a la vez el paper del señor y el esclavo de un modo tan eficaz y tan natural que todo parecía perfectamente normal y legítimo. Ha pagado los espaguetis con su propio dinero y puede hacer lo que le venga en gana. Da la impresión de que todo en su vida, desde su carrera profesional hasta sus aventuras amorosas, debe resolverse con la misma eficacia.
Al ver esta serie volví a maravillarme ante la superioridad de la expresión dramática, capaz de sugerir con un solo destello lo que volúmenes entereos de grandilocuente "investigación" nunca conseguirían comprender siquiera de un modo aproximado.
En comparación con la joven de la NBC, los romanos decadentes eran apenas unos decadentes sensualistas. También ellos comían y vomitaban después, pero lo hacían sólo para ellos, no para los demás. Estaban realmente empeñados en ser el número uno. Es cierto que nuestra bulímica moderna come para sí misma pero vomita para los demás, para todas esas mujeres que vigilan la línea de las otras. Su radical libertad es sinónimo de la esclavitud de la opinión de los demás (...). Entender el deseo es entender que su egocentrismo es indiscernible de su altercentrismo.
"Nuestro yo bulímico es inhabitable y, siempre que no tengamos una meta merecedora de nuestro vacío, copiaremos el vacío de los otros, regenerando constantemente el infierno del que intentamos huir"
Los estoicos nos dicen que debemos refugiarnos en nosotros mismos, pero nuestro yo bulímico es inhabitable y eso es precisamente lo que San Agustín y Pascal descubrieron antaño. Siempre que no tengamos una meta merecedora de nuestro vacío copiaremos el vacío de los otros y con ello regeneraremos constantemente el infierno del que intentamos huir (...).
Sólo dependemos de nosotros mismos. Los dioses que nos dimos los creamos nosotros en el sentido de que dependían enteramente de nuestro deseo mimético. De modo que terminamos reinventando amos aún más feroces que el Dios del cristianismo más jansenista. En cuanto violamos el imperativo de la delgadez sufrimos las torturas del infierno y nos sometemos a una obligación de ayuno redoblada. Nuestros pecados están grabados en nuestra carne y debemos expiar hasta la última caloría mediante una privación más severa que la que cualquier religión haya impuesto jamás a sus adeptos.
"Si pudiéramos explicar a nuestros ancestros que esos esqueletos de las revistas de moda significan placer y éxito, saldrían corriendo presa del pánico"
Incluso antes de que surgiera en nuestro mundo el imperativo de la delgadez, Dostoievsky se percató de que el hombre nuevo, liberado, crearía crueles formas de ascetismo de raigambre nihilista. El héroe de El adolescente ayuna para demostrarse a sí mismo su voluntad de poder. Y antes incluso, Stendhal, por más hostil que fuera a la religión, había detectado la misma tendencia en la cultura francesa posrevolucionaria. El héroe de El rojo y el negro (1830) se abstiene de comer para demostrar que puede ser un Napoleón (...).
Si nuestros ancestros pudieran ver los cadáveres gesticulantes de las revistas de moda contemporáneas posiblemente las interpretarían como un memento mori, un presagio de la muerte, equivalente quizá a las danzas macabras de los frescos de las iglesias de la baja Edad Media. Si pudiéramos explicarles que para nosotros esos esqueletos desarticulados significan placer, felicidad, lujo, éxito, posiblemente saldrían corriendo presa del pánico.

RENÉ GIRARD, 'LA ANOREXIA Y EL DESEO MIMÉTICO' (2008) / FOTO: 'DANSA DE LA MORT' EN MORELLA (CASTELLÓ)